Con 62 años por fin completé mi transición de hombre a mujer

Quería muchísimo a mi esposa pero vivía una paradoja extraña: ¿Si a mí me gustan las mujeres, cómo es que quiero ser mujer?

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Casi toda mi vida he tenido un secreto guardado en un cofre bajo siete llaves. Nadie lo sabía ni lo podía sospechar. Nací en el Madrid de 1951 en una familia con cuatro hermanos, me enamoré en la universidad a principios de los 70, nos casamos y fuimos felices, tuvimos dos hijos y trabajé como ingeniero superior en varias empresas. Nunca, jamás, nadie supo que de vez en cuando, a escondidas, me vestía de mujer. Hace casi tres años completé mi transición, me operé y ahora soy 100% lo que siempre quise ser. Pasé a ser María Rosa.

Mi infancia fue como la de cualquier otro niño en la España de los 50 y 60. Lo único que me pesaba era que siempre tenías que demostrar lo macho que eras. Después, mi noviazgo fue maravilloso. Yo quería muchísimo a mi esposa pero vivía una paradoja extraña. No sabes qué te pasa. Dices, ¿qué ocurre aquí? ¿Por qué? ¿Si a mí me gustan las mujeres, cómo es que quiero ser mujer? Es una cosa muy rara. Mirando atrás, el único gran deseo insatisfecho que he tenido es no haber sido una mujer teniendo como pareja una mujer.

En una ocasión ella me descubrió usando ropa femenina, pero no dijo nada y seguimos juntos muchos años más. Tuvimos 27 años de relación en los que esta parte mía oculta, esta doble vida en la que la segunda era solo interior, estuvo siempre guardada en un maletín escondido y prensado. A la larga es duro y te genera ansiedad, pero la felicidad de la vida en pareja lo compensa.

Yo tengo acúfenos, un pitido constante que nunca cesa en el interior de mis oídos. Pero el cerebro puede aprender a ignorarlo y pueden pasar dos días sin que seas consciente de que sigue ahí. El deseo de ser mujer no es así, no pasa inadvertido a veces como los acúfenos. Está siempre contigo y se refuerza cuando ves una figura femenina, una mujer que te gusta. Y sientes una cosa… Te dices: “¡Cómo me gusta esta chica! ¡Y cómo me gustaría ser como ella!”

Durante mi matrimonio, muy de vez en cuando, me escapaba sola una fin de semana y me vestía de mujer. Después de separarnos me di cuenta de que necesitaba hacer algo más para evitar que el resto de mi vida fuese en blanco y negro.

Yo había buscado ayuda antes. Había estado en COGAM y recuerdo haber ido en momentos de ansiedad a llamar desde una cabina a un teléfono anónimo de ayuda sexual, pero en aquel entonces yo sentía que esas organizaciones no estaban preparadas para ayudar a una persona como yo. Para mí fue fundamental la creación de las Unidades de Identidad de Género (UIG), que te ayudan durante todo el proceso de cambio.

Empecé mi transición con 57 años, muy despacito. Mi diversión era convertirme en mujer los fines de semana y marcharme por ahí. Me iba a Guadalajara y otras provincias cercanas a Madrid. Era superexcitante, una mezcla de emoción y miedo. Miedo a que me reconociesen o a que me dijesen alguna cosa. Pero la verdad es que nunca he sentido ningún tipo de rechazo ni he tenido ningún problema con nadie. Solo una vez escuché a una pareja reírse por la calle.

En mi familia todo el mundo se sorprendió, pero lo aceptaron rápidamente. A mi madre le costó más; se enfadó bastante, pero poco a poco se le fue pasando. Mi exmujer se sorprendió muchísimo. Mis hermanos también, pero lo aceptaron con facilidad. Me siguen llamando igual que antes.

El factor más importante para tomar la decisión fue el apoyo de mis hijos. Si hubiera encontrado rechazo por su parte me habría echado atrás, porque prefiero una vida en blanco y negro que una vida en color pero sin ellos. El pequeño, que ahora tiene 32 años, vivía conmigo y estaba acabando su carrera. La primera vez que salimos juntos a la calle, yo como mujer, estaba un poco nerviosa. Fue él el que me dió ánimos y me dijo que no me preocupase. El mayor, de 37, trabajaba y vivía en Estados Unidos y se lo tuve que contar en una visita de pocos días a Madrid. Ahora trabaja y vive en en Hong Kong y es un ingeniero superior de desarrollo de software muy cualificado.

Después de un tiempo de tratamiento, el psicólogo determinó que estaba preparada para el cambio y me envió al endocrino para iniciar la terapia hormonal, que dura dos años. Empiezas con inhibidores de testosterona y estrógenos y te piden que hagas el test de la vida real, pero yo preferí hacerlo muy gradualmente. No podía pasar de ser hombre a mujer de un día para otro, pero salía de fin de semana cada vez con más frecuencia y me divertía ir a eventos, al cine, como mujer. Aunque también fue una época un poco puñetera. Mis hermanos y mis primos viven en los alrededores y hasta que no se lo conté, no podía salir directamente vestida de mujer. Me cambiaba en el coche y era un poco desagradable.

En paralelo me quité la barba cerrada que tenía, con depilación electrolítica porque la fotodepilación es inoperante sobre el pelo blanco. No os podéis hacer una idea del dolor. Iba a mi dentista a que me anestesiase el labio superior cuando me trataban la zona del bigote. Y empecé a trabajar la voz mentalmente, para conseguir subirla unas octavas de forma permanente. Mis amigos y la familia iban viendo estos cambios progresivamente, y así resultó más sencillo ir contándolo.

Ahora trabajo por mi cuenta como ingeniero, pero con empresas como la compañía aérea rusa Aeroflot. Cuando se lo conté al director general, su respuesta fue: “Yo lo que quiero es que funcionen los equipos, lo demás es irrelevante laboralmente". Y a partir de ese momento comenzaron a llamarme María Rosa. Sin más.

El tiempo de espera hasta la cirugía es difícil. Te sientes mal por tener los genitales masculinos todavía y deseas el cambio definitivo. Lo deseas muchísimo, aunque a veces tengas dudas. Es inevitable pensar “caramba, ¿y si me estoy equivocando?”. Tienes también miedo a no conseguir desempeñar el rol femenino, a que por el hecho de no ser biológicamente mujer no sepas comportarte en determinados momentos. Que se note y te discriminen. Por eso son importantes los tiempos y los protocolos establecidos por la UIG.

En 2013 por fin me operaron los genitales y el pecho, las dos cosas a la vez. El dolor es terrible, aunque no todos los pacientes tienen la misma experiencia -yo soy una persona con una muy alta sensibilidad al dolor-, pero mentalmente fue estupendo. Te sientes más cerca de ser una mujer biológica. Que todo el mundo sepa que estás operada te da más confianza, más seguridad en ti misma. Una compañera transexual me metió miedo cuando me dijo que la mayor parte de suicidios se producen después de la cirugía. El psicólogo me decía que ni lo pensase y tenía razón. Pero qué gusto cerrar los ojos y decirme: “¡Tengo genitales femeninos!”

Todo esto lo he conseguido con mucho esfuerzo, pero el apoyo de la UIG del Hospital Ramón y Cajal de Madrid ha sido fundamental. También la terapia de grupo de la asociación Transexualia. Creo que allí he conseguido animar a mucha gente (supongo que por eso me han dado un premio este viernes), porque tengo autoestima y no he caído en ninguna depresión. Yo tengo muy claro que tengo un valor, independientemente de que sea hombre o mujer.

En las reuniones le digo a los que están pasando por esto que se dejen llevar y vivan el momento. Que necesito ser mujer ahora, pues me convierto en mujer; y si paso por una época en que no, pues lo dejo, pero sin pensar en nada más. También les digo que no se dejen llevar por el miedo. No pasa absolutamente nada, todo es más sencillo de lo que parece; aquí hay que aplicar una de las leyes de Murphy al revés. Las reacciones de la gente no son como las imaginamos. Para nada.

Mi vida ahora es de absoluta normalidad. No voy contándolo, pero si surge, tampoco lo oculto. Soy como cualquier otra mujer, con esa vicisitud con la que he tenido que vivir.

Este texto lo redactó Gloria Rodríguez-Pina después de entrevistar a María Rosa Gómez.

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