Meter a la cárcel al bully del grupo y otras 8 cosas que extrañamos de las kermeses escolares

Hay razones muy específicas por las que estos eventos escolares fueron los favoritos de muchos en la infancia. Hicimos una lista de algunas de ellas.

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Fotogrfía: Secundaria técnica 71 Adolfo López Mateos.
Fotogrfía: Secundaria técnica 71 Adolfo López Mateos.

La kermés escolar es uno de los eventos que más esperábamos cuando éramos estudiantes. Y es que por un día tu escuela se convertía en una gran fiesta en donde maestros, alumnos y familiares dejaban de lado las tareas y los reportes para convivir sanamente. Decimos sanamente porque una de las características de estos eventos era que no había lubricante social de por medio o, lo que es lo mismo, no se vendía alcohol, lo que hacía las cosas mucho más interesantes.

Sí, la graduación y el festival de primavera siempre tendrán un lugar especial en nuestro corazón pero, aceptémoslo, la kermés escolar fue uno de los eventos que más disfrutamos en nuestra infancia pues tenías licencia de hacer muchas cosas. Hicimos una lista de las que más extrañamos.

1. Pagar con vales o billetes de juguete. Era un requisito cambiar dinero por vales o billetes de juguete al entrar a la kermes. Esa era la única moneda que podías usar durante las horas que permanecieras en el evento. La ventaja era que esa moneda nunca se devaluaba. Qué buenos tiempos.

2. Meter a la cárcel a Pepito, el bully nefasto. El deseo de encerrar a Pepito, el que le robaba el almuerzo a todos y te ponía el pie cada vez que pasabas al pizarrón, se hacía realidad. Por una módica cantidad de vales o billetes diminutos podías meter a la cárcel al indeseable. Aunque fuera por 10 o 15 minutos verlo tras los barrotes hechizos te hizo sumamente feliz.

3. Casarte con Ricardito el más guapo del salón. Sí, ya sabemos que no todos quieren casarse, pero más allá de las prioridades que tenga cada niña o niño. Casarte en una kermés era la manera ‘más sutil’ de decirle a alguien me gustas y mucho. No era de sorprenderse que días más tarde terminaras de novia con tu ex esposo.

4. Romperle un huevo de confeti en la cabeza a tu maestro. Los profesores nunca eran tan vulnerables como cuando estaban en la kermés. No hubo momento más satisfactorio que aquel en el que le reventaste un huevo relleno de confeti al Profe de mate. Sí, al que te reprobó el último parcial. El problema vino cuando el cascarón no se rompió a la primera y tuviste que intentar romperlo en su cabeza más de una vez. El profe lo recordó el siguiente mes... vaya que lo recordó.

#huevosdeconfeti 😂😂😂😂👋🏻👋🏻👋🏻🐔🐔🐣🐣🙈🙈🙈

Una foto publicada por ReneEscamilla (@reneescamilla) el

5. Participar en un concurso de baile. En tu cabeza tú y tus amigas eran las bailarinas más diestras del colegio, la verdad es que todos los grupos copiaban (y mal) las coreografías del grupo de moda. Ensayabas todas las tardes para el gran día y lo dejabas todo en el escenario. Quién no bailó al ritmo de Magneto, Mercurio, Fey o la Onda Vaselina. Clásico.

6. Ligar a través de la mensajería. Este era uno de los servicios favoritos de los que asistían a las kermeses. Si no te atrevías a casarte, tenías la opción de mandar cartas, paletas o flores al susodicho. Era algo mucho menos intenso que ponerle un anillo a un chico de 12 o 13 años.

7. Ganarte algo en la rifa. En realidad esta parte la disfrutaban más los papás, pues entre los premios que te podías llevar a casa estaban baterías, vasos, licuadoras, tostadores y hasta minicomponentes. Lo único que necesitabas era un poquito de suerte.

8. Probar antojitos mexicanos de todo tipo. Cada año las mamás que ponían sus puestos de comida competían por ser las mejores. Eso propiciaba que pudiéramos probar delicia tras delicia durante horas. Enchiladas verdes o de mole, quesadillas fritas, papas de espiral, esquites y pozole, todo estaba en un mismo lugar. Las kermeses eran un paraíso gastronómico.

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Una foto publicada por Fernanda Gonzalez (@paficientagoulart) el

9. Hacer de tu salón de clases una discoteca. Una docena de cartulinas negras servían para tapar las ventanas del salón que fungía como discoteca. Un letrero con letras brillantes en la puerta, una grabadora con las canciones de la estación de radio 97.7 y dos o tres chicos bailando con una veintena de niñas te daban la sensación de que estabas en un club nocturno.

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