Pompeya tenía entre 10.000 y 20.000 habitantes cuando quedó sepultada por la erupción del Vesubio en el año 79. Se conservan más de 11.000 grafitis en las paredes de la ciudad. Como explica Ana Mayorgas, profesora del departamento de Historia Antigua de la Universidad Computense de Madrid, dejar mensajes en las paredes “debió ser bastante habitual en las grandes ciudades”. Se trataba tanto de pintadas como de marcas en la pared, en el interior y en el exterior de las casas.
El “testimonio más completo que tenemos es el de Pompeya”, debido a que se han conservado más pintadas bajo la erupción del Vesubio. No era tan grande como Roma, recuerda Mayorgas, “así que es probable que otras ciudades tuvieran también esta escritura propia y espontánea”.
Una de estas inscripciones, escrita a carboncillo ha servido para confirmar algo que muchos historiadores ya sospechaban: el volcán entró en erupción en octubre y no en agosto. No se trata de una frase solemne, como podría uno pensar. El texto, según el epigrafista A. Varone, dice: “El 17 de octubre dio rienda suelta a su hambre hasta la saciedad”.
"Come pan en Pompeya, pero ve a Nocera a beber"
¿Y qué escribían los romanos en las paredes? Pues se trata de “pintadas privadas, textos muy cortos y mensajes muy directos”, explica Mayorgas. Aparte de los “Satura estuvo aquí” y similares, hay mensajes de carácter amoroso y sexual, anuncios de vendedores de puestos y comercios, y eslóganes electorales, “ya que los magistrados en las ciudades se elegían”.
Otro grupo importante es el de la “reproducción de versos conocidos, sobre todo de la Eneida, que era como nuestro Quijote. Los romanos que aprendían a leer y a escribir se sabían de memoria los primeros versos. También jugaban con ellos y los cambiaban para hacer broma y sátiras, acompañadas de dibujos”.
Como explica el periodista Tom Standage en su libro Writing on the Wall ("escribiendo en la pared"), estos grafitis dan “pequeñas muestras de la actividad cotidiana, casi como las actualizaciones de estatus en las redes sociales modernas”. Y cita algunos ejemplos sacados también de Pompeya:
- "En Nuceria gané 8.552 denarios jugando. ¡Juego justo!".
- "Atimeto me preñó".
Muchos de estos mensajes se dirigían a personas concretas, no todos amables:
- "Virgula a su amigo Tercio: eres asqueroso".
- "Samio a Cornelio: cuélgate".
Abundan también los aforismos y muestras de ingenio:
- "Un problema pequeño se hace más grande si lo ignoras".
- "Oh, pared, estoy sorprendido de que no te hayas desmoronado, ya que soportas los garabatos tediosos de tantos escritores".
Hay incluso recomendaciones a modo de Tripadvisor rupestre:
- "Gayo Sabino saluda con afecto a Estacio. Viajero, come pan en Pompeya, pero ve a Nocera a beber. En Nocera, la bebida es mejor".
- "Pagarás por tus trucos, posadero. Nos vendes agua y te quedas el buen vino para ti".
Standage opina que estas pintadas son uno de los precedentes de las redes sociales, junto a la imprenta y los cafés de la Europa del siglo XVII, entre otros muchos ejemplos (su libro se subtitula "las redes sociales: los primeros 2.000 años"). No porque sean fenómenos con un impacto comparable, sino porque “muchas de las formas en las que compartimos, consumimos y manipulamos información, incluso en la era de internet, se construyen partiendo de hábitos y convenciones que cuentan con siglos de historia”.
A Mayorgas le parece que la comparación va demasiado lejos, pero sí apunta que algunas de estas pintadas e inscripciones eran “frases escritas por distintas manos en una especie de diálogo”, semejantes a "los diálogos de los lavabos públicos".
Standage recoge un ejemplo en el que “Onésimo saluda a Segundo, su hermano”, inscripción a la que su hermano responde: “Segundo envía muchos y perpetuos saludos a Onésimo”. No consta la opinión acerca de este intercambio de Fabio Rufo, dueño de la casa en la que se encontraron las pintadas.
Leer y escribir en el siglo I d.C.
El hecho de que estas pintadas sean tan frecuentes, explica Mayorgas, es uno de los indicadores de que “amplias capas de la población tenían la capacidad de leer al menos algunas frases”.
No se puede decir con exactitud cuánta gente sabía leer y escribir en la Roma clásica. Mayorgas apunta que el uso del alfabeto y de la escritura en mayúscula hacía más fácil el aprendizaje, pero “habría gente que podría leer y recitar poemas, y otros que solo sabrían escribir su nombre o algunas frases”. Lo justo, quizás, para firmar en algún muro.
La historiadora Mary Beard coincide en su libro SPQR, donde apunta que probablemente habría más gente alfabetizada en las ciudades que en áreas rurales. Comerciantes, artesanos y esclavos habrían necesitado algún dominio básico de letras y números para llevar a cabo su trabajo. “Si en algún momento de la antigüedad había más gente capaz de leer probablemente fue en la República y el alto imperio”, concluye Mayorgas.