Todos conocemos a alguien que va a trabajar en manga corta aunque esté nevando, como es el caso de Óscar, que este miércoles ha venido a la redacción de El País en pantalón corto, sin jersey ni chaqueta y en plena ola de frío polar. Óscar se siente cómodo vistiendo así y añade que nunca se pone enfermo. "Si yo me limitara a quedarme en mi zona de confort -añade-, dejaría de hacer muchas de las cosas que hago". Como venir a trabajar en bici. Eso sí, con guantes.
Tenemos termorreceptores debajo de la piel: los corpúsculos de Ruffini sirven para percibir el calor y los de Krause, para el frío. Una persona (como Óscar) puede tener menos que otras. La actividad de estos receptores también puede variar con la edad y según nuestra experiencia; por ejemplo, si hemos vivido gran parte de nuestra vida en un sitio frío (como Óscar, que es de Gijón).
¿Pero podemos influir en estos receptores con el poder de nuestras mentes? ¿Es cierto que el frío es psicológico y que es, como asegura Óscar "un estado mental"?
Todo está en el cerebro
Primero, hay que dejar claro que “ningún sentido es psicológico, en el sentido de espiritual o mágico -explica Ignacio Morgado Bernal, catedrático de psicobiología de la Universidad Autónoma de Barcelona-. Todo es fisiológico, ya que todo son cambios en el cerebro”. De hecho, “el cerebro crea la sensación de frío o calor, aunque lo sintamos en el cuerpo”. Por eso podemos sentir frío en una mano incluso aunque nos la hayan amputado. En esto coincide Carlos Belmonte, investigador del Instituto de Neurociencias y catedrático de Fisiología de la Universidad Miguel Hernández de Elche.
La sugestión puede funcionar, pero sólo hasta cierto punto
Dicho esto, ¿puedes convencerte a ti mismo de que hace menos frío y sentir menos frío de verdad? Belmonte explica que “la intensidad de la percepción de las sensaciones se puede modular”, pero añade que “el frío es frío: es una serie de señales que van al cerebro y su sensación es proporcional y se mueve en un rango”.
Los procesos de regulación de temperatura son por lo general automáticos: “El cuerpo intenta producir calor y ahorrar pérdidas de la forma más simple”, como la vasoconstricción, que lleva a que llegue menos sangre a la piel, por lo que se mantiene a una temperatura más baja y el cuerpo pierde menos calor. A estos mecanismos se unen “las protecciones conductuales: nos ponemos al sol, nos tapamos…”.
Morgado también es escéptico con el poder de la sugestión: “Si estamos preparados y mentalizados, lo podemos resistir mejor, pero no mucho”.
A no ser que seas un monje tibetano
Morgado se muestra más abierto a los resultados de un estudio que refleja que los monjes tibetanos que practican un tipo de meditación llamado g-tummo son capaces de incrementar la temperatura de su cuerpo. De hecho, tu-mmo en tibetano significa “calor interior”. “Puede ocurrir, aunque actualmente es difícil explicar cómo funciona ese mecanismo fisiológico”.
Belmonte añade que "se puede aumentar conscientemente la vasoconstricción y el metabolismo basal, para subir la temperatura del cuerpo, del mismo modo que ocurre con el ritmo cardiaco. Son funciones en general inconscientes, pero que pueden estar bajo control".
No estamos a tiempo de mudarnos al Tíbet a aprender técnicas de meditación por lo que Belmonte recomienda abrigarse y recuerda que en invierno comemos más e ingerimos más calorías porque tenemos más frío. También hay que evitar la sequedad en ojos y piel.
Lo peor son los cambios de temperatura
También hay que tener en cuenta que los sentidos térmicos son relativos y no absolutos. Es decir, sentiremos más frío si salimos de la oficina, con su calefacción central, “por lo que podemos sentir la misma temperatura de manera diferente en momentos diferentes”, explica Morgado, que añade que los cambios, por pequeños que sean, “son lo que más notamos y más nos hacen sufrir".
Nos cuesta adaptarnos al frío
Nuestros sentidos muestran dos tipos de respuestas. Por un lado, la adaptación, que ocurre por ejemplo con el tacto. La sensación de tocar algo puede desaparecer casi por completo al cabo de un rato. Por otro lado, la habituación: no hacemos caso de lo que sentimos, pero no dejamos de sentirlo. Nos pasa por ejemplo cuando oímos el ruido de una obra y nos acostumbramos a él, pero cuando para, nos damos cuenta.
“El sentido térmico se adapta poco (y se habitúa más) -explica Morgado-. Si tienes mucho frío, no lo dejarás de notar. Además, la sensación disminuye poco y muy rápidamente”. Es decir, si salimos a la calle, a los pocos minutos podemos adaptarnos algo al frío, pero tras ese tiempo la sensación “ya habrá disminuido todo lo que podía”. Ese es el frío que tendremos y la forma de solucionarlo es abrigarse aún más o volver al sofá. O, insistimos, ir al Tíbet a estudiar meditación g-tummo.
Nuestro cerebro y el frío
Aunque aún es mucho lo que desconocemos al respecto, hay estudios que apuntan a que nuestra psicología puede influir parcialmente en cómo sentimos el frío y, al revés, el frío puede influir en nuestras ideas y emociones, aunque no necesariamente a voluntad. Por ejemplo:
- El frío se contagia. Según un estudio reciente, si vemos a alguien tiritando, por ejemplo, es probable que empecemos a sentir frío, debido a las neuronas espejo del cerebro. Morgado apunta al respecto que “todo el cerebro es espejo”, en el sentido de que si nos estimulan de la misma forma es muy probable que se activen las mismas áreas. “Los humanos y muchos animales, como los primates, tendemos a imitar una conducta cuando la vemos -añade Belmonte-, y también ensayamos neuronalmente una acción aunque no la estemos haciendo”. Por lo que si vemos a alguien tiritando, “lo podemos interpretar como una anticipación de que va a hacer frío”.
- La soledad puede causar la sensación de frío, según un experimento en el que las personas que se sienten socialmente excluidas de un grupo creían que en la habitación hacía más frío y pedían más bebidas calientes, en lugar de refrescos. Belmonte recuerda que cualquier malestar tiende a que toda situación se sobrelleve peor: no sólo el frío, también puede ocurrir, por ejemplo, con el dolor crónico.
- Si tenemos una taza con una bebida caliente entre las manos, pensamos mejor de los demás y los calificamos como más generosos y amables, además de confiar más en ellos.
- Y al revés, cuando sentimos frío también tenemos menos dificultad a la hora de atribuir conductas negativas a otras personas, como muestra este experimento en el que las personas que pasaban más frío eran más propensas a considerar que un delincuente ha cometido sus crímenes a sangre fría.