Es posible (aunque no sé si probable) que haya escritores mejores que Terry Pratchett. Pero a muy pocos les recordaremos y releeremos con tanto afecto. No se trata de una mera impresión personal: en cuanto se supo la noticia de su muerte, el jueves por la tarde, Twitter se llenó de mensajes de cariño, hasta el punto de que Terry Pratchett, #MiPrimerPratchett y Mundodisco se convirtieron en trending topic en España. No sólo eso: más de 20.000 personas han firmado una petición online para pedirle a la Muerte que nos lo devuelva.
Uno de los motivos que explican este afecto es que la mayoría comenzamos a leer a Pratchett en la adolescencia, que es un momento crucial para nuestras vidas (y nuestros cerebros). Nos seguimos divirtiendo con sus libros por el mismo motivo por el que nos sigue gustando la música que escuchábamos de adolescentes. Necesitamos una experiencia rica en emociones durante esta etapa y, tal y como explica a Verne Giovanni Frazzetto, autor del libro Cómo sentimos, "esta riqueza es aún mayor gracias a estímulos como los libros, la música y el cine". Durante este periodo, las reacciones emocionales son más intensas y tenemos más capacidad de aprendizaje que de niños o de adultos. También recordamos más eventos de nuestra adolescencia y juventud, porque, como explica Katy Waldman en Slate, en este periodo nuestra identidad se está formando. A esto contribuye la literatura, que “altera nuestras conexiones mentales y crea nuevos pensamientos”, según recoge el Telegraph en un artículo sobre cómo influye la narrativa en nuestro cerebro.
Leer ficción nos ayuda a “entender mejor a otra gente, a empatizar con ellos y a ver el mundo desde su perspectiva”, como escribía Annie Murphy Paul en un artículo del New York Times sobre lectura y neurociencia. "Intentamos entender lo que pasa en la mente de un personaje y, al hacerlo, mejoramos nuestra capacidad cognitiva social", añade Frazzetto. Esto cobra especial interés si hablamos de un mundo como el de Terry Pratchett, con magos, baúles con patas, gnomos que viven en grandes almacenes y jóvenes torpes, uno de ellos aprendiz de la Muerte. Es decir, este autor nos abrió los ojos a todo lo fantástico que puede haber en el mundo y satirizó y parodió (amablemente) todo lo que nos iba a desagradar de él (incluida la muerte).
Además, Pratchett comenzó a traducirse y a leerse sobre todo a partir de finales de los 80 y mediados de los 90. No sólo eran libros que leímos cuando llegamos a la adolescencia, sino que el propio Pratchett fue un fenómeno de esa época. Fue Nirvana. Fue Radiohead. Fue Trainspotting. Pero muchísimo más divertido.
Y no se quedó allí. Le conocimos de jóvenes, pero nos ha acompañado durante décadas. Sin haber leído muchos de sus libros, sobre todo si recordamos que escribió unos setenta, puedo decir que comencé con el Mundodisco con 13 o 14 años y no hace mucho, más de veinte años después, leí Buenos presagios. En ningún momento me planteé si era un autor para adolescentes o no. Pratchett era ese tipo que me había hecho reír en voz alta tantas veces. Y que lo consiguió una vez más.
Este es otro factor clave: el humor. Sus libros están asociados a buenos ratos y eso nos ayuda a recordarlos, como apunta Frazzetto. De hecho, Pratchett fue una de las personas que nos enseñó a reír: "Reír (y sonreír) es contagioso -añade el neurocientífico italiano-. Los estudios demuestran que cuanto más sonreímos de niños, más sonreímos y somos felices de adultos. Es una actitud mental que podemos aprender". Tampoco podemos olvidar que la risa es fundamental en nuestras relaciones con los demás, incluyendo también la relación entre escritor y lector. En resumen, Pratchett nos hizo reír tanto que es normal que el jueves se nos saltaran las lágrimas.