Todos los lunes, a las ocho y cuarto de la tarde, van llegando al polideportivo municipal de Carabanchel (Madrid) los miembros de un equipo de fútbol 11. El 27 de junio, mientras Italia sacaba a España de la Eurocopa, un universitario de 21 años esperaba sentado en las escaleras de entrada a que llegase el capitán del equipo. Nadie de su entorno sabía que estaba allí. Sus padres pensaban que estaba estudiando y a sus compañeros de universidad todavía no les ha contado que es homosexual. Él, como otros, ha llegado a este club a través de la aplicación de contactos gay Wapo.
El GMadrid Fútbol11 tiene unos 20 jugadores buenos, regulares y de los que les cuesta que no se les escape el balón entre las piernas. Llevan pocos meses juntos pero ya tienen planes para empezar a jugar en la liga municipal en octubre. Lo que trae a estos hombres de entre 19 y 44 años desde puntos opuestos de Madrid no es la competición o la excelencia futbolística. Lo que buscan es echarse unas risas y una pachanga en un grupo en el que pueden ser ellos mismos: homosexuales (y tres heteros) a los que les gusta el fútbol.
Algunos han jugado antes en otros equipos, como Rubén de Tomás, de 25 años, que estuvo en un equipo de tercera. Allí no le contó a nadie que era gay. “Había mucho machismo y supongo que no lo dije por miedo a que no me sacaran a jugar o a que hiciesen bromas”. Lo de José Manuel Garoz, de 21 años, exjugador de un equipo de juveniles de 2ª cuando tenía 18, fue más lejos. Sus compañeros se enteraron por redes sociales de que era gay y dos de ellos se negaron a jugar con él. Hubo una pelea y “mal rollo”, y el presidente tomó medidas: “Me echaron”, resume. Después se unió a otro equipo, donde decidió no decir nada sobre su orientación sexual. Poco después dejó el fútbol, su pasión, hasta que encontró el GMadrid.
No todos los jugadores han sufrido episodios homófobos en pequeños clubs, pero todos están de acuerdo en que hay homofobia en el fútbol. “Es la mayor discriminación en este deporte, por delante del racismo y la xenofobia”, coincide Paco Ramírez, director del Observatorio español contra la LGTBfobia. “Los clubes no se toman en serio este tipo de discriminación y la hinchada es homófoba”, denuncia.
El observatorio ha denunciado al Fútbol Club Barcelona por los cánticos “Cristiano maricón” durante un clásico el pasado abril y al jugador del Sevilla F.C. Daniel Carriço -junto al club sevillano-, por los insultos homófobos proferidos al árbitro Carlos del Cerro Grande. Hasta ahora solo la segunda denuncia ha terminado en sanción y están considerando emprender acciones por la vía penal contra el Barça. “Es hipócrita que ni siquiera condenó esos gritos, siendo el único club que ha firmado el protocolo contra la homofobia de la FELGTB”, critica Ramírez.
Estadios enteros han coreado antes “maricón” a Michel, Guardiola y Guti. “Uno se siente muy vulnerable ante la hinchada”, dice la psicóloga deportiva Patricia Ramírez, que está convencida de que los vestuarios aceptarían a un compañero gay y no cree que haya homofobia. “El insulto de maricón es casi genérico, ha perdido su intención”, opina la psicóloga, que apunta que “se aprovecha cualquier cosa para atacar al rival, no como una forma de rechazo, sino para desconcentrarle”.
“Algo pasa cuando nadie se atreve a dar el paso y hay 22 futbolistas en 20 equipos de primera, 22 de segunda, otros tantos en 2ª B”, zanja Rubén López, vocal encargado de Deportes en la FELGTB (Federación estatal de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales). Son pocos, muy pocos, los futbolistas profesionales homosexuales que han salido del armario. El pionero fue el inglés Justin Fashanu, que habló de su homosexualidad en 1990. No le fue nada bien: su entrenador le estigmatizó, su club, el Nottingham Forest, le anuló y la comunidad afrobritánica le rechazó. En 1998 terminó suicidándose.
En 2013 salió del armario el futbolista estadounidense Robbie Rogers, pero en el viejo continente solo lo han hecho el alemán Thomas Hitzlsperger y el francés Olivier Rouyer, ambos después de retirarse. “No queremos mártires, pero creemos que si un futbolista saliese del armario no pasaría nada malo; la sociedad española está preparada”, anima López.
Si los jugadores no salen del armario, en opinión de Patricia Ramírez, es para proteger su vida privada, su concentración y no darle más motivos a los adversarios para atacarlos. Pesa también la presión de las marcas patrocinadoras. “Los futbolistas a los treinta y tantos años dejan de serlo y a muchos no les compensa comprometer su carrera”, dice Ramírez.
Felipe Cruz, capitán y coordinador del GMadrid, les anima a "ser más valientes, que su libertad esté por encima del dinero y de su carrera profesional”. Pero como dice la psicóloga, “eso va mucho con la forma de ser. Si eres un tipo María Pineda [la heroína granadina símbolo de libertad], perfecto, pero si no, te puede afectar”.
El fútbol está muy marcado por el heteropatriarcado. “Se asume que un homosexual no puede correr con el mismo nivel, no puede enfrentarse al rival, ser agresivo ni meter goles con ese ímpetu”, resume López. En el campo de hierba artificial donde entrena el GMadrid se ven hombres corriendo detrás de una pelota como en cualquier otro partido, unos con más destreza que otros. Algunos marcan goles, todos sudan.
Javier Tenorio, de 34 años, es abonado del Granada desde que tenía tres meses y un forofo de la pelota. Está más o menos acostumbrado a las bromas que le hacen cuando cuenta que juega en un equipo gay, pero no termina de hacerle gracia que le pregunten por el vestuario. “Parece que a los gais no nos puede gustar el fútbol”, se queja con cierto cansancio.
Patricia Ramírez cree que el porcentaje de homosexuales que se interesa por el fútbol, donde hay un cierto “embrutecimiento”, es menor que el que se puede encontrar en el ballet, por ejemplo. Cruz está “totalmente de acuerdo” y lo sabe porque le ha costado reunir a los jugadores suficientes para montar el equipo de Fútbol 11. El tema sale en las cervezas que se toman los jugadores después del entrenamiento del lunes. “¿A cuántos de tus amigos les gusta el fútbol?" Pregunta un compañero a otro. “A ninguno”.
La homosexualidad es además un tabú en el fútbol, una palabra prohibida. “Hay que tener en cuenta todo el dinero que mueve el fútbol. Cualquier cosa que haga peligrar el estatus quo es rechazada”, dice Paco Ramírez. El periodista deportivo Juan Antonio Alcalá escribió un artículo en 2015, que se ha convertido en libro, en el que salió del armario él mismo. También hablaba de “una estrella mundial del fútbol” que intentaba hacer lo mismo, mientras su equipo afirmaba: "En este club no hay maricones".
La respuesta se parece en el fondo a la que le dio Javier Tebas, presidente de LaLiga Española, a Rubén López. “En España no hay homofobia en el fútbol”, cuenta que le contestó cuando le propuso colaborar para atajarla. La Asociación de Futbolistas Españoles (AFE) y la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), igual que el Consejo Superior de Deportes ni siquiera respondieron a su petición de reunirse. Paco Ramírez y el Observatorio no tuvo mejor suerte. Solo les contestó LaLiga, donde tuvieron un encuentro con una persona favorable a hacer campañas contra la homofobia. “Se fue y a partir de ahí no tuvimos ninguna reunión más”.
Este periódico se puso en contacto también con LaLiga, la AFE y la RFEF para tener su punto de vista sobre la homofobia en el fútbol y conocer qué acciones han emprendido para reducirla. Solo la primera organización contestó por email, pero “por motivos de agenda” no facilitó una entrevista. Según explicó la organización imparte talleres en los vestuarios para fomentar “el respeto, la tolerancia y la lucha contra el racismo, la xenofobia y la violencia”. También se encargan de denunciar cánticos que contravengan estos principios y editan una guía de buenas prácticas para los deportistas en las que les recuerdan que no se permiten comentarios o gestos que inciten “al racismo, la xenofobia y la homofobia”.
López aplaude que tanto el Rayo Vallecano como el Deportivo Guadalajara se hayan apuntado a la causa LGTBI con sus segundas equipaciones, marcadas por el arcoiris. Pero lamenta que ni el Real Madrid ni el Atlético les hayan recibido. Tanto él como Paco Ramírez miran con cierta envidia a países como Reino Unido o Francia, donde se hacen campañas con apoyo del Gobierno a favor de la diversidad y contra la homofobia. En Alemania incluso la canciller Angela Merkel animó a los futbolistas a salir del armario.
Mientras, en un polideportivo de Carabanchel, frente al solar donde antes se erigía una cárcel, un grupo de hombres homosexuales echa una pachanga una vez a la semana. Buscan la normalización, el día en que para poder ser ellos mismos no tengan que jugar entre ellos. Allí, un joven estudiante de una universidad conservadora que aún no había salido del armario corrió, sudó, rió y consiguió ser un poco más libre.