“Nos recuerda un poco a los juicios de Galileo Galilei, que se le pedía que declarara, que confesara que la Tierra era plana. Solamente les falta pasearles por Madrid con una carroza”. Lo dice Gabriel Rufián, diputado de ERC, en respuesta a una pregunta de una periodista de EL PAÍS y en referencia a la acatación del artículo 155 de la Constitución por parte de los líderes independentistas encarcelados.
Al margen de las valoraciones políticas, unos cuantos tuiteros han recordado a Rufián que Galileo jamás tuvo que decir que la Tierra era plana, más que nada porque tanto en su época como mucho antes ya se sabía y estaba comúnmente aceptado que era redonda.
Ni siquiera en la Edad Media, a pesar del mito: “Todos los estudiosos de la Edad Media sabían que la Tierra era una esfera”, explica Umberto Eco en Historia de las tierras y los lugares legendarios, citando a Dante, Orígenes, Ambrosio, Alberto Magno, Tomas de Aquino e Isidoro de Sevilla, que incluso calculó la longitud del Ecuador.
De hecho, las dudas sobre la ruta que proponía Cristóbal Colón para llegar a las Indias no se debían al temor a que cayera por un abismo, sino porque se creía que el navegante se basaba en un cálculo optimista acerca del tamaño de la Tierra y que su ruta no era tan corta como pensaba (y no lo era).
¿Y en qué consistió el juicio de Galileo que se celebró en Roma?
En 1632 (140 años después del viaje de Colón y 110 años después de que Juan Sebastián Elcano completara la primera vuelta al mundo), Galileo publicó su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, en el que defendía la concepción heliocéntrica del universo formulada por Copérnico. Es decir, Galileo sostenía que la Tierra giraba en torno al Sol.
Esta teoría ya había sido censurada por la Inquisición en 1616 y la prohibición es, precisamente, objeto de burla en el texto de Galileo: quien defiende las ideas aristotélicas es un personaje llamado Simplicio, que algunos identificaron con el propio Papa Urbano VIII.
Y es que la Iglesia seguía las teorías de Ptolomeo, un astrónomo greco-egipcio del siglo II d.C., por lo que mantenía que eran los astros los que giraban en torno a la Tierra, que a su vez se mantenía inmóvil en el centro de la creación.
Eso sí, Ptolomeo tampoco dudó jamás de que la Tierra fuera esférica, igual que los griegos desde al menos Eratóstenes, que en el siglo III a. C. ya calculó, con una diferencia muy pequeña, la circunferencia del planeta.
De hecho, el mito de que en la Edad Media (e incluso en la Moderna) se creía que la Tierra era plana no se popularizó hasta el siglo XIX, tras la publicación de una novela de Washington Irving sobre Cristóbal Colón. Este texto añadió muchos elementos ficticios, incluyendo la idea de que los europeos habrían descubierto la verdadera forma de la Tierra tras su viaje. Algunos pensadores ateos de la época, como John W. Draper, recogieron este concepto y lo usaron para contraponer la cerrazón eclesiástica con el avance de la ciencia.
Como demuestra el juicio a Galileo, tampoco hacía falta inventarse nada. El 22 de junio de 1633, el físico y astrónomo, de 69 años, fue obligado a abjurar de rodillas de su doctrina ante la comisión de inquisidores. Ni siquiera llegó a decir “eppur si muove” (y sin embargo, se mueve). Tras esa abjuración, se le conmutó la condena a prisión perpetua por el arresto domiciliario de por vida. Moriría en 1642.
En 1992, el papa Juan Pablo II pidió perdón a Galileo. En 1757 ya se había retirado la prohibición eclesiástica de publicar libros en los que se sostuviera que la Tierra (siempre redonda) se mueve.
Total, que si Rufián quiere comparar a los líderes independentistas con Galileo, adelante (solo faltaría), pero al menos debería saber por qué.