Esta semana han tenido lugar en Grenoble los Internacionales de Francia de patinaje sobre hielo, uno de esos eventos en los que alucinar con lo que es capaz de hacer gente que en teoría es de tu misma especie a pesar de que ellos hacen esas cosas y tú ni siquiera llegas a tocarte la punta de los pies. Durante una de las jornadas de la competición, de repente me encontré con que llevaba cinco minutos completamente parada en una elíptica de mi gimnasio mirando este ejercicio del programa libre masculino.
Viva y bravo por el japonés Shoma Uno patinando con el Nessun Dorma de Puccini, irreductible incluso después de caerse dos veces y mientras se escucha atronar a Pavarotti All'alba vincerò! Vincerà! Vincerò!
Te firmo esto ya mismo para la segunda temporada de Yuri on ice.
Mientras volvía a casa, sonaba en la radio otro tema igualmente épico: Cruz de navajas. Mecano, eternos reivindicadores de la mamarrachez sin complejo alguno en todas las décadas de nuestra democracia (no hay más que echar un vistazo a las imágenes que nos devuelve Google) sacaban en 1986 un disco que se convertiría en un clásico instantáneo, Entre el cielo y el suelo. Ana Torroja y los hermanos Cano, nuestros Gallagher patrios, se catapultaban de forma fulminante a lo más alto de las listas de éxitos con canciones como Hijo de la luna, No es serio este cementerio o la siempre pochísima Me cuesta tanto olvidarte.
No obstante, aunque se acabó convirtiendo en uno de sus temas más famosos, Cruz de navajas no estaba destinada a aparecer en el álbum. Ni siquiera iba a ser interpretada por Mecano. La letra la empezó a escribir Sabina, pero por lo que sea no le terminó de cuajar y se la regaló a Jose María Cano, que siguiendo la analogía presentada anteriormente sería claramente Liam Gallagher (todo el mundo se imagina más a Noel armando el taco a las puertas de un teatro tras ser vetado de su propio musical).
El caso es que fue Jose María Cano el terminó la letra de Cruz de Navajas, la cual (al igual que Hijo de la luna) fue concebida en un primer momento para que se la quedase Isabel Pantoja, que por suerte o por desgracia rechazó ambas. Finalmente fue Ana Torroja la que cantó la historia de María y Mario y la que grabó a fuego en la mente de varias generaciones a qué hora cerraba El Treinta y Tres.
El tema podría recuperarse ahora como ejemplificación de los pesares de los jóvenes de ventimuchos y treinta y pocos que viven en un piso que apenas pueden pagar y tienen un curro de mierda en el que trabajan mucho y cobran mal. También como eterno relato de las relaciones muertas en vida que sobreviven básicamente porque a todos nos da miedo la soledad y preferimos vivir con el fantasma de alguien que ha dormido en tu somier que saber que vas a morir solo y rodeado de envoltorios de magdalenas (del sexo convexo).
Yendo más allá de todo eso, lo que realmente sigue funcionando de Cruz de navajas es que no es más que una tragedia de corte clásico, casi shakesperiana. María y Mario están condenados desde el principio, arrastrados por una serie de circunstancias que no pueden controlar y dominados por la naturaleza ponzoñosa de las pasiones humanas. Son, al fin y al cabo, un juguete del destino.
Servidora aquí presente tardó años en darse cuenta de que no existían aquellos dos drogadictos y que María, fría y cruel como la princesa Turandot, se había inventado ese cuento chino para salvar a su amante del trullo. Según los patrones shakesperianos, María debería verse más tarde o más temprano consumida por los remordimientos y perseguida por las furias de la conciencia moral hasta volverse loca. Según Mecano, puede que consiga, junto a esa persona anónima con la que tiene a bien morrearse en su calle, ser feliz a pesar de todo.
Selección del contenido y redacción de la carta: Cristina Ortiz @chococriskis