Pedro González, un quinceañero, abre la puerta. Unas 80 guitarras acústicas, eléctricas y bajos cuelgan de las paredes de la tienda. Sin dudarlo, va directo a por una Gibson del 55 de 18.000 euros, la más cara y que había pertenecido al músico de jazz estadounidense Kenny Burrell. La agarra, se sienta en uno de los taburetes y comienza a rasgar las cuerdas. El dueño del establecimiento, Israel Domínguez, se gira, lo mira y dice: “Cómo toca el puto crío ¿no?”.
Ocurrió hace dos años, una tarde de mayo de 2013. Hoy Pedro tiene 17 años. “Me sorprendió mucho”, recuerda el propietario. “Estaba tocando jazz a un nivel increíble. Flipé, literalmente flipé. El tío llegó y escogió la más cara sin saberlo. Con 15 años”. Desde entonces, como si fuera una rutina, Pedro no falta a su cita en la tienda Headbanger en la calle Palma número 73 de Madrid. Entra, se sienta y comienza a tocar. Acude, mínimo, una vez por semana.
Jazz y más jazz. Esa es su mentalidad, su sueño, su vida. “Mi padre leyó en el periódico que en esta tienda se podía tocar sin comprar. Me dijo que los dueños eran muy majos y que había que venir sí o sí”, dice a Verne.
Hace dos meses, su padre y él volvieron al local con una noticia desde Getafe, donde viven. “Israel, Pedro se quiere dedicar a esto y se va a presentar a las pruebas de la Escuela de Música Creativa. Nosotros, como sabes, estamos jodidos de dinero y tiene que conseguir la beca”. La respuesta no tardó ni un segundo: “Pilla la guitarra que quieras. Te la dejamos para el examen”. La Escuela de Música Creativa de Madrid es privada. Solo la matrícula cuesta cada año 4.000 euros. La carrera de jazz son cuatro, pero hay 20 becas que cubren el 50%. Eso sí, hay que superar dos pruebas. Para la primera había que mandar un vídeo tocando la guitarra. Se presentaron más de 200 alumnos. Apto. Pedro pasa el primer corte y forma parte de esos 125 alumnos que han llegado a la ‘final’. Siguiente examen. Toca ir al centro educativo y hacer una demostración con una guitarra delante de un jurado. A los tres minutos, Pedro eclipsa al tribunal. Ahora solo falta la entrevista con los directores de la Creativa. Superada. Consigue la beca.
“Es un chico muy talentoso. Nos dejó a todos sorprendidos. No solo por su habilidad sino por su seguridad”. Quien habla desde el otro lado del teléfono es Nereida Fonseca, la directora de la Fundación Música creativa. “Para nosotros, Pedro es un regalo. Tener el camino claro es parte del camino. Quiero destacar su apoyo familiar: no es fácil asumir que un niño se quiera dedicar a la música”. Pedro tiene los 2.000 euros en el bolsillo. Ahora le hacen falta los otros 2.000 para pagar la matrícula del primer año.
Su padre, Paco, de 49 años, es fotógrafo freelance y desde hace meses no encuentra trabajo. Y su madre, tampoco. Hablando de Pedro, como a cualquier padre, se le cae la baba. Dice que a “Pedrito no le gusta el fútbol y que solo se interesa por la música y el cine”. Sin embargo, desliza que no sabe de dónde “coño” le viene todo esto del jazz. “Son cosas suyas”, remarca. Hace cuatro años que le regalaron una guitarra por lo bien que tocaba el piano en el conservatorio de Getafe, donde acude desde bien pequeño. “Y así, hasta ahora”.
Las guitarras entran en juego
Israel sabe la situación familiar de Pedro y llama a Lidia Martín, la copropietaria de la tienda Headbanger. Un nombre que viene del término que acuñó Led Zeppelin al ver a sus fans sacudir con contundencia sus cabezas al ritmo de la música. Hay poco tiempo para pensar en cómo ayudar al chaval y en dos días dan con la clave. Los artistas Xoel López, Leiva, Amaral, Twangero, Dinero y Franela aceptan la idea. “Si hacemos dos días de conciertos en la tienda, metemos a 40 personas y cobramos 25 pavos por la entrada, tenemos los 2.000 euros”.
Del concierto, Pedro y su familia no sabían nada. Israel y Lidia llaman a la Escuela de Música para preguntarles por el día que se iban a publicar oficialmente las becas. Con la agenda de los músicos cuadrada y los carteles impresos, solo faltaba una cosa. “Paco, no le digas nada a tu hijo”. Ni se lo esperaba.
El jefe de Hoy empieza todo en Radio 3, Ángel Carmona, lo publica en su Twitter el pasado viernes. “Oportunidad para ver a Leiva, Xoel, Amaral y el Twangero. Y por una buena causa“. Se agotaron las entradas.
“Recuerdo que fui un día a la tienda y vi un chavalito muy jovencito vestido de rapero tocando jazz. Me quedé impresionado”, cuenta Carmona. “Empezamos un concierto en la tienda y le dimos una guitarra cuando nos arrancamos con Rocking in the free world de Neil Young. Se puso a tocar como un diablo. Le pasé la grabación a Ariel Rot y me dijo ‘¿pero qué coño va a aprender este chaval si ya lo sabe todo?”. El director que combina humor y música sin complejos en la radio pública se sumó a la causa y echó un cable en lo que pudo. “Pedrito es menor de edad y no puede tocar en salas. Si queremos verlo tiene que ser en el Retiro con su colegas, ¿es de recibo? Si hiciéramos este concierto en la Sala Sol, él no podría entrar. Esto ocurre en España y no puede ser”.
Hace dos semanas que terminaron las clases de segundo de Bachillerato. A Pedro le ha quedado Inglés para septiembre. Para abstraerse, acude a la tienda casi a diario: “Mi padre me contó que me iba a dar algo pero no el qué. Un día, hablando con el lutier de la tienda me dijo: ‘¿Oye Pedrito no has visto el cartel de la puerta?'. Me acerqué y dije '¡hostia!'. No me lo podía creer. Les debo mucho a todos, a Israel, a Lidia, a los artistas y a la gente que ha pagado la entrada”.
Este jueves fue el último concierto. Apoyados en una de las esquinas blancas del local estaban Óscar Merino y Cristina Blanco, de 25 años. Salieron de trabajar sobre las 16h de la tarde, pillaron el coche desde Guijuelo (Salamanca) y vinieron a Madrid para ver el recital. “Me enteré por un tuit de Carmona y le mande un WhatsApp a Cris”. Ella no dudó: “Me encanta Leiva y tenía que venir”, dice. Ninguno de ellos ha oído a hablar de Pedro. Ni si quieran lo han visto, todavía.
Silencio. Sale Xoel. Todo en acústico. Arranca con canciones de Paramales, su último disco. Aplausos y guiño para Pedro, que escucha desde una esquina los consejos de Carmona. Silencio. Sale Leiva. “La primera pregunta que me hice fue: ¿por qué él y no otro? Pero lo escuché y flipé. Es un Django Reinhardt en potencia”, cuenta desde el improvisado escenario. Suenan temas de Pereza, de su último trabajo en solitario y una versión de Crímenes Perfectos de Calamaro:
- Y ahora pido que vuelva Xoel y que salga Pedrito.
Xoel, que estaba bailando y haciendo carantoñas a su bebé, regresa al tablao improvisado de la alfombra. Sobre ella, dos amplis. Las guitarras colgadas observan desde arriba el momento en el que sale Pedro. Se ajusta su gorra, se coloca su camisa tropical azulada, agarra la guitarra y la pone entre sus sus bermudas raperas. Discretos, sobre la pared blanca, su padre y su madre, se miran, sonríen. Al lado de la puerta acristalada Israel inmortaliza el momento con su cámara de fotos. Bocas abiertas, codazos al estilo: “Estás viendo, ¿no?”. A Leiva se le escapa un “¡Joder, qué cabron!”. Los tres artistas concluyen entre aplausos con el solo de guitarra anunciado. “Por Pedrito”.