Estoy reconstruyendo con mis manos el pueblo extremeño donde soy el único habitante

Es el mismo pueblo en el que mi madre aprendió a leer y a escribir

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Antonio Carrizosa
Antonio Carrizosa.

Mi madre me lo contaba desde pequeñito. Tanto ella como mi padre se criaron en unas minas de plomo, en San Rafael. Como no había colegio en el campo, aprendieron a leer y a escribir en Los Rubios (Badajoz), donde sí había maestro. Siempre me decía que era un pueblo muy bonito y que le tenía un cariño especial porque le traía recuerdos de infancia. Ellos se conocieron de pequeños y venían caminando desde la mina hasta Los Rubios. Después, de novios, cuando este pueblo era el centro de baile en la zona, con unos 80 o 90 habitantes, venían de fiesta.

A mis 16 años vi cómo la aldea se iba vaciando y cómo se derrumbaban las casas. Me daba tanta tristeza que durante mucho tiempo tuve en la cabeza: a esta aldea le daré vida alguna vez. Hasta hace 11 años yo vivía en Zafra y tenía una asesoría fiscal, pero seguía paseando entre las casas y seguía pensando lo mismo. Para entonces ya llevaba muchos años queriendo salirme de esa gran mentira en la que todo consiste en levantarse, trabajar y morirse rico. ¿Para qué queremos el dinero si no podemos comprar lo más importante: el tiempo? Ahora prefiero pasear y recuperar la aldea.

Como a los 28 años me hice un plan de pensiones para jubilarme a los 55, ahora puedo permitirme vivir en un pueblo vacío. Solo necesitaba encontrarme a mí y estar con la naturaleza y con lo de verdad. Pero eso no significa que no esté en sociedad. Los miércoles por la tarde me voy por carreteras secundarias, llego a Córdoba, a una tetería, y siempre conozco a alguien. Por las noches voy a un bar de jazz en directo en el que disfruto escuchando música y hablando. Eso sí, vivir sin vecinos es alucinante porque cuando vuelvo aparco donde quiero.

Vine para hacerme con una casa, pero no había ninguna a la venta. Los dueños de una finca habían comprado casas para vacas y cerdos. Cuando murieron, sus hijos me vendieron dos. Les di lo que llevaba de señal y a la semana siguiente fui a pagarlas y me acabé llevando alguna más. Seguí pasando por Los Rubios y fui comprando más casas. Ahora hay 25 y he reconstruido nueve.

Me estoy preocupando más de las casas de los demás, para darle vida al pueblo, que de mi propia casa, que aún no he terminado de reconstruir. Disfruto más con lo que hago que con las posesiones. La propiedad no cuenta; es la creatividad lo que vale: ver cómo recuperas cosas, cómo les das vida. Es una satisfacción. Mis manitas. Mis manitas que no sabían más que firmar...

Mi amigo Fernando y yo hemos creado la Asociación Cultural Aldea de Los Rubios. Nos encargamos de arreglar caminos, vamos a los plenos del ayuntamiento y echamos para atrás ordenanzas. Aquí cobran contribución urbana. Tú ahora solicitas permiso de obra y no te lo conceden, porque no saben lo que es esto. Los Rubios es una entidad local menor desde el 13 de junio de 1934. La gente se habrá ido o no se habrá ido, pero esto sigue siendo una entidad local menor. Si mi carné dice que yo vivo en Los Rubios, con la constitución en la mano yo debería tener los mismos derechos que un ciudadano de la calle Serrano de Madrid, ¿no? Aquí las cartas llegaron hasta hace 30 años, pero ya no viene ni el correo. Ahora me las mandan a Azuaga, a casa de mi amigo.

Como aquí no tengo donde hacer la compra, normalmente voy a Azuaga y recojo las cartas. Allí, además, voy cada mañana a desayunar a una taberna, que está en la calle en la que me crié, porque se junta una gente muy variopinta. Te pegas una hora o dos de palique y estás a gusto. Sacas lo divino y lo humano. Es que no te puedes encerrar, necesitas estar en contacto con la gente porque nunca sabes lo que vas a necesitar. Después, ¿cómo te haces una casa? ¿Cómo consigues las cosas? Yo creo que todos tendríamos que llevarnos bien y llegar a un entendimiento. Hablar, dialogar, sacar las cosas buenas y las malas. Prefiero estar hombro a hombro y sentir la piel del personal. De la gente solo quiero lo bueno, que malo ya tengo yo.

Cuando vine aquí, no sabía hacer ni mezcla. Un amigo me enseñó y lo primero que hice de cemento fue una chimenea, que está muy torcida. Yo no sabía que existe una cosa que se llama nivel. Las calles están más o menos puestas. Le digo a las niñas de Fernando: "¿Os gusta este nombre?" Dicen: "Sí, nos gusta". Y se queda. En la calle del Viento, porque siempre corre el aire, me pego unas horas de lectura que no veas. Leo todo lo que me cae en las manos porque todo tiene algo que decir. Empecé a leer a Herman Hesse, a Kafka y a Nietzche a los 13 años. Siddharta es el libro del que más he aprendido. Que te diga tu padre: vas a pasar hambre. Sí, voy a pasar hambre, pero voy a saber lo que es el hambre. Ahora estoy con La agonía de un déspota y El péndulo de Foucault.

Lo que quiero es reconstruir la aldea. Darle vida. En Internet, una página web del Ayuntamiento daba a entender que Los Rubios es un pueblo sin historia. ¿Cómo que no tiene historia? Aquí han estado meses y meses máquinas de esas partiendo piedras, llevándoselas en camiones. Eran dólmenes, pero ellos ven piedras. Cuando estaban aquí los templarios, llegó un grupo santiaguista que se conocía como Los Rubios. Llegaron hasta aquí cuando esto era del Reino de León. Aquí yo soy rubeño. A veces he oído rubejo. Pero pregunté y me dijeron que eso era por José, que era rubio de pequeño. José es el único que está aquí todos los días, porque viene a trabajar al campo, pero no vive aquí.

Yo no he sido capaz de vivir en ningún sitio. He vivido en Madrid, en Huelva, en Barcelona, en Valencia, en Salamanca, en Granada, en Badajoz y en Sevilla, pero aquí es donde llevo más tiempo. Llevo ya once años haciendo lo que me apetece, pero noto que últimamente el cuerpo me pide que haga algo más. No me pide que vuelva a meterme en los negocios, ni en la asesoría fiscal, pero es que hay grandes cosas que se pueden hacer. La gente suele pasar de hippie a yuppie, pero parece que yo tengo el cerebro al revés y he pasado de yuppie a hippie.

Lo primero que quiero es devolverle la vida a este sitio, porque le tengo cariño, por mi madre. Luego quiero reconstruir con vistas a turismo rural, para que algún día aquí puedan vivir de eso. Es un sitio increíble y una encrucijada de caminos: justo al lado empieza Córdoba.

Cientos de golondrinas se crían en la que será mi casa, aunque todavía no la he hecho. Desde que vine he estado haciendo la de Fernando, la de Diego...Aquí pierdo el poco tiempo que tenemos, pero lo disfruto. Porque, ¿tú crees que le queda mucho tiempo a la Tierra, con lo que le estamos haciendo? He puesto la ducha en el patio, junto a las plantas. Estar aquí en medio y que te caiga el agua es una sensación increíble.

Cuando termine de arreglar esto, me iré por ahí a hacer la ruta de la morcilla: quiero probar todos los tipos de morcilla que se hacen en España. Estas casas algún día serán de otras personas, no sé quiénes. Acabaré lo que pueda y, si no, que lo acabe el que venga después. Si quiere.

Texto redactado por Virginia Mendoza a partir de entrevistas con Antonio Carrizosa.

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