El cine mexicano que no es invisible en el resto del mundo

Títulos como "Güeros" y "Chronic" amplian la brecha entre el celebrado cine de autor mexicano y el espectador

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A finales de mayo, el director Paul Leduc reclamó en su discurso de agradecimiento por el premio Ariel de Oro dignidad para el cine mexicano. Denunciaba que buena parte de la filmografía local es invisible para el espectador. Las producciones de talentos como Carlos Reygadas, Gabriel Ripstein o Michel Franco despiertan la admiración en el resto del planeta, confirmando que existe una nueva edad de Oro, aunque por desgracia ocurra fuera de las fronteras del país.

Cada vez que una producción mexicana llega al programa de festivales de cine como Toronto, Venecia, Sundance o Berlín, la prensa internacional especializada celebra la buena noticia. En cambio, su éxito no se refleja en la taquilla mexicana. Las cifras arrojadas por la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica así lo confirman: los estrenos locales vendieron una cuarta parte menos de boletos en 2015 que el año anterior. El último de ellos que lo ha intentado sin éxito ha sido la celebrada Chronic, de Michel Franco.

Muchas voces críticas apuntan a los exhibidores como responsables. Con su discurso, Leduc rebatía las optimistas palabras que el secretario de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa, ofrecía al principio de los Ariel. Ya solo 25 % de los mexicanos puede pagarse ir al cine, aunque la exhibición en salas sigue siendo un gran negocio que deja más de 11.000 millones de pesos al año, decía el cineasta.

"Pocos países pueden ufanarse de contar, en tan solo cinco años, con dos Palmas de Oro para Mejor director en Cannes, dos Osos de Oro para Mejor Opera Prima en Berlinale, y dos Óscares de Mejor director en Hollywood", recuerda a Verne Alonso Aguilar-Castillo, director del Festival Internacional de Cine de Los Cabos.

Donde sí muestra buena salud el cine mexicano es en su circuito de festivales, cada uno de ellos con labores bien definidas. "Cabos tiene claro el objetivo de convertirse en el punto de encuentro entre la industria de México, Norteamérica y Europa en un espacio relajado que favorece las negociaciones. El trabajo de otros festivales como Morelia es acercar a los directores mexicanos con el público local y el de Guadalajara busca generar un diálogo entre México y Sudamérica y España", comenta Alonso Aguilar-Castillo.

Solo falta el eslabón que en enlace a público y películas. La política de cine estatal de Francia es un espejo en el que mirarse para el resto de industrias. Nada menos que el novelista André Malraux fundó en los años 50 el Centre National du Cinéma. Se trata de un organismo integrado por profesionales del sector y en el que apenas hay espacio para los políticos. El resultado es el de una cuota de mercado de casi el 50 por ciento. Es decir, cada año, las películas francesas logran vender la mitad de las entradas de cine en el país galo.

Estas son algunos de los títulos de ese nuevo cine mexicano no tan invisibles en lugares como Europa, Asia y Estados Unidos.

El último velo, de Luis David Palomino

Este cortometraje se incluyó en el Festival de Kustendorf (Serbia), el proyecto personal del cineasta Emir Kusturica. Luego dio el salto a Cannes y a otra veintena de competiciones, recogiendo premios en todo el mundo. En estos momentos, el director vive en Asia, en parte para encontrar nuevos horizontes profesionales, y lucha por sacar adelante el documental Mi sangre enarbolada, el otro género denostado por la industria, según las palabras de Paul Leduc.

En su opinión, la distribución y la exhibición son dos eslabones de la cadena cinematográfica que general el gran problema de la industria. "Están controlados por grupos privados con claros intereses económicos. Solo quieren hacer dinero. Mientras el Gobierno de México no ponga límites para la protección del cine nacional, la ambición de muchos directores del país estará encerrado en una ratonera", apunta a Verne el director.

Aunque su documental está financiado en parte por el Centro de Captación Cinematográfica, el documentalista asegura que "se sigue teniendo la creencia de que este género es una forma barata de hacer cine y se destina menos ayudas a este género, así que rodamos a la guerrilla. Cuando iba a pedir ayudas, bromeaban diciendo que destinar presupuesto a que el equipo coma es algo que no ocurre ni siquiera en Suecia o Dinamarca", comenta.

Palomino cree que los datos ofrecidos por Leduc son veraces: la mayor parte de la población no puede permitirse acudir al cine. "Es un país tan grande que hay zonas donde no existe una sala de proyección en cientos de kilómetros a la redonda. Al haber tanta población, aun así el negocio de la distribución y exhibición sigue siendo rentable", explica.

Heli, de Amat Escalante

Tiene su mérito dejar sin palabras a los asistentes del Festival de Cine de Cannes, acostumbrados a presenciar las apuestas más arriesgadas del año, desde los más audaces a las absolutas boutades. Con Heli de Amat Escalante, el glamur francés ardió como otras cosas arden en esta cinta por culpa de una parsimonia a la hora de abordar tal relato de violencia que invade de desasosiego al espectador. Hubo deserciones en la sala de proyección. Pero, por lo general, la prensa internacional sobrentendió que lo que mostraba Escalante no era el reflejo de un país entero, sino una parte imposible de obviar.

El encuentro entre la prensa mexicana y el director en el Palacio de Festivales de Cannes horas después fue algo tenso. Ante la insistente pregunta de por qué mostrar al mundo una imagen tan negativa del país, el cineasta comentaba: “Es innegable que existe una violencia que de un modo u otro vivimos todos los mexicanos. Quise reflejar el miedo cuando es permanente”, nos explicaba él mismo en Francia. Las reseñas en medios como The Guardian, Variety y Le Monde confirmaban la admiración que había despertado su trabajo en Europa.

Finalmente, el jurado encabezado por Steven Spielberg lo nombró el mejor director en competición. Desde entonces, Amat Escalante, quien había sido apadrinado por un pionero como Carlos Reygadas, se ha convertido en uno de los invitados favoritos del certamen francés.

Chronic, de Michel Franco

El estadounidense se adentró en el cine de Franco como jurado de Cannes. Así descubrió Después de Lucía, a la que hizo ganar en la sección Una Cierta Mirada. También se convirtió en su socio artístico y protagonista de varios de sus proyectos.

En su caso, tiene muy claro en qué tejado está la pelota para que cine como el suyo llegue al espectador mexicano. “Al público le da igual cómo le fue a la película en festivales. Responde a otros estímulos. Es difícil convencer a los distribuidores de que las películas de calidad también pueden gustar a la gente”, comentaba el director en su día a El País América.

Chronic ganó el premio al mejor guion y se estrenó en Francia y Reino Unido antes de hacerlo en México, el pasado mes de abril. Debutó en la taquilla mexicana en un discreto noveno puesto.

600 Millas, de Gabriel Ripstein

Antes de saltar a la dirección, Ripstein pasó años al otro lado del negocio cinematográfico, como vicepresidente de Producción de Sony Pictures. De hecho, debutó con esta cinta sin haberse formado en ninguna academia antes. “No recomendaría ir a una escuela, solo rodar y rodar cortos para practicar, como hizo Michel Franco”, nos comentaba días antes de ganar el premio a la mejor ópera prima en el Festival de Cine de Berlín. Precisamente Franco es el principal aliado cinematográfico. Suelen intercambiar los papeles de director y productor en sus películas y también tienen al actor Tim Roth como punto en común.

Centrada en el tráfico de armas entre México y Estados Unidos,“600 millas” avivaba la polémica que había rodeado a Amat Escalante. “En mi caso, no quise politizar mi película, pero también usamos la realidad de México para contextualizar esta historia. Que esas realidades no sean amables no significa que no tengamos que hablar sobre ellas. No voy a ignorarla solo porque sea vergonzosa o dolorosa”, aseguraba el hijo de Arturo Ripstein en la capital alemana.

Güeros, de Alonso Ruizpalacios

Si hay una película que enamoró a Europa esa es Güeros, promocionada en el mundo gracias a su paso por el Festival de Cine de Los Cabos. Se sumaba a la tendencia de otras catarsis personales urbanas rodadas en blanco y negro, como la neoyorquina Frances Ha y la berlinesa Oh Boy, aunque supera a ambas. Esta road movie que no traspasa los límites de Ciudad de México, con una oportuna mirada a la huelga estudiantil, despliega maravillosos diálogos interrumpidos, chistes recurrentes y un personaje, Epigmenio Cruz, convertido el nuevo Sugar Man, en el nuevo Llewyn Davis. Todo ello coloca a Ruizpalacios a la altura de los grandes.

Esta cinta es el ejemplo perfecto de "una industria que ha sido capaz de producir las cerezas del pastel, pero obviamente estas exquisiteces no garantizan satisfacer el hambre del público general. Me parece que el cine en mi país está en una sana transición a producir el panqué de ese pastel", comenta Alonso Aguilar, director de Cabos.

 La Jaula de Oro, de Diego Quemada-Díez

Esta historia de amistad forjada entre el miedo y la injusticia se centra en tres adolescentes que emprenden un viaje lleno de peligros obligados por las circunstancias de su país y ha sido una de los títulos favoritos de la crítica allá donde se ha programado.

"Hay directores que saben manejarse en las relaciones públicas y encuentran su camino en la Academia. Logran su beneplácito y de esa forma sus proyectos son algo más visibles", comenta Luis David Palomino.

Tanto la Jaula de Oro como Güeros triunfaron en sus respectivas ediciones de los premios Ariel, pero ni las buenas críticas ni los galardones lograron acercarlas al público mexicano. Esperaron meses a verse estrenadas. Llegaron a las pantallas españolas antes que a las de su país y, cuando lo hicieron, ninguna de las dos alcanzó el Top 10 de películas más vistas de México ni siquiera en su primer fin de semana de estreno.

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