Cuando conté en mi entorno que iba a donar médula ósea la gente alucinaba. Admiraban el gesto altruista y me trataban como a un héroe, un valiente. “¡Hacedlo vosotros también! ¡Es muy fácil!”, respondía yo. Ojalá más gente se hubiese animado, pero solo un compañero de trabajo se apuntó. A cambio de una pequeña molestia te vas a casa con la inmensa satisfacción de haber ayudado a alguien a curar su enfermedad. Esa sensación es incomparable.
Se podría decir que donar médula ósea era un paso natural para mí. Nunca he tenido ninguna conexión con la leucemia ni he conocido a nadie que la padeciese, pero desde los 18 años dono sangre cada cuatro o seis meses y hace tiempo me hice donante de órganos. En el fondo se trata de lo mismo: dar a alguien una parte de ti que necesita, a cambio de nada. Hace unos 10 años cayó en mis manos un artículo sobre la donación de médula ósea que me interesó mucho y me inscribí en el registro de donantes que gestiona la Fundación Josep Carreras.
El procedimiento es muy fácil. Te hacen un análisis de sangre y los resultados entran en un banco de donantes. Si resultas compatible con un paciente te llaman, pero en realidad las probabilidades son bastante bajas. Cuando te movilizan, en el 80% de los casos se trata de un proceso similar al de donar sangre, pero un poco más largo que el habitual. En el otro 20% las necesidades del enfermo requieren que la donación se haga a través de una intervención. Mucha gente piensa automáticamente en la médula espinal y se imagina grandes riesgos, pero en realidad la médula ósea se extrae mediante simples punciones en la cadera que solo requieren un día de hospitalización.
Cuando me contaron las dos posibilidades, el sistema de extracción de las células me dio igual. Vi que era tan fácil por mi parte y podía tener tanto impacto en otra persona que ni sentí miedo. La compatibilidad entre parientes cercanos solo ocurre en un 25% de los casos, por lo que los enfermos dependen en la mayoría de los casos de perfectos desconocidos.
Ya casi se me había olvidado que estaba inscrito como donante cuando dos años después, en 2010, me llamaron para decirme que había un paciente que podía necesitarme. A partir de ahí, fue todo muy rápido porque el transplante debía hacerse en dos semanas. Primero tuvieron que confirmar con un análisis que éramos compatibles. Fue entonces cuando me dijeron que el enfermo, que después supe que era una niña, necesitaba las células que se obtienen mediante punciones.
Te cuentan los detalles y te hacen preguntas para asegurarse de que no te vas a echar atrás. Yo tenía clarísimo que quería seguir adelante. Enseguida me citaron para las pruebas de la anestesia y para hacerme una extracción de sangre con la que después me harían una transfusión a mí mismo para suplir las células que te sacan de la médula ósea. Todo el tiempo que estuve en el hospital haciéndome las pruebas preoperatorias me acompañó una persona de la organización.
A partir de ahí me puse un poco nervioso, pero no por la operación. Lo que me preocupaba era ponerme enfermo yo o que algo fallase. En aquella época corría para prepararme para una maratón y dejé de hacerlo para no constiparme. También me abrigaba más de lo normal. En realidad nunca me resfrío, pero no quería correr ningún riesgo.
La noche anterior a la intervención ingresé en el hospital para bajar a quirófano a primera hora de la mañana. Estaba en la planta de los enfermos de leucemia y todo el personal fue muy amable conmigo. Yo sentía mucha emoción y mucha responsabilidad. También estaba nervioso por si al final no funcionaba o surgía algún problema.
No te pueden dar datos personales sobre el receptor, pero el hematólogo me había contado que era una niña, de unos 20 kilos, que se encontraba en el hospital Vall d'Hebron de Barcelona. Pensaba en mi propia hija y sentía aún más responsabilidad. No me quitaba de la cabeza a sus padres y la angustia que debían estar viviendo.
Pasó una hora y media desde que me dormí con la anestesia hasta que desperté en la sala de reanimación. Me habían hecho cuatro o cinco punciones en cada cresta ilíaca, la parte de atrás de la cadera. Me di cuenta porque me dolía, pero con antiinflamatorios las molestias eran bastante llevables.
El doctor me dijo que habían sacado el doble de lo que necesitaba la niña por si le hacía falta una segunda intervención. Le enviaron la donación por vía urgente, cuando me desperté ya estaba en camino.
Esa noche dormí también en el hospital, aliviado y satisfecho de que todo lo que yo podía hacer había salido bien, que era mi obsesión. Tuve algunos vómitos por la anestesia, pero estaba muy contento. Nunca me había sentido tan orgulloso en mi vida.
Una persona de la Fundación Josep Carreras me llamó antes y después de la intervención para interesarse por mí. Yo estaba muy bien, pero quería saber cómo había ido todo con la niña. Me contaron que había que esperar para saber si había funcionado y cuando llamé al cabo de un mes, me contaron que había ido muy bien, que no necesitó una segunda transfusión. Ya me quedé tranquilo y no he vuelto a preguntar.
Por cuestiones de protección de datos no sabía nada más de la receptora de lo que me había dicho el hematólogo, y no está permitido poner en contacto a donante y receptor. A mí me parece bien. Yo no doné para buscar notoriedad sino por convicciones. Durante todo el proceso pensaba en los padres de esa niña y me sentía el hombre más feliz del mundo por poder ayudar.
Los tres años siguientes a la donación no puedes volver a donar, pero transcurrido ese tiempo, siempre dentro de la edad límite (55 años), si quieres puedes volver a hacerlo. Yo dije que sí, porque si no nos ayudamos unos a otros cuando podemos, ¿qué nos queda?
Desde entonces recomiendo la experiencia a todo el mundo. La Fundación y el hospital se esfuerzan para que estés lo mejor posible durante la donación y cubren los gastos que se generen, por mínimos que sean. En mi caso fue solo el parking en el hospital y las comidas de mi mujer mientras estuve ingresado, pero a quienes se desplazan desde otras comunidades les pagan el viaje y la estancia.
La donación de médula ósea para mí fue algo muy especial, quizás lo mejor que he hecho en mi vida, además de mi hija. Y considero que tanto yo como mi familia somos solidarios e intentamos ayudar en lo que podemos, como por ejemplo siendo socios desde hace 20 años de la ONG Ayuda en Acción, donde con 20 euros al mes intentan solucionar necesidades a comunidades desfavorecidas. Pero hay necesidades que están más allá de lo económico, y la solución está en nuestra mano. En mi mano, en la tuya y en la de cualquiera. Cuando te haces donante de médula puedes solucionar un caso real de una persona real.
Si todos estuviésemos más concienciados, se ayudaría a mucha gente con leucemia. Es muy fácil y tú también puedes.
Este artículo lo redactó Gloria Rodríguez-Pina después de entrevistar a Juan Antonio Martín.