Las grandes alegrías y decepciones que todos vivimos cuando pedíamos calaverita

No hay mejor forma de prepararse para los altibajos de la vida que salir a pedir dulces disfrazado de vampiro.

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Los tres niños más experimentados en pedir calaverita de 'El extraño mundo de Jack' (1993)
Los tres niños más experimentados en pedir calaverita de 'El extraño mundo de Jack' (1993)

Este fin de semana arrancan los festejos Halloween-Día de Muertos en México. Algunos creen que esas dos fiestas no deberían unirse, ya que la primera nada tiene que ver con la cultura mexicana. Pero hay otros que desde hace muchos años siguen la filosofía entre más pachanga, mejor y han creado una especie de menjurje. El resultado es la calaverita, como se llama en México al trick or treating (dulce o travesura): el ritual de los niños –y a veces de los no tan niños– que consiste en pedir dulces de puerta en puerta por su vecindario. Es uno de los eventos más divertidos de nuestra infancia, pero eso no quiere decir que haya estado libre de momentos amargos.

Seguro te identificarás con estas cinco experiencias negativas y tres positivas (porque nunca perdimos la esperanza) de esta noche de colmillos de plástico, sangre con sabor a cátsup y mucha, mucha azúcar.

Las veces que la bruja te echó la maldición

1. Nadie reconoce tu disfraz: Sabes que en tu caravana habrá más de una bruja, un Drácula o el personaje que esté de moda. Quieres ser original y por eso eliges representar a un asesino de algún cómic de Vertigo que se te hace super chido o a esa criatura de la caricatura suiza que veías todas las mañanas en el Canal Once. Dedicas varias horas de tus tardes preparando todos los elementos de tu caracterización. Tus ánimos están en el punto más alto cuando tocas el primer timbre y luego te desinflas por completo cuando el vecino te dice: Ay, que linda te ves de (inserte aquí nombre de personaje genérico que nada tiene que ver con el tuyo).

2. Tu calabaza se llena de productos zombi: Comienza la visita de las 32 casas. Poco a poco te vas dando cuenta que tus vecinos no estaban preparados (o interesados) para tu pedida de calaverita. Miras el interior de tu calabaza de plástico y descubres unos chicles Canels de 1970; dos bolsitas de mentas de algún restaurante; galletas sin envoltura que para lo único que sirven es para desintegrarse en miles de moronas, y lo peor de todo: FRUTA. Eso es lo que llamamos los productos zombi: los no deseados, los que ya pasaron su fecha de caducidad o los que tienen cero colorantes artificiales. ¡¿Qué pex, señor vecino?! ¡Se le avisó!

3. Tocas a la puerta del Scrooge del Halloween: Si recibir productos zombis no era suficiente para arruinar tu velada, llega a la escena tu vecino malencarado. Es aquel que no solo te niega los dulces, encima te alecciona sobre el valor cultural del Día de Muertos. Te repite una y otra vez que tú estás destruyendo esta tradición con tu disfraz de poliéster y tu ritual de consumo neocapitalista. Claro, él te lo dice mientras se toma una Coca-Cola y se fuma sus cigarros Marlboro.

4. Te asocian con la momia malandra de 17 años: Aún eres un niño y no puedes andar en la calle solo. Como tus papas no están dispuestos a salir al frío para seguirte, se ponen de acuerdo con algún vecino para que su hija/hijo adolescente cuide de ti y tus hermanos o amigos. Aquel grandulón se aprovecha de su estatus privilegiado para colocarse hasta adelante en la repartición de los dulces, robarte los que ya has recolectado y arrancar algún elemento esencial de tu disfraz. Lo peor que te puede pasar es disfrazarte del mismo monstruo que aquel malandro, porque cuando estrella huevos a la puerta de algún vecino, te confunden con ella/él. ¡Agarren a la momia! No tiene sentido dar explicaciones, solo corre. Y el próximo año, disfrázate de algo más original.

5. Se te escapa la cornucopia dulcera: Pedir dulces de puerta en puerta es una actividad ardua y en algún punto de la noche querrás darte un respiro. Ten cuidado, los buenos dulces suelen ser como los cometas, si no estás atento, se te escapan. Suele pasar que mientras estás sentado contando los dulces en tu calabaza, uno de tus amigos te dice que a dos cuadras hay un vecino que regala Paletas Payaso y Kinder Sorpresa. Corres hacia la casa pero al llegar, aquel ser dadivoso te mira con ternura y enuncia la frase: ‘Hijoles, mija, ya se me acabaron los dulces’. Tu espíritu quedará magullado por el resto de la noche.

Las veces que los espíritus de la noche estuvieron de tu lado

1. Tocas a la puerta del Jack Skellington de tu colonia: De vez en cuando, las puertas de otra dimensión se abren ante ti. No estamos hablando de Stranger Things, sino cuando tienes la oportunidad de pedir calaverita en algún fraccionamiento de personas con alto poder adquisitivo. Al principio podrás sentirte fuera de lugar entre tanta opulencia, pero pronto se te olvida cuando uno de los vecinos te regala cosas inimaginables. El mismísimo Capulina le regaló a un miembro de Verne una dotación de lápices de Hello Kitty. A sus 31 años sigue aprovechando cualquier ocasión para presumirlo.

2. Te vuelves el Carlos Slim de los Miguelitos: Ya avanzada la noche, tú y tus amigos comenzarán a hacer un conteo de dulces para averiguar quién ha logrado acumular más. Al principio prefieres no revelar el total. Como una subasta en ¿Quién da Más?, esperas a que todos griten un número y tú esperas pacientemente para dar tu cifra. Todos se asombran por la cantidad de dulces que has recolectado: 40 mini Snickers, 10 bolsas de Panditas, 4 cajitas de Nerds y tantos Miguelitos que has perdido la cuenta. Tus amigos creen que has hecho trampa. Pero tú sabes que tus años de experiencia te respaldan.

3. Logras espantar a alguien: A veces se nos olvida, pero el punto de nuestros disfraces es inspirar miedo, al menos esa era la intención original del Halloween. Si eres de esos que se lo tomaba muy en serio, hacías todo lo posible por sacarle un susto a alguien, aunque fuera con el típico ataque por la espalda. Los buenos espantadores son pacientes y cuando todos están muy distraídos contando o comiendo dulces aprovechan el momento para atacar. Escuchar aquellos gritos con eco es muy satisfactorio, aunque provengan de tu pobre hermana/hermano menor.

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