En algún momento del año 2010 Amador González estaba ayudando a limpiar una carpintería en el pueblo tarraconense de Cornudella de Monsant cuando halló un extraño palitroque.
-Pero ¿esto qué es?- preguntó.
-Es el mástil de una barca - le respondieron -, la tenemos donde el pantano, puedes quedártela si quieres, pero ya no sirve para navegar.
Entonces a Amador (Reus, 1971) se le encendió la bombilla: pondría ruedas a la embarcación y la utilizaría para hacer el viaje de 3.000 kilómetros alrededor de la Península que planeaba y que llenaría dos años enteros de aventuras, encuentros y pequeños dramas. Era, probablemente, el único carrobarca que surcaría los caminos y carreteras españolas.
¿Qué le había llevado a este viaje? La historia viene de lejos: Amador había sido portero de un equipo de fútbol de segunda regional, el Vila-Seca, hasta lesionarse la rodilla. Después de abandonar el balompié había montado una pequeña empresa de pladur con tal éxito que cada vez le exigía mayor número de ampliaciones, empleados y responsabilidades. Fue entonces cuando sintió la llamada de la selva: dejó todo y se fue a vivir en plena naturaleza, a la orilla del río Siurana, en una casa construida por él mismo. Se hizo vegetariano y viajó como mochilero durante un año por lugares como Australia, Nueva Zelanda, Laos o la Polinesia Francesa mientras que, ya en España, fue sobreviviendo con pequeños trabajos.
"Fue por aquella época cuando, por no saber aceptar la ayuda de los demás y hacer yo solo todos los trabajos, me lesioné las cervicales y empecé a tener ataques de vértigo", explica, "eso me dejó postrado en la cama días, semanas y meses sin ilusión, los especialistas no sabían cómo curarme y necesitaba algo a lo que agarrarme para salir de allí". Y a lo que se agarró fue a sus animales, dos yeguas y un caballo, y a la idea de su viaje alrededor de España, el que ahora relata en el libro Navegando por el interior (Club Editor). Por el interior del país y por el interior de sí mismo.
Comenzó el camino, partiendo de Cambrils un 7 de julio de 2010 con su yegua Noia, que tiraba del vehículo, y su perra Senda. A pesar de lo rudimentario del medio de transporte llevaba un ordenador (que recargaba con una placa solar) y conexión a internet para ir narrando sus aventuras en el blog que luego se convirtió en el libro. "A pesar de viajar de esa manera, y sin dinero (siempre hay alguien que te da algo de comer), vivimos en la época de las telecomunicaciones y tenía que ir contando mi viaje", dice. Sus reivindicaciones eran varias: la energía limpia, la oposición a los alimentos transgénicos, el contacto con los otros o el uso de los caminos tradicionales, vías pecuarias y cañadas. Sobre todo la vida tranquila, al ritmo del "cloc, cloc" de los pasos de la yegua.
Pasó malos momentos, como en Córdoba, cuando la policía le hizo dormir en el calabozo y metió el carrobarca en el depósito de vehículos y a los animales en la sociedad protectora. Las veces que intentaron robarle la yegua, como ocurrió en Logroño. O la noche en la que, por perseguir unas faldas, ató mal a Noia y la lastimó en la pata. "Entonces pasamos dos duros meses en Galicia en los que llovió casi todos los días", dice, "le prometí a Noia que a partir de entonces yo viajaría a pie a su lado a pesar de mi lesión de rodilla. Lo curioso es que, después de ese trayecto, de Benavente a Cambrils, estoy curado de mi lesión". Tiene un recuerdo especialmente malo de la Vía Augusta, una ruta sin apenas arcenes y plagada por prostitutas con problemas de drogadicción y de cruces y flores en recuerdo de ciclistas que había muerto en accidentes.
También buenos, por supuesto: nada más salir, en Monroig, un hombre le invitó a ver el partido de la selección española y, precisamente, en aquel partido el gol de Iniesta conquistó el Mundial. Las cosas iban bien. Su amigo Mey le acompañó durante tres semanas: "Fue el tramo donde mejor comí, porque él lo pagaba todo", recuerda Amador. Además, en varios pueblos de León consiguió algo de dinero dejando engalanar su carro para las fiestas patronales. También fue emocionante la llegada a sus raíces granadinas y coincidir allí con los indignados de la ciudad, en pleno movimiento 15M, donde se leía una pancarta que decía: "Por fin el pueblo ha despertado". "No llegué a coger el micrófono", recuerda Amador, "pero me hubiera gustado decir que no hace falta tomar el poder dando golpe en la mesa de juego sino que hay que conseguir que te dejen sentarte a la mesa para poder así mostrar tus cartas, lo que puedes aportar".
Y así, tras enlazar el Camino de Santiago, la Ruta de la Plata, y el camino Mozárabe, para subir después por la costa de Granada a Tarragona llegó, dos años después, a Cambrils, el punto de inicio, sin hacer ninguna celebración: llegar ya era suficiente evento. ¿Qué ha aprendido en esta ruta? ¿A qué puerto llegó ese viaje interior? "Aprendí, por fin, a aceptar ayuda", responde, "iba sin dinero y sin la ayuda de todas las personas que me encontré por el camino no hubiera llegado a ninguna parte. También a ir a mi ritmo y no al que me impongan. A llevar las riendas de mi vida".
Y también algunas lecciones sobre el polémico tema de Cataluña que últimamente nos tiene en vilo: "Al ir andando tan lentamente por España he visto todas la culturas integradas, en las diferentes comunidades, y creo que eso es una riqueza", dice, "lo que vale es la unión, yo soy catalán, español y ciudadano del mundo. Los políticos de las altas esferas no conocen lo que pasa en las calles ni en los caminos y nos tratan de separar, pero yo creo que se equivocan. Eso sí, que la mayoría diga lo que tenga que decir".
Conserva la barca, aparcada junto al río: "Algunas noches todavía duermo dentro de ella. Es algo así como estar metido en el aparato de resonancia magnética de un hospital".