Aprende a equivocarte: los beneficios de los errores

Kathryn Schulz explica en un libro el potencial creativo y de crecimiento que tiene equivocarse (y admitirlo)

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La mañana del 22 de octubre de 1844, varios miles de personas se reunieron a esperar el fin del mundo. Según los cálculos de William Miller, ese era el día de la segunda venida de Cristo. Muchos de sus seguidores incluso habían dejado de sembrar sus campos ese año y habían distribuido sus propiedades porque, total, nada de eso les iba a hacer falta.

El 23 de octubre se dieron cuenta de que algo había fallado. La mayoría renunció a las creencias de Miller y volvió a su vida anterior al apocalipsis fallido. Pero algunos de sus seguidores se negaron a admitir aquel vergonzoso error y prefirieron justificarse con la deducción de que esa era la fecha en la que Jesucristo había comenzado a juzgar desde el cielo nuestros actos. Es decir, no solo no rectificaron, sino que fundaron la Iglesia Adventista del Séptimo Día, que actualmente cuenta con más de 18 millones de miembros. El error de Miller era secundario, de cálculo, y no afectaba al grueso de sus creencias: el fin del mundo seguía estando cerca.

Este es uno de lo ejemplos que da Kathryn Schulz en su libro En defensa del error, en el que explica que muy a menudo preferimos no reconocer que estamos equivocados y buscamos justificaciones a nuestros errores, a pesar de que en realidad pueden servirnos como estímulo creativo y personal.

¿Por qué nos equivocamos?

Lo peor no es que nos equivoquemos constantemente, sino que muy a menudo ni siquiera somos conscientes de estos errores. De entrada, nuestros sentidos nos engañan a menudo, como prueban, por ejemplo, las ilusiones ópticas. También nos traicionan nuestros sesgos y nos dejamos llevar por lo que opinan nuestros amigos, nuestra familia o, simplemente, la gente que piensa igual que nosotros y que refuerza nuestras ideas, protegiéndolas además de teorías alternativas.

Uno de los ejemplos clásicos, que comentamos en Verne recientemente, es el del experimento de Asch, en el que mostraba tarjetas como esta:

¿Cuál de las tres líneas de la derecha mide lo mismo que la de la izquierda? A lo mejor te parece evidente que es la C, pero si el resto de la sala (compinchados con Asch) dice que es la B, probablemente dudarías. De hecho, el 75% de los participantes dio una respuesta errónea con al menos una de las tarjetas. “El porcentaje de error pasó del 1% cuando actuaban independientemente a casi el 37% cuando se veían influidos por el grupo”.

Del mismo modo, tenemos la idea de que la memoria funciona de modo similar a una cámara de vídeo, pero no solo olvidamos mucho y a menudo, sino que también reconstruimos y fabulamos cuando nos falta información, aunque no seamos conscientes de ninguno de esos procesos. Un ejemplo: los experimentos de Ulric Neisser, que explican que probablemente no recuerdes qué estabas haciendo cuando cayeron las torres gemelas.

Cuando el Challenger explotó en 1986, Neisser preguntó a sus estudiantes el día después qué estaban haciendo cuando se enteraron. Y volvió a preguntarles tres años más tarde. “Menos del 7% de las segundas respuestas eran iguales que las primeras, el 50% se equivocaba en dos terceras partes de las afirmaciones, y el 25% eran erróneas en todos los detalles significativos”.

Superar el miedo al error

Cuando alguien pone en evidencia que nos hemos equivocado, nos sentimos mal. Por eso si alguien nos lleva la contraria, nuestro primer instinto es atrincherarnos y defender nuestras ideas con argumentos cada vez más hostiles.

Y eso a pesar de las consecuencias que pueden tener los errores si no los admitimos y nos esforzamos por evitarlos. Por ejemplo y según recoge Schulz, “entre 690.000 y 748.000 pacientes se ven afectados por errores médicos cada año en Estados Unidos, y mueren entre 44.000 y 98.000”. Lo primero que hizo el hospital Beth Israel Deaconess de Boston para intentar reducir su parte en esta cifra fue publicar sus errores médicos en la web, además de investigarlos. El objetivo, según su director era dar el primer paso de asumir su responsabilidad: “Si no reconoces que ha habido equivocaciones, no puedes eliminar la posibilidad de que vuelvan a ocurrir”.

Para Schulz, dudar acerca de nuestras certezas impulsa “la curiosidad, la posibilidad y el asombro”. Es una duda activa e investigadora, y nos anima a salir de nuestra zona de confort. Cuando nos enfrentamos a nuestros errores, y los explicamos en lugar de justificarlos, aprendemos más no solo sobre el asunto en el que nos hemos equivocado, sino también sobre nosotros mismos.

Y también sobre los demás: ser conscientes de nuestras equivocaciones (o al menos de su posibilidad) nos anima a considerar otros puntos de vista, a considerar ya de entrada que la otra persona puede tener razón. Por eso el error está relacionado con la creatividad y el arte, que muy a menudo incluye “el placer de perderse, en el sentido de estar confundido o a oscuras”. El arte “es un ejercicio de empatía”.

"No, pero..."

Pero para llegar a este punto necesitamos aprender a escuchar. Cosa que no sabemos hacer: “De media, los doctores interrumpen a sus pacientes 18 segundos después de haber comenzado a explicar las razones de su visita”. Una forma de aprender consiste, simplemente, en callar un rato. Schultz pone el ejemplo de John Francis, que en 1973 comenzó un voto de silencio que duró 17 años. No era ningún monje. Tomó esta decisión en su 27 cumpleaños porque “me pasaba todo el tiempo discutiendo”. Empezó probando un día, a ver qué pasaba. Y comenzó a “oír cosas que nunca había escuchado antes". A veces incluso cambiaba de opinión. Hasta entonces solo escuchaba “lo suficiente para saber si las ideas de la otra persona eran las mismas que las mías. Si no lo eran, dejaba de atender y mi mente comenzaba a preparar un argumento en contra de lo que creía que era la posición de mi interlocutor”.

Es decir, en lugar de saltar nada más oír una opinión, puede ser buena idea guardar algo de silencio, aunque no hace falta que sean 17 años. No estamos obligados a opinar sobre todo, todo el rato. Ni aunque tengamos una cuenta en Twitter.

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