Las motivaciones son muchas y hay tantos caminos de Santiago como peregrinos que lo recorren. Los hay que lo hacen por razones espirituales, los que tienen objetivos gastronómicos, quienes buscan turismo barato o los deportistas. Todos, vayan a lo que vayan, acaban aprendiendo estas cosas.
1. Puede llegar a ser una tortura china si no te preparas físicamente. El camino es muy bonito pero muy duro; como la vida, dicen. Conviene llegar algo entrenado, de lo contrario sufrirás y/o te lesionarás. Caminar una media de 25 kilómetros al día no es moco de pavo, por eso es recomendable hacer caminatas progresivamente más largas y no olvidarse de estirar bien las piernas.
2. Si no quieres correr ningún riesgo, no salgas de casa. Cada día hay esguinces, piernas rotas y todo tipo de desgracias -por eso conviene prepararse, para evitar lesiones-, pero no te asustes, la mayoría de los peregrinos llegan a Santiago ilesos. Yo tuve suerte y solo forcé una rodilla bajando una cuesta demasiado alegremente, lo que me hizo terminar el camino al más puro estilo Chiquito de la Calzada.
3. Conviene ser como Dora la exploradora y meter en la mochila lo mínimo imprescindible. Cada gramo de más te pesará inmensamente y acabarás abandonándolo o enviándolo por correo de vuelta a casa. No necesitas un modelito para cada noche ni tres pares de zapatillas, y sobre todo, nunca calzado nuevo. No metas nada que no estés seguro que vayas a usar, olvida los por si acasos.
4. Te conviertes en un coleccionista de sellos. Para poder hospedarte en los albergues de peregrinos necesitas hacerte con una credencial que te van sellando en monumentos y albergues. Se piden dos sellos al día pero no hay de qué preocuparse: hasta en el más minúsculo de los bares tienen un sello gracioso con pies, conchas o pulpos.
5. Amarás y odiarás la famosa flecha amarilla. Te sentirás como Emilio Aragón cuando seguía aquella delgada línea blanca a ritmo de la música de El puente sobre el río Kwai y hasta te entrarán ganas de silbar. Puedes volverte loco pensando en los kilómetros que te quedan cada vez que aparece, pero al final le acabarás cogiendo cariño y hasta te comprarás un pin de recuerdo.
6. Los albergues no son ese lugar de descanso anhelado. Los hay de todo tipo y colores: municipales, privados, limpios, sucios. Pero en todos ellos te encontrarás sin duda con algo que te acompañará en tus dulces noches de cansancio: ese sonido de rinoceronte en celo que son los ronquidos de los vecinos de litera. Recuerda llevar tapones para los oídos, que no pesan ni ocupan y algo ayudan. Y es que por seis euros (lo que cuestan los públicos en Galicia), qué se puede pedir.
7. No por mucho madrugar amanece más temprano. La mayoría de los peregrinos se empeña en levantarse a las seis de la mañana y torturarte con las luces de sus frontales, hacer un ruido brutal recogiendo todo para salir cuando aún es de noche y terminar de caminar a la hora de comer... ¡error! Vale con levantarte a las nueve (total, estás de vacaciones), desayunar con calma y aprovechar también las horas de tarde para caminar, puede ser muy buena idea si el tiempo lo permite. Por las tardes todo el camino es tuyo y puedes disfrutarlo sin tener la sensación de ir en una procesión o excursión del colegio.
8. La primera ampolla molesta mucho, pero cuando tienes diez ya no sabes ni a cuál prestarle atención. Aunque al principio te dé grima eso de atravesarlas con aguja e hilo, con el paso de los días se convertirá en una de las actividades más placenteras al terminar la jornada. Es aconsejable aprovisionarse de vaselina para los pies y talco para las zapatillas y considerar otras medidas preventivas: se rumorea que hay unos calcetines bastante caros pero efectivos (aunque yo no tuve la suerte de poder comprobar su eficacia) y hay quien recomienda ponerse compresas en la suela de las zapatillas para amortiguar el paso.
9. No das ni un paso en falso, ni para hacer una foto. Sobre todo si estás lesionado. Puede que necesites un baño, una farmacia, agua... pero esperarás lo que haga falta hasta que te lo encuentres a tu lado para no dar ni un paso de más. Y al llegar a destino, te olvidarás de hacer turismo local para limitarte a ir a cenar al restaurante más cercano a tu albergue y poner las piernas en alto.
10. El tiempo es una batalla (perdida) diaria. Si llueve, porque te mojas, y si hace un sol de justicia, porque te achicharras. Aunque al final acabas por agradecer que la lluvia te refresque y el sol te ponga moreno. Es una cuestión de actitud y de aceptar lo que venga.
11. Lo mejor del camino son los personajes que te encuentras. La que no se salta una terraza y te hace preguntarte si el alcohol y el tabaco en realidad ayudan. El que lleva ocho años haciendo el camino de ida y vuelta sin descanso. Los coreanos, hiperequipados y omnipresentes. Los vaguetes, que llegan para hacer solo los últimos 110 kilómetros y aún así se dan cuenta de que es demasiado para ellos: el segundo día ya les llevan la mochila en furgoneta y al tercero abandonan. Los mayores de 70 años, que van ligeros y tranquilos mientras tú llevas la lengua fuera. Los falsos peregrinos, esos jetas que llegan en coche y lo dejan a un kilómetro del albergue, se pertrechan, caminan 15 minutos y llegan con sus calcetines impolutos y ni una gota de sudor, simulando una agotadora jornada.
12. Te mueves a cámara lenta pero olvidas rápidamente por dónde has pasado. Es muy bonito ver la transición en los paisajes, las casas, los acentos, las comidas. El peregrino va a un ritmo completamente diferente al de los lentos pueblos que atraviesa, los cuales va a olvidar casi instantáneamente. Al cabo de seis días y cincuenta pueblos tienes tal mezcolanza en la cabeza que desistes de intentar identificarlos.
13. Constatas la triste falta de conciencia ecológica. Una de las cosas que te quedan claras haciendo el camino es que los seres humanos, limpios, lo que se dice limpios, no somos. Es una auténtica pena ver los bosques plagados de plásticos y papeles varios, con lo poquito que cuesta recoger tu propia basura.
14. ¿Y lo bien que se come en el norte, qué? No todo va a ser sufrir: para compensar el arduo trabajo, después de cada larga jornada en todos los pueblos te encontrarás con “el menú del peregrino”, un auténtico deleite de gastronomía local. Sobre todo al final, en Galicia, donde parece que se pelean para ver quién da mejor (y más) de comer.
Con el pasar de los días y de los cientos de kilómetros hay peregrinos que se olvidan de su ansiada búsqueda personal y su único anhelo es llegar para soltar la mochila lo más lejos posible, mientras que otros, melancólicos, ven con tristeza la llegada a meta y el fin del periplo. Todo en el camino puede ser irritante o placentero, de ti depende. Mi consejo es que busques las razones para estar contento. ¡Buen camino!