Raphael Samuel, un joven de 27 años de Mumbai (India), asegura que quiere denunciar a sus padres por haberle engendrado sin consultarle: “Quiero que la gente se dé cuenta de que ha nacido sin consentimiento”, explicaba en un vídeo de YouTube en el que anunciaba su campaña Stop Making Babies (Dejad de tener bebés), un movimiento antinatalista, cuyos defensores lamentan haber nacido y defienden que es mejor que no nazca nadie más.
Esta corriente filosófica no es solo una broma de YouTube: tiene antecedentes en el fatalismo de pensadores como Schopenhauer y Zapffe. Aun así, el primer libro dedicado por entero a la defensa del antinatalismo es relativamente reciente, de 2006: Better Never To Have Been (Mejor no haber existido nunca), del filósofo sudafricano David Benatar.
El antinatalismo de Benatar no es relativo, sino absoluto: este pensador no defiende una contención de la natalidad por miedo a la superpoblación o por los efectos de la humanidad sobre el medio ambiente. Ni siquiera dice que sea mejor no haber nacido que llevar una vida infeliz. Al contrario, el filósofo escribe que “haber sido arrojado a la existencia no es un beneficio, sino que siempre es un mal”. Siempre.
Benatar se basa en una idea que llama “la asimetría”: la ausencia de dolor es un bien, pero la ausencia de placer no es ni un bien ni un mal. Es decir, alguien que nace puede que disfrute de placeres (bien), pero también sufrirá algún mal a lo largo de su vida (mal). En cambio, quien no nace ni sufrirá ningún mal (bien) ni disfrutará de ningún placer (ni bien, ni mal). El hecho de que la ausencia de placer no sea algo malo inclina la balanza en favor de no haber nacido.
En su opinión, si ahora todos decidiéramos no tener descendencia y que la humanidad se extinguiera, no causaríamos ningún mal a nadie, ya que no se puede hacer daño a quien no existe.
¿Por qué tener hijos?
Benatar admite que la mayor parte de la gente no considera que existir sea algo negativo y eso les lleva a pensar que sus hijos compartirán esta impresión. Es decir, cuando nuestros padres decidieron formar una familia confiaban en que seríamos, como ellos, razonablemente felices. Pero esto no es suficiente para Benatar, que recuerda que “no es posible obtener consentimiento de nadie antes de que exista”. Nadie nos preguntó si queríamos nacer y, en consecuencia, quienes deciden ser padres solo siguen sus propios intereses.
Aunque puedan parecernos exageradas, merece la pena detenerse en las ideas de Benatar, sobre todo teniendo en cuenta que el propio filósofo admite que son minoritarias y que es muy improbable que una generación decida extinguirse. Es cierto que nadie puede preguntar a su descendencia si quiere nacer o no, pero sí es posible detenernos a pensar por qué tenemos hijos y si lo hacemos por ellos o por nosotros.
Christine Overall recuerda en su libro Why Have Children (Por qué tener hijos) que hoy en día los humanos no tenemos la obligación de crear una familia. Esta filósofa, que no es antinatalista, apunta que en la cultura contemporánea occidental solo se nos piden explicaciones cuando no queremos tener hijos y no cuando queremos tenerlos, cuando ambas decisiones tienen implicaciones éticas importantes.
Overall asegura que “tener un hijo para beneficiarnos nosotros es un error moral”. Es decir, está en contra de tener descendencia para que nos cuide cuando seamos mayores, por ejemplo, o porque creemos que eso nos hará más felices. Tampoco piensa que tengamos la obligación de traer niños al mundo por la sociedad, como si las mujeres fueran “siervas procreadoras”. Por lo que difícilmente le parecerá correcto el argumento de Pablo Casado, que recientemente apuntaba que “si queremos financiar las pensiones debemos pensar en cómo tener más niños”.
El filósofo Peter Singer coincide con Overall en uno de los ensayos de su Ética para el mundo real: “Muy pocos se preguntan si existir es algo bueno para el niño”. Singer cree en el valor de la vida humana, pero también subraya la importancia de recordar este valor antes de tener hijos y hacer lo posible para que su futuro merezca la pena.
Incluso Benatar se ve obligado a admitir que la vida tiene algo de valor, por poco que sea. Al menos si tenemos en cuenta la respuesta que da a uno de los reproches que se le suele hacer: “¿Y por qué no te suicidas?”. Benatar cree que existir es un mal, pero morir una vez existimos también lo es. No nacer es algo que en realidad no le ocurre a nadie en concreto, y es así como lo defiende, pero la muerte nos llega a cada uno de nosotros en particular.
Benatar compara estar vivo con presenciar una obra de teatro que nos aburre. Quizás no sea tan mala como para irnos antes del final, pero si lo hubiéramos sabido, seguramente no habríamos ido a verla.
Pero en realidad no somos espectadores de una obra, sino que actuamos en ella e incluso tenemos cierta libertad para improvisar. Es decir, al contrario de lo que sugiere Benatar, podemos hacer que la función sea algo menos aburrida. Nadie nos preguntó si queríamos nacer, pero ya que hemos nacido, no está de más aprovechar la oportunidad y colaborar para que sea más difícil que nadie, ni siquiera Raphael Samuel, el tipo que ha iniciado este debate en Youtube, lamente haber nacido.
La conclusión repugnante
Cuando se habla sobre si tener o no tener hijos, a menudo se menciona un experimento mental de Derek Parfit que llamó “La conclusión repugnante” y que está incluido en su libro Razones y personas. Parfit parte de la idea de que si aseguramos una vida mínimamente feliz para todas las personas que nacen, cada nueva vida supone una cantidad mayor de felicidad en el mundo. Esto le lleva a preguntarse si es mejor asegurarse de que haya mucha gente algo satisfecha o poca gente extremadamente feliz. Reduciéndolo al absurdo, podríamos concluir que el mejor futuro sería una sociedad en la que una cantidad enorme de gente llevara vidas que apenas merecieran ser vividas, ya que la cantidad total de felicidad sería mayor que la de una sociedad con menos personas, aunque todas fueran extremadamente felices.
Parfit no estaba nada satisfecho con esta conclusión (de ahí el nombre que le puso): buscar cualquier tipo de equilibrio supone que es mejor que un número de personas no llegue jamás a nacer o bien que las condiciones puedan ser más difíciles para todos. Se han intentado introducir soluciones a este ejercicio, como cuestionar cómo medimos la calidad de vida o reevaluar lo que queremos decir al hablar de "vidas que merecen la pena". Pero al final el problema sigue presente: si el hecho de tener descendencia es bueno porque trae más felicidad al mundo, ¿dónde ponemos el límite?