Errores y aciertos de mi primer fin de semana de Netflix y mantita

El equivalente al famoso #netflixandchill es nuestro sofá, peli y mantita. Esto da de sí un primer fin de semana en Netflix España

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Viernes por la tarde

En realidad, yo ya he tenido Netflix. De una forma chapucera y muy poco aprovechada, pero lo tuve durante dos semanas a principios de este año. Un amigo informático se dio de alta en el Netflix americano para tenerlo en dos dispositivos, pero sólo usaba uno así que me instaló un proxy en el ordenador para que Netflix no se diese cuenta de que mi aparato, al igual que el suyo, estaba en España, y gracias a lo que para mí era “el icono de la llamita” pude disfrutar de su completísimo catálogo durante medio mes (no, no hace falta ser informático para hacerlo). Como me coincidió con unos días de muchísimo trabajo en los que llegaba a la noche sin ningunas ganas de seguir mirando a una pantalla, apenas vi un par de películas a saltos y eché un vistazo a algún documental. Hoy, tardo apenas dos minutos en registrarme en su web y ponerla a funcionar. Después de años de rumores, confirmaciones y desmentidos, Netflix aterriza en España para quedarse. Es enteramente legal, no hay que falsear ninguna IP para que te deje apuntarte, y, durante un mes, gratis. Y el país, claro, se ha vuelto un poco loco.

Y eso que aún no se ha popularizado un término a la medida, como ocurre en Estados Unidos con el popular hashtag #netflixandchill, en sus inicios algo así como nuestro sofa, manta y peli, aunque ahora muchos lo usen con un matiz más erótico festivo, más en plan cine y cena.

Comparado con otros servicios que he tenido en el pasado, como Yomvi (snif), la rapidez de la instalación es meteórica. Lo que en Yomvi, que compartía con otro ordenador en otra ciudad, consistía en entrar en la web, descargarse un programa e ir dándole a las pestañas de “ejecutar”, “abrir”, “iniciar sesión”, aquí resulta tan veloz e intuitivo que lo haces casi sin querer. Le di a “Comenzar el mes gratis”, me registré, introduje los datos de mi tarjeta, seleccioné dos dispositivos entre la plétora de opciones que había (en mi caso el ordenador y la play station, para poder verlo en el televisor que no es Smart tv) y se abrió el futuro ante mis ojos.

Lo primero que me dice el programa es que seleccione mis preferencias, y me pone un batiburrillo de productos distintos en plantel para que marque tres. Un poco a voleo, elijo Orange is the new black, porque ya la he visto, Narcos, porque quiero verla, y Chicas Malas, además de porque me gusta, porque me hace gracia que entre creaciones propias de prestigio mainstream se incluya una película adolescente también de reconocido prestigio, pero de otro estilo. Esta decisión me perseguirá para los restos, me temo, así que mi primer consejo es no tomarse a la ligera las preferencias.

Empiezo a navegar, encontrándome con sorpresas continuas. Las series y películas están organizadas por listas, con temas tipo “Tendencias ahora” “Popular en Netflix”, “Comedias”, “Películas para toda la familia”, “Más como Narcos”, “Películas de terror”… y en seguida veo que el problema es que como el catálogo es reducido, las películas o series se repiten constantemente y aparecen en varias listas a la vez. Me armo un poco de lío y recurro a otra de las encarnaciones de internet para poder ver todo el catálogo en orden alfabético y sin repeticiones; aquí. Esto se convierte en una incomodidad para mí, porque no hay en Netflix una página similar en la que puedas verlo todo de forma simultánea. Sí con la televisión, pero no con el cine, donde hay que ir por listados de sugerencias según lo que tú hayas marcado o por géneros.

Y, sin embargo, esas listas están bastante bien organizadas y contienen subgéneros que me deleita descubrir; por ejemplo, “comedias” incluye el subgénero “comedias de golpes y porrazos”. Corro a la sección de películas de terror imaginando subgéneros tipo “remakes de películas japonesas”, “casas encantadas” o “fan footage”. La división es un poco más sosa: “películas de monstruos” (que contiene Furia de titanes ¿?), “psicópatas y asesinos en serie” y “terror sobrenatural”.

Un poco ansiosa por empezar a ver algo ya y comprobar la calidad de visualización hd maravillosa, descubro que está por ahí la serie británica The IT Crowd, cuya cuarta temporada nunca llegué a ver porque sólo encontraba (en forma de, ejem, descarga ilegal) doblada al español. Le doy al play y comienza a reproducirse en mi ordenador el primer capítulo. La nostalgia me puede y soy incapaz de detenerla y buscar la cuarta temporada, pese a que resulta facilísimo y, de nuevo, muy intuitivo, tanto seleccionar el capítulo como cambiar las opciones de audio y subtítulos. También es muy fácil adelantar o atrasar la reproducción hasta el momento que se desee (de nuevo, cuando yo usaba Yomvi, la precisión dejaba mucho que desear, y para volver a ver unos segundos tenías que comerte los dos minutos previos). Muy pronto descubro uno de los secretos del binge watching, esos atracones de series irresolublemente unidos a Netflix: en cuanto acaba un capítulo, a los diez segundos empieza a reproducirse el siguiente, generándose un bucle de desidia letal y enganchamiento del que es muy difícil salir. Termino viéndome entera la primera temporada de The it crowd (peor de lo que la recordaba), pero no llego a avanzar hasta la cuarta.

En resumen: en mi primer día de Netflix sólo veo una temporada de una serie que ya he visto hace años.

Sábado

Decidido tener un poco de orden en las visualizaciones para no caer en el devenir errático y quedar atrapada viendo Death Note (que dejé interrumpida hará siete años también por un problema tipo el de The it crowd y ya he avistado con ojos golosones en el catálogo). Me pongo Beasts of no nation, la primera película de cine de producción propia de Netflix, igual que House of cards fue en su día la primera serie de televisión de su creación. Qué lejano parece eso, cuando fue anteayer. La historia de un niño soldado en África resulta exactamente tan cruda y desagradable como cabía esperar. Como contraste, me pongo a ver Miss Fisher’s Murder misteries; no la conozco de nada pero con sólo ver una imagen ya sé que la voy a adorar. Miss Fisher’s es una serie australiana sobre una detective aficionada que resuelve crímenes en la Melbourne de los años 20. Con su mezcla de Agatha Christie, pelo a la garçon y un vestuario que haría palidecer a Edna Moda, también es exactamente lo que cabría esperar de ella.

Estas cosas las he visto en el televisor (enchufado a la play), y noto que la calidad se desajusta según los momentos. Siempre se ve bien, pero sobre todo al empezar a reproducir una serie o película la imagen se vuelve un poco grisácea y no parece HD. Más tarde es como si se sincronizase del todo y alcanzase el nivel de calidad óptimo. Para variar, me voy al ordenador y a ver algo español. Elijo 2 francos, 40 pesetas, de Carlos Iglesias, porque en su día me gustó bastante 1 franco 20 pesetas. Me abstengo de comentar qué me parece esta segunda parte, pero en el apartado técnico diré que, si bien la calidad de la imagen en perfecta desde el principio, en algunos momentos la reproducción se para un microsegundo. No llega a aparecer jamás la odiada palabra “buffering”, pero sí tiene alguna interrupción por momentos, supongo que tendrá algo que ver con mi conexión. Pruebo también en el ordenador la serie documental original de Netflix Chef’s table, en la que cada capítulo está dedicado a un cocinero famosos de un país distinto. Continúan los cortes, pero menos frecuentes.

Explorando más el catálogo, me pregunto qué ha sido de la lista de sugerencias “Películas ganadoras de Oscar”. Juraría que el viernes estaba en la pantalla de inicio, junto a “Comedias tronchantes” y “Estrenos”. Me pregunto si su espacio lo ha ocupado la nueva lista “Porque has visto Beasts of No Nation”, llena de películas bélicas y dramas sobre hombres de ceño fruncido.

Comienzo a ver Club de Cuervos, otra serie original de Netflix (la primera grabada en español), en esta ocasión una producción mexicana, pero no me entero de la mitad de los diálogos (no es broma, ya me gustaría que lo fuera), así que la cambio por Scream, una serie que adapta la saga cinematográfica buscando no atarme tan pronto a esos productos sobre hombres de mediana edad que el algoritmo me recomienda al mismo tiempo que me sugiere ver una película de Miley Cyrus cuando aún no había enterrado del todo a Hannah Montana. Esto es por haber puesto Chicas malas, claramente, y el algoritmo de Netflix debe de pensar que tengo unos gustos un poco esquizofrénicos.

Recomendaciones dudosas

Domingo

En la línea de optimismo y alegría para inaugurar la jornada ya iniciada el sábado, me pongo Tig, el documental sobre la humorista Tig Notaro, que en pocos meses de diferencia tuvo que hacer frente a una bacteria devoradora de carne, a la muerte de su madre, a una ruptura sentimental y a un cáncer. Descubro que aún hay más subcategorías por descubrir. Debajo del género (en este caso, “monólogos de humoristas”, “documentales”), se incluye un apartado de adjetivos con la etiqueta “Pertenece a” (en este caso “motivadoras, “genuinas”). Voy saltando de subcategoría en subcategoría hasta dar con cosas tan prometedoras como “Dramas sobre juicios”, “Descarnadas” o “Picantes”.

Antes de volver a perderme en este mundo de cajitas dentro de cajitas en el que están organizados los contenidos de Netflix y que no sé por qué me obsesiona tanto, me pongo BoJack Horseman y aplaudo a rabiar. Recordando mis intenciones previas a darme de alta en el servicio, tras unos capítulos me cambio a Narcos. Pese a que todo el mundo la pone tan bien -polémicas con la nacionalidad de los actores aparte-, he consultado antes si merece la pena con una amiga que está obsesionada por Pablo Escobar: ha visto cuatro documentales incluido el dirigido por el hijo de Escobar, la horrenda película de Benicio del Toro, leído con pasión Noticia de un secuestro y alguna biografía y tragado los 100 capítulos del culebrón colombiano Pablo Escobar: El patrón del mal. Me dice que está muy bien pero que nada que ver con El patrón del mal, que es la auténtica maravilla.

Sin embargo, Narcos es una de las series mejor valoradas por los usuarios del servicio. Me pregunto cuál es ese usuario medio cuando Palíndromos, de Todd Solondz, está valorada con una estrella y sin embargo Baseketball o AirBud 4, el bateador de oro con tres. Como no paran de salirme en las recomendaciones Intocable y Desayuno con diamantes, que las detesto, les pongo una estrella a cada una y entro en un bucle de puntuar películas y series para que mis preferencias queden claras y las sugerencias sean cada vez más ajustadas y certeras. En tres días no es que hayan dado mucho en el clavo, y eso que he encontrado cosas que me han llenado de gozo, aunque también tengo motivos para el escepticismo.

Se ha hablado mucho del reducido tamaño del catálogo y es verdad, pero tenemos fe en que irán ampliándolo poco a poco y eso no supondrá un problema. Más que por la extensión, lo que le achaco es falta de variedad. Hay muchas cosas, sí, y de géneros (y subgéneros infinitos, como ha quedado claro) muy diferentes, pero en esencia casi todo son cine y series americanas y británicas. Y sobre todo cosas muy conocidas. Apenas hay cine europeo, apenas hay clásicos (y entiéndase por clásico una película anterior a 1997), la selección de cine “indie” es muy poco indie y el apartado de producciones españolas da pena. No se trata de que no puedan ofrecer todas las temporadas de Orange is the new black y House of Cards, sus títulos estrella; tenemos asumido que los derechos pertenecían de antes a Movistar + y tardarán en colgarse en la plataforma si es que llegan. Netflix ha probado que sabe arriesgarse y es capaz de crear series originales y películas que de otro modo no llegarían a hacerse, pero no se ve ese riesgo en su selección de películas y series para España, por escasa que sea de momento.

Y el caso es que, aunque el catálogo sea ridículo comparado con el de Movistar +, su llegada ha sido saludada como la segunda venida de Jesucristo. Gran parte de ello se debe al fetiche, a la imagen de marca que han ido creando a lo largo de años de ponernos los dientes largos cuando veíamos por ejemplo las novedades del mes seleccionadas en Vulture. El nombre tiene un tirón y un atractivo que no tiene ni Filmin, ni Nubeox ni desde luego tuvo Movistar después de fusionarse/fagocitar a Canal +.

No todo es la marca, claro. El precio es fundamental. Movistar + anuncia tarifas a partir de 20 euros pero en la práctica no conozco a nadie que, entre el servicio para varios dispositivos, el fútbol, el móvil, internet, pague menos de 80 euros al mes (ofertas de bienvenida aparte). Netflix puede conseguirse por a partir de 7,99 euros al mes, y ante esos precios poco hay más que decir. Tras tantos años de gente quejándose del maltrato al espectador de las televisiones generalistas y de la falta de opciones en los contenidos audiovisuales, apostar por Netflix es casi una cuestión de honor. Además es la empresa que recuperó series como Arrested Development para una cuarta temporada y apenas hace unos días ha anunciado que Las chicas Gilmore tendrá con ellos el digno final que no tuvo en su momento. Acostumbrados en España a programadores que odian la televisión, anuncios interminables, series que se emiten desordenadas y desaparecen de la parrilla sin previo aviso, reconocemos a Netflix como de los nuestros, y está disponible a un precio asequible.

Sin embargo, al final del fin de semana añoro un poco el componente social de la televisión. Hay gente que sólo ve series bajadas de Internet y charlas TED, pero yo no pertenezco a su grupo, a mí me gusta la televisión en toda su extensión incluso cuando el nivel es vergonzoso, desde los magazines matinales a las tertulias políticas y del corazón. Eso no te lo da Netflix, donde hay ficción, documentales y especiales de comedia, pero no “gente real”. Igual que su estrategia de lanzar sus series originales de una tacada cambió ciertas formas de consumo televisivo, hay un apartado de socializar frente a la tele, aunque sea a distancia, que simplemente no es su liga de juego. La televisión a demanda es maravillosa y uno de los adelantos clave de la historia de la humanidad, pero esa sensación de que mucha gente está viendo lo mismo que tú y comentándolo contigo al momento sólo se consigue con la tele tradicional. Es domingo por la noche, y tengo ganas de comentar Salvados por WhatsApp o el Debate de Gran Hermano en Facebook. Compartir ese visionado con gente real en tiempo real, en lo que se ha convertido en la salvación de las cadenas generalistas: transformar parte de su programación en un evento.

Pero de pronto, en la sección de documentales de Netflix, veo que está colgada entera The Story of Film: An Odyssey, de Mark Cousins, que empecé a ver hace años en Canal Plus, y caigo de cabeza en uno de esas creaciones tan brillantes que podrían justificar por sí solas la existencia de varias décadas de televisión incluso ante los peores enemigos del medio.

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