Cuando ibas al colegio o al instituto, tus vacaciones empezaban en junio y terminaban en septiembre. Lo normal es que las de tus padres ni se acercasen a esa cantidad de semanas libres. Tenían que hacer algo contigo y estas eran sus opciones.
A) Cuidarte en casa.
B) Apuntarte a un campamento de verano.
C) Mandarte a casa de tus abuelos.
Si tus padres optaban por la tercera opción (la mejor con diferencia), seguro que muchas de estas situaciones te resultan familiares.
1. La dieta en casa de tus abuelos era simple: mucho de todo y doble de postre. “Estás muy seco, toma un poco más”. No podías decir que no. O sí, pero te iban a acabar rellenando el plato igualmente.
2. Tu abuela tenía remedios milagrosos para cualquier dolencia. Puede que la tripa te doliese de tanto comer, pero ella tenía una infusión que te quitaba todos los males en un momento.
3. De vez en cuando, tus abuelos se acordaban de una travesura cometida por tus padres que guardabas como oro en paño para utilizar en tu próxima pelea en casa: “¡El abuelo me ha dicho que llegaste borracho a casa cuando eras más pequeño que yo!”.
4. Pasabas tanto tiempo con tus abuelos que, en ciertos momentos, parecían transformarse en tus padres. Pero no. Lo que veías era el origen de muchos gestos, expresiones y actitudes de tu padre o de tu madre. Y, sí, se te acabaron pegando a ti.
5. El abuelo veía tantos westerns en televisión que acababas recitando los diálogos de memoria.
6. Él se dormía viéndolos, pero sí cambiabas de canal se despertaba. “Niño, pon la de vaqueros”.
7. Cuando tu abuela se enteraba de qué niña o niño del pueblo te gustaba (siempre se enteraba), te daba una cátedra en familia, oficio y beneficio de la persona en cuestión.
8. Cuando tus padres te llamaban por teléfono los despachabas en 10 segundos.
9. Durante las Ferias del pueblo, te daban el doble de paga. EL DOBLE.
10. Todas las noches salías para jugar con el resto de niños del pueblo, pero el día de El Grand Prix del Verano te quedabas en casa con tus abuelos. ¿Cómo te ibas a perder los Troncos Locos?
11. Descubrías historias fascinantes sobre el pasado de tus abuelos, cosas que nunca te habían contado tus padres. Porque tus abuelos también salieron de fiesta, también ligaron, también se pelearon… Y no tenían problema en contártelo en cuanto les tirabas de la lengua.
12. Lo mejor que te podían traer del súper eran las pilas para tu Game Boy. Las necesitabas para no morir de aburrimiento cuando el sol no te dejaba salir a la calle.
Tu te reías con este momento, pero tus abuelos se desternillaban
13. La casa de tus abuelos era una máquina del tiempo. Veías a tus padres y tíos cuando eran pequeños, una imagen que a tu cerebro le costaba procesar, sobre todo si se parecían a ti. Era como mirarse al espejo. También era genial ver fotos de tus abuelos cuando eran jóvenes, mil millones de veces más guapos en su juventud de lo que los filtros de Instagram jamás harán por ti.
14. Cuando tus abuelos te presentaban a otras personas del pueblo no tenías nombre. Eras “el de la” o “el del” y ahí va el nombre de tu madre o padre.
15. Esta situación tiene un giro mucho mejor: si vas por la calle sin tus abuelos y te preguntan “¿de quién eres?” y contestas con un nombre de pila cualquiera, lo normal es que te den una lista de apodos del pueblo hasta que distingas el de tu familia: “¿el del Cañillas? ¿el del Orejas? ¿el del Chamborgas?”.
16. La casa de tus abuelos era el centro de operaciones de toda la familia. En determinadas semanas de julio o agosto, había overbooking de primos. Se podía llegar a dar la situación de que las camas que un día fueron de tus padres y tíos no fueran suficientes. Había que compartir las camas, algo maravilloso en las tórridas noches de verano.
17. Tú les llamabas “abuelo” y “abuela”, pero ellos jamás de llaman “nieto”. Eras “hijo”. Es muy raro, porque tus tíos sí te llamaban “sobrino”, tus primos te llamaban “primo” y tus hermanos te llamaban “hermano”. Pero para tus abuelos eras “hijo”.
18. Entonces no lo sabías, pero la vajilla y mantelería vintage en casa de tus abuelos te dejó huella. Cada vez que ves un mantel de bolillo o platos de vidrio gordo te acuerdas de ellos. De hecho, tienes una vajilla Duralex y una jarra de peltre. Es lo más moderno.
19. Tus abuelos alucinan con la cantidad de tiempo que pasabas enganchado al móvil. “Pero cuándo vas a soltar el cacharro”. Si te dabas toques, no entendían por qué nunca cogías el teléfono si te estaban llamando. Si te mandaban SMS, flipaban con la velocidad de tus pulgares.
20. Al volver a tu casa, tus amigos hablaban de sus campamentos y tú pensabas que el tuyo, en casa de tus abuelos, había sido muchíííííííííiísimo mejor.