El ciudadano medio de Ciudad de México, como cualquier otro del planeta, cuando cruza el torno del metro lo que pretende es llegar a su puesto de trabajo, a visitar a la novia o tiene una comida en casa de la abuela. Ese boleto de entrada, sin embargo, en esta capital tiene incluido un servicio no requerido que se sube una y otra vez en cada una de las estaciones en las que el convoy hace parada:
“¡A diezzz pesooooos!
¡Bara, bara!, ¡llévelo, llévelo!
¡A diezzzz pesooooos!”
Siempre la misma frase; la misma entonación; la exacta prolongación de las vocales. Prácticamente en cada una de las ocasiones en que se abren las puertas, una de las decenas de personas que se agolpan para tratar de subir al vagón en esta ciudad de 22 millones de almas lo hace para bajarse en la próxima. Una vez tocado el silbato de arranque, el anónimo, casi invisible entre el bulto de pasajeros, gritará a pulmón abierto lo que viene a ofrecer a su apretujado público involuntario.
"La actividad de venta ambulante en el metro es ilegal, y está controlada por diferentes mafias", asegura desde su guardia en la estación de Insurgentes el Agente C. Luna. "Ahora en el distrito de Guerrero se han aumentado las sanciones hasta 800 pesos (48 euros), la retirada de la mercancía y hasta 36 horas de arresto. Los que trabajan en las líneas de fuera de esa zona se atienen a la ley antigua y la multa es de apenas 60 pesos (3,5 euros). Al vendedor ambulante le sale a cuenta si le agarran allí", asume.
Arturo Ferrá es el único de esos posibles multables que da su nombre para este reportaje. Pasea con su bolsa opaca a pocos metros del teniente Luna sin disimular demasiado. El oficio de comercio subterráneo a él le ha dado para alimentar durante 40 años a cuatro de familia. La media de ganancias le sale a unos "100 pesos" (seis euros) al día. El negocio, aunque pueda parecer un poco caótico como lo es todo en este transporte, está perfectamente medido: los vendedores forman parte de grupos que se reparten las líneas y las paradas. La antigüedad se cuenta y nadie va por libre.
Los posibles compradores tienen a su disposición en cada estación un nuevo producto. El precio varía entre cinco y 20 pesos (30 céntimos de euro a 1,20 euros). En los vagones de este suburbano se puede comprar, “bara, bara” (barato), prácticamente de todo.
1. Las que son tan baratas, que es imposible no picar. ¿Quién no ha soñado alguna vez con ser poseedor no de uno, sino dos cortauñas policromados al módico precio de “10 pesitos, llévelo” (60 céntimos de euro)?
2. Aquellas cosas que sabes que no vas a usar desde antes de comprarlas. A cualquiera se le va instintivamente la mano a la cartera cuando escucha que a 20 pesos (1,20 euros) puede ser poseedor de un "manos libres para el automóvil". Evidentemente lo quieres, aunque vayas en metro porque no tienes coche.
3. Lo que valdría 10 veces más en una tienda. No te hace falta ni salir maquillada de casa. 10 pesitos (60 céntimos) y para ti el estuche completo con pintalabios, máscara de pestañas y colorete incluido. Los cristales del convoy sirven de espejo. Y es que es más que habitual ver a las mujeres maquillándose de camino al trabajo, tal vez por lo largo que es el trayecto desde sus casas. Muchos de estos cosméticos llevan logos de marcas conocidas, aunque de dudosa procedencia.
4. Lo que nunca sobra. Si tu hijo todavía está en la escuela, nada de gastar en papelerías, que aquí en el suburbano ocho bolígrafos salen a menos de medio euro; un paquete de material escolar a no más del doble; y en el mismo vagón se compra el libro que explica la historia de México "al completo".
5. Los que te ayudan a seguir la actualidad. ¿Quién no se ha topado alguna vez con la incómoda situación de tener que presentarse en un juicio? "Civil, mercantil y familiar, todo lo que necesita saber para sus juicios orales", jura el vendedor. "¡Cómo debe ser usted ser en los juiciooos! ¡Trámites, procesos de juicio, demanda y contrademandaaaaa! Diezzz pesooossss!". Los manuales van cambiando con la realidad política del país: cuando México discutía sobre la reforma de los hidrocarburos, en los vagones se vendía la Ley Petrolera.
6. La tienda de alimentación. ¿Hambre?: Dulces, chocolates y piruletas para usted. ¿Sed? Helados congelados que pueden aguantar la mañana entera sin ablandarse de línea en línea. Aquí que no sufra tampoco el que se encuentre débil de espíritu, que en el Metro de México le enchufan una vitamina C por 10 pesos y llega al trabajo efervescente perdido.
7. La farmacia ambulante: Ferrá, el de los 40 años de oficio como vendedor-topo, cuenta que ha pasado por postales navideñas, plumas, kits "de lo que sea" y ahorita ha decidido que el producto clave son las cremas de árnica, que lo mismo sirven "para golpes, que para torceduras que para inflamaciones".
Otro hombre, de su misma escuela de farmacia, entraba poco antes al vagón ofertando algo parecido, en su caso para el reúma. Y con intención o sin intención de hacerse con el sector de los depresivos crónicos, le sigue a otro señor que vende libros de autoayuda para viajeros fastidiados.
8. Alimentos para el espíritu: “¡Es un hombre trabajador y honesto, carpintero de Nazaret!”, suenan unos altavoces a volumen Festival de Benicàssim. La biblia en CD asegura una salvación locutada sin gastarse más de 60 céntimos de euro.
9. El hilo musical: Sospechoso el tipo que pasa vendiendo los 300 mejores éxitos del rock en español con un altavoz cargado a la espalda. En la siguiente apertura de puertas se sube el de la venta de audífonos (auriculares), y seguidamente el que tiene los cargadores universales. Que nadie tenga excusas.
También están a los que les va la recopilación que irradia una mochila con altavoces, nada menos que "las más grandes guarachas del momento"; si no puedes buscar al paseador de las "grandes Salsas"; y si no al de los clásicos: De Roberto Carlos a Camilo VI pasando por José José y el Iglesias más insigne de la saga.
10. Utensilios para los manitas: Juego de martillos, dos destornilladores y cúter para el que se acuerde que tiene que poner un cuadro en casa: 10 pesos. Tres botes de Cola Loca (pegamento extrafuerte) para el que rompió ayer un jarrón; y un paquete de 25 agujas más chapita de la Virgen por apenas cinco pesitos de nada. Las “miniextensiones” son marca Truper, pero a veces funcionan cuando las pruebas en casa.
11. Complementos tecnológicos: Obviamente, si uno se compra por cinco pesos el trapito para limpiar el móvil y la funda de plástico para evitar ralladuras, no va a tardar en llegar la joven con niño a cuestas que por solo el doble de precio te ofrece la “funda portacelular”, adquirible junto a la “muñequera portadinero”.
12. Los pasatiempos: Y para los que se tienen que hacer trayectos largos y aburridos siempre queda comprarse una sopa de letras o un libro de ortografía, por muchos acentos que le falten a la portada. Tan bara, tan bara (barato), que uno puede perfectamente pasar por alto esas nimiedades.