El primer día de instituto estábamos todos los nuevos reunidos en la sala polivalente para la presentación del curso y para dividirnos por clases. Éramos unos 80, más los profesores. El director iba pasando lista por cada grupo: “1º A: Ismael Álvarez Pérez, Raquel Caballero García...”. Se fueron oyendo uno a uno los nombres de todos los alumnos, que estábamos sentados en silencio. “Luz Cuesta Mogollón”, leyó seguido de una carcajada cuando llegó a mí. Los profes también se rieron y el cachondeo se extendió por toda la sala. Fue la primera vez que fui tan consciente del efecto que provocaba mi nombre.
Después de aquello se corrió rápidamente la voz por todo el instituto y se me acercaba gente que no conocía de nada a preguntarme con guasa si de verdad me llamaba así. Yo flipaba. No me había pasado nunca y no sabía qué hacer. Contestaba que sí, me reía y me iba a clase. Otros venían, me daban un toque en el brazo, como si fuese un interruptor y decían: “¡Encendida! ¡Apagada!”, y se iban. Como los veía mayores y no quería problemas no decía nada. Tampoco sabía muy bien qué decir, la verdad, pero no me hacía ninguna gracia.
Mis padres dicen que cuando eligieron mi nombre no se dieron cuenta. Me repiten que no, que en los once años que me lleva mi hermana mayor, Rita, no les llamó la atención la combinación de sus dos apellidos. Aseguran que cuando decidieron ponerme Luz, por la virgen de un barrio de Avilés (Asturias), tampoco se percataron del conjunto. No sé, ¿lo normal cuando vas a tener hijos no es calcular qué tal queda el nombre con los apellidos? Yo lo hago, pero igual es que pienso más de lo habitual en estas cosas... Por ejemplo, cuando veo una lista no puedo evitar repasarla a ver si encuentro nombres y apellidos curiosos.
Según cuentan fue Carlos Herrera, el de Herrera en la Onda, quien les iluminó. Pidieron nombres raros en el programa y mi hermana llamó por sus apellidos y dio el número de mi madre para que hablasen con ella. Al hablar de los apellidos y decir mi nombre fue cuando se dio cuenta porque a Carlos Herrera le dio la risa.
En primaria los niños hacían algunas bromas con que me llamase Luz. Me comparaban con una bombilla y esas cosas. Cuando empezaron a ponerme el artículo “la” delante del nombre y apellidos empecé a ver que la cosa iba mucho más allá del nombre de pila, pero tampoco lo pensé demasiado. Las coñas de verdad empezaron aquel primer día de instituto.
Además de lo del interruptor estaban las típicas bromas de “¿Y tu hermana se llama agua? ¿O gas?”, “Estás muy cara, ¿eh? ¡A ver si bajas un poco!”, y el clásico “¡es que cuestas mucho!”, que también le decían a mi hermana. La gente es muy graciosilla cuando quiere… Aunque con el tiempo, cuando ya me conocen, se van cansando. Y también hay quien me dice cosas bonitas, sobre todo mis amigas y mi novio: “Eres la luz de nuestras vidas”, “nos iluminas”.
Ya no me sorprende el asombro que genera mi nombre, pero cada vez que tengo que hacer algún papeleo o enseñar el DNI me pasa lo mismo: lo leen, lo vuelven a leer, lo miran incrédulos y me preguntan si está bien. Y luego lo apuntan con una sonrisa en la cara. En las redes sociales hay mucha gente que piensa que es un seudónimo que uso para ocultar mi verdadero nombre. Me debería tatuar: “Sí, es verdad, me llamo Luz Cuesta Mogollón”, porque no sé cuántas veces he tenido que repetir ya esa frase.
Esas escenas son una constante. La última vez que me pasó fue la semana pasada, cuando fui a la consulta del dentista para pedir cita. Di solo el nombre y primer apellido, como suelo hacer para evitar cachondeo. Pero me pidieron el segundo, y lo de siempre... escuché “jijiji”.
Pero no todo son bromas. Tener un nombre raro también tiene otros efectos, como que la gente se acuerde de ti. Años después de la llamada de Carlos Herrera, el periodista vino a Zaragoza y mi madre consiguió verle. Tras decirle quién era él me recordó al momento y comenzó a reírse de nuevo. Mucha gente me ha dicho que no se olvidará de mí por tener ese nombre. A ver si es verdad…
Como en casa somos muy de presentarnos a concursos, cuando mi hermana me animó a participar el año pasado en el de los nombres más raros de España, de ABC, no lo dudé. Quedé primera con casi el 50% de votos. El segundo premio fue para Grato Amor Jurado y el tercero para Antonio Arrimadas Piernas.
A partir de ahí me hicieron bastantes entrevistas y este año, con la polémica que hubo por el bebé al que llamaron Lobo, me han vuelto a llamar de muchos medios. Cada vez que salen nuevas entrevistas me llegan un montón de solicitudes de amistad en Facebook que me preguntan cómo es posible que mis padres no se dieran cuenta. Yo solo digo que si es una broma y tienen por ahí guardado mi verdadero DNI, que me lo digan ya, que 19 años de cachondeo ya vale.
Esta repentina fama no me ha cambiado la vida ni creo que me saque de pobre. En la radio me preguntaron una vez qué pasaría si llevase un CV a Iberdrola o Endesa. No lo sé, pero me lo he apuntado como reto.
A veces he pensado cómo sería mi vida si me llamase de otra forma. Mi nombre no me planteo cambiarlo, porque pese a las bromas, no se puede negar que Luz es bonito. Tampoco he pensado en ocultar algún apellido en plan Luz C. Mogollón, porque aunque se oculten siempre quedarán en el DNI.
Cambiar el orden tampoco es solución: con estos apellidos ya he asumido que siempre va a haber coñas.
Este artículo lo redactó Gloria Rodríguez-Pina a partir de entrevistas con Luz Cuesta Mogollón.