Hemos dejado todo y vamos a recorrer el mundo en un catamarán

En un mes hemos navegado desde Galicia a Cabo Verde

Hemos descubierto que se puede vivir con muy poco

Nuestro próximo destino: el Caribe

¿Alguna vez has fantaseado con dejar tu vida atrás? ¿Alguna vez has soñado con despertar cada día en un sitio diferente? ¿Alguna vez has sentido el impulso de dejarte llevar por la improvisación? Pues nosotros también y por eso decidimos embarcarnos en un catamarán de vela para conocer el mundo.

Hace un mes que abandonamos Galicia a bordo del Louro, que es el nombre de un monte gallego y también el nombre que hemos puesto a nuestra embarcación. Desde entonces hemos pasado por el puerto de Sines, en Portugal, por el de La Graciosa, en las islas Canarias, y por el de Mindelo, en Cabo Verde, donde nos encontramos ahora mismo.

Aquí hemos conocido a Rui, un biólogo marino con quien nos puso en contacto un amigo nuestro. Y también hemos podido conocer una ciudad llena de gente amable y atenta. Mindelo es un lugar que parece caribeño, pero con mucho sabor portugués. Una mezcla interesante y mucho más colorida que nuestra vida anterior.

Trabajábamos como farmacéutica y organizador de espectáculos. No eran malos trabajos, pero no nos sentíamos a gusto con la rutina de levantarse todas las mañanas para hacer lo mismo. A excepción, claro, de unas vacaciones que, por fuerza, tenían que ser cortas y limitadas a una forma convencional de hacer turismo.

Por eso apostamos por un cambio. Y para nosotros, que llevamos muchas millas náuticas en el cuerpo, la opción más natural era echarse al mar. Y es que hemos participado desde hace muchos años en las regatas más importantes del calendario gallego. Además, hemos hecho unos cuantos cruceros por España, Grecia, Portugal y Croacia. Pero en nuestro viaje de ahora no hay orquestas de crucero ni cócteles extravagantes. Estamos nosotros y el océano. Los sonidos del mar y el viento.

Normalmente, en tierra vivimos con más cosas de las necesarias. En nuestro catamarán nos apañamos con muchas latas de comida (también comemos aquello que pescamos), una guitarra (el piano lógicamente no cabía), muchos libros, un sextante, bastantes herramientas (el mantenimiento del barco es algo que nos lleva mucho tiempo), un botiquín bastante apañado (podemos coser heridas importantes), un ordenador portátil y una olla a presión. Y la verdad es que ni tenemos ni necesitamos mucho más.

Aunque tener pocas cosas en el barco no significa necesariamente que vivamos como ascetas. Por ejemplo, la pasada Nochebuena la celebramos en alta mar. Y cenamos un buen jamón de bellota, algo de salmón marinado, queso de cabra canario (buenísimo, por cierto) y algo de turrón. Como en cualquier casa española. Eso sí, nos faltó el vino, porque cumplimos a rajatabla la máxima de "si bebes, no conduzcas".

Por si te estás animando a seguir nuestros pasos, debes saber que un barco como el nuestro cuesta más o menos lo mismo que un piso medio. Es algo lógico, porque hay que acondicionarlo muy bien antes de la salida y porque, al fin y al cabo, nuestro catamarán es una casa. Este desembolso nos obligará a trabajar en algunos momentos del viaje. Pero, cuando lo hagamos, trataremos de ser los dueños de nuestro tiempo y no caer en lo mismo de antes.

En momentos buenos y malos, tenemos la sensación de que aprenderemos mucho en este viaje. No sabemos cuándo regresaremos a Galicia. ¿En 10 años? Quien quiera estar al tanto de qué descubrimos en este viaje solo tiene que seguirnos en nuestra página web o en nuestra página de Facebook.