Julio Verne y la nostalgia de lo asombroso

Las utopías científicas de Verne se han visto sustituidas por distopías tecnológicas

El Espacio Fundación Telefónica dedica una exposición al universo del autor francés

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Julio Verne imaginando cosas
Julio Verne imaginando cosas

Quizás ya no se lea tanto a Julio Verne como antes. Pero su universo “ha trascendido sus libros –explica María Antoyo, una de las comisarias de la exposición Julio Verne. Los límites de la imaginación–. Todos sabemos quién es, aunque sea por las adaptaciones de Bruguera, por las películas, la serie de dibujos… Su imaginario está lleno de referentes universales y sin fecha de caducidad”.

Esta exposición, que se podrá ver entre el 6 de noviembre y el 21 de febrero en el Espacio Fundación Telefónica, quiere acercarnos al universo del escritor francés. Como añade Miguel Ángel Delgado, también comisario de la muestra, “no es propiamente sobre Verne, sino sobre su legado como catalizador del espíritu de una época”. De hecho, no sólo se habla del autor, sino también de personajes históricos que le inspiraron o a los que inspiró con su pasión por los descubrimientos que estaban transformando el mundo.

Julio Verne vivió la irrupción de los barcos a vapor, entre otros medios de transporte que revolucionaron los viajes y facilitaron las aventuras de sus exploradores

El gran divulgador

La exposición comienza en el gabinete de Julio Verne, donde hay 14 primeras ediciones en español de sus libros. De cada uno de ellos salen unos hilos de colores que marcan rutas que llevan a ocho grandes ámbitos de sus historias: la tierra conocida y desconocida, los trotamundos, los desiertos de hielo, el mar, el cielo, la Luna y el futuro.

La idea de la exposición es meternos “en la cabeza de Verne”, de donde sale todo su mundo. De hecho, explica Delgado, Verne no era un gran viajero ni un aventurero, sino, sobre todo, un divulgador. En la exposición hay, por ejemplo, ilustraciones de algunos de los animales que describe en sus libros, incluyendo los dinosaurios del Viaje al centro de la tierra. “Verne seguramente conoció a la mayoría de estos animales por láminas como estas”. También se exponen libros de divulgación de la época: “Verne estaba suscrito a todas las publicaciones especializadas y tenía fichas clasificadas de todo lo que iba leyendo”.

Sus libros nacen con vocación didáctica. Verne “era casi un enciclopedista que volcaba en sus novelas áreas de conocimiento –dice Santoyo–. Al principio, cada uno de sus libros se centra en una ciencia en concreto”. Viaje al centro de la tierra es un tratado de geología, 20.000 leguas de viaje submarino se centra en la fauna marina, y los dos libros de viajes a la Luna hablan de astronomía y también incluyen “un capítulo sobre la historia de la pólvora”, explica Delgado.

Calamar gigante, según el 'Locupletissimi Rerum Naturalium Thesaurus' de Albertus Seba (1759)

Su documentación era tan meticulosa que hay lectores que creen que estuvo en Mallorca, añade Delgado, por cómo describe al detalle las calles de Palma y el castillo de Bellver en Clovis Dardentor. En realidad, nunca estuvo allí y sacó toda la información de Die Balearen, nueve volúmenes sobre las islas escritos por su amigo el archiduque Luis Salvador de Austria.

Los territorios inventados

Verne estaba obsesionado con la cartografía. La exposición incluye mapas del mundo tal y como se conocía en el siglo XIX, con grandes espacios en blanco en África y Australia, además de un enorme mapa que muestra las rutas de 20 de sus novelas. Los mapas favoritos de Delgado son los que mezclan la realidad que se conocía y la ficción con la que Verne rellenó los huecos: por ejemplo, vemos un plano de la Antártida dividida en dos por un canal y otro con un volcán en el polo norte.

El mapa de 'Las aventuras del capitán Hatteras'. Como gran parte del territorio del norte era desconocido, Verne lo imaginó en su novela, incluyendo un volcán en el Polo Norte

Esta mezcla de realidad y ficción no se da sólo en los mapas. Delgado recuerda que en Cinco semanas en globo Verne narra una expedición ficticia, “pero también recoge muchos detalles de expediciones anteriores. La historia y la ficción están al mismo nivel y por eso sus libros dan esta sensación de realidad”.

La exposición recoge ejemplos de cómo Verne recogió el espíritu viajero de la época, marcado por el optimismo ante los retos, y lo plasmó en sus novelas, que a su vez también influyeron en otros exploradores. Por ejemplo, se compara al capitán Hatteras de Verne, obsesionado con llegar al polo norte, con el explorador Ernest Shackleton (1874-1922), obsesionado a su vez con llegar al Polo Sur y con cruzar la Antártida.

El Aurora dio apoyo a Shakleton mientras cruzaba la Antártida entre 1914 y 1917. Las 22 fotos que se recuperaron en 2013 se podrán ver en la exposición

También hay un recuerdo para la expedición de S. A. Andrée, un sueco que en 1897 intentó llegar al Polo Norte en globo. Incluso llevaban esmoquin y champán para celebrarlo cuando lo lograran, igual que los viajeros a la Luna de Verne tomaban vino durante su vuelo. La aventura en globo de Andrée duró apenas diez horas antes de que se estrellaran. Los aventureros no resultaron heridos por el accidente, pero murieron continuando su viaje a pie. Sus cuerpos no se hallaron hasta 33 años más tarde.

El vuelo de la expedición Andrée duro apenas diez horas. Biblioteca de Washington

Verne y las mujeres

Siguiendo con los viajes, la exposición le dedica espacio a Nellie Bly, una periodista que dio la vuelta al mundo en 72 días, batiendo tanto el récord real de entonces como el ficticio de Phileas Fogg en La vuelta al mundo en 80 días. "Verne era un poco misógino -apunta Santoyo- Sólo dos de sus novelas están protagonizadas por mujeres y una de ellas, Mistress Branican, está inspirada en Bly”.

A Bly le sobró tiempo para pasar por Amiens y saludar al escritor, que quedó encantado con su hazaña. "Verne no viajó mucho -recuerda Santoyo-, pero siempre le atrajo ese mundo de aventuras. Le gustaría haber sido marino. Por eso le gustó que alguien llevara a la realidad su historia”. De hecho, el escritor seguía las crónicas que Bly iba publicando en el diario neoyorquino World y marcaba en un globo terráqueo la evolución de su viaje.

Nelly Bly. Biblioteca del Congreso de Estados Unidos

El debate: flotar o volar

Delgado cuenta que la conquista del aire en el siglo XIX vino marcada por un debate que recoge la exposición: usar aparatos más ligeros que el aire (como los globos) o más pesados (como los aeroplanos).

“Curiosamente, Verne, sólo montó en globo una vez y durante apenas unos minutos, a pesar de haber escrito Cinco semanas en globo –explica Delgado–. Era un firme defensor de los aparatos más pesados que el aire”, igual que el fotógrafo y aeronauta Nadar, que inspiró tanto esta novela de Verne como el personaje de Michael Ardan (anagrama de Nadar) en De la Tierra a la Luna. Además, Nadar es autor de uno de los retratos más conocidos de Verne.

Nadar elevando la fotografía al nivel del arte, caricatura de 1862

Esta área de la exposición recoge la historia de dos pioneros de la aviación en España, Juan Olivert y Jesús Fernández Duro, un asturiano que en 1902 fue en coche desde Gijón hasta Moscú, ida y vuelta y sin mapas, siendo la mayor distancia recorrida en automóvil hasta la época. También construyó un globo con el que cruzó los Pirineos. Murió poco más tarde de fiebres tifoideas, con sólo 28 años, mientras diseñaba un aeroplano con el que quería competir con Alberto Santos-Dumont, inventor del primer aeroplano autopropulsado.

El gran timo de la Luna

La exposición le dedica un espacio a la fascinación de la época por la Luna, de la que partició (y fomentó) Verne con sus dos libros sobre el viaje al satélite. Hay carteles de obras de teatro y películas, aparte de la de Meliés. Está también el de la exposición universal de París de 1900, en la que había un enorme telescopio a disposición de los visitantes para que pudieran ver la Luna como nunca la habían visto.

Hay espacio para una historia que fue un viral de la época: “En 1935 el diario estadounidense The Sun, ya desaparecido, anunció un impresionante descubrimiento del astrónomo John Herschel –cuenta Delgado–. El diario publicó cinco reportajes con grabados en los que decía que este científico había visto que en la Luna había vegetación, unicornios, castores gigantes y, ya en la última entrega, hombres alados. Todo el mundo se lo creyó”.

Todo era un gran bulo, obra de Richard Adams Locke, editor de Edgar Allan Poe. De hecho, Herschel, ajeno a esta historia, estaba haciendo observaciones en Sudáfrica cuando se publicaron los cinco artículos. "Locke inventó el mockumentary para ridiculizar algunas actitudes de la época sobre la Luna, 50 años antes del descubrimiento de los canales de Marte", que llevó a especulaciones similares. También hay “ecos del gran timo de la Luna” en Alrededor de la Luna, al final de la que Verne sugiere, que hay algo parecido a vegetación en la cara oculta de la Luna.

Ilustración de una versión italiana del bulo de Locke, publicada en 1836

Nostalgia del futuro

Los comisarios consideran a Verne más un divulgador que un autor de ciencia ficción: “Todas sus novelas son contemporáneas, excepto París en el siglo XX y La jornada de un periodista americano en 2889, que se cree que en realidad es obra de su hijo”, apunta Delgado. Es decir, el escritor francés quiere explicar los descubrimientos científicos de la época: no imagina un futuro, sino que recrea las posibilidades de su presente.

Aun así, y dado que también hizo alguna predicción más que acertada, es normal que la exposición termine con imágenes que muestran cómo se pensaba en el siglo XIX que sería la vida en el 2000, incluyendo las célebres ilustraciones de coches voladores de Albert Robida y las láminas de la colección de Coté que Asimov describió en Futuredays y que “beben mucho del imaginario de Verne”. En estas ilustraciones hay sastres y peluqueros automáticos, además de escuelas en las que los libros se transmiten a los alumnos mediante auriculares.

Ladrones de huevos en el año 2000

Delgado explica que esta era una “época de optimismo, en la que se creía que podíamos dominar el mundo y conocerlo gracias a la fe en la ciencia”. Hoy en día, las utopías científicas de Verne se han visto sustituidas por distopías tecnológicas. “Hay bastante pesimismo y por eso también hay nostalgia. Esta época termina con la Primera Guerra Mundial, cuando se ve que los grandes descubrimientos acaban convertidos en formas de destrucción. Es entonces cuando termina la gran ilusión”.

Pero echamos de menos este optimismo: “Lo vimos hace poco, cuando se llegó a la fecha de Regreso al futuro. Hay nostalgia del futuro. El éxito de The Martian es otra prueba de la nostalgia que sentimos de esa época. La historia es puro Verne: un tipo que sobrevive solo en Marte gracias a la ciencia”.

Quizás por eso la exposición termina con un criptograma, una frase oculta que hemos de descifrar, y que subraya la importancia de la imaginación. Pista: la clave está en mirarla con los ojos de un niño. Otra pista: la primera pista no es tan cursi como parece.

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