(Esta newsletter ha sido elaborada por Álvaro Llorca @alvaro_llorca)
Quienes han leído su obra saben que cualquier momento es bueno para hablar de Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura en 2015. Sin embargo, la existencia cotidiana no nos depara muchas oportunidades para hacerlo. Cada vez que alguien menciona la palabra Bielorrusia en mi entorno, suelo decir: "¿Has dicho Bielorrusia? ¿Sabes quién es de Bielorrusia? Svetlana Alexiévich". Y entonces me arranco. Si alguien habla de la guerra afgano-soviética en los años ochenta, acostumbro a preguntar: "¿Sabes quién dedicó un libro a la guerra afgano-soviética?".
Si se habla poco de estos temas no es por su falta de interés: empiezo a pensar en una conspiración global para que yo no hable más de Alexiévich, como si el mundo estuviera jugando una partida gigante de Tabú contra mí. Por eso, quienes hemos leído su obra, estamos tan agradecidos a HBO por su serie Chernóbil. Porque, ¿sabéis quién escribió un libro sobre Chernóbil?
El primer contacto con ciertos autores se acaba convirtiendo en algo inolvidable. En mi caso, jamás olvidaré el momento en que abrí el primero de sus libros que cayó en mis manos, Los muchachos de zinc. Y no solo porque estuviese a bordo de un avión rumbo a Palma de Mallorca para empezar unas vacaciones, sino por todas las sensaciones que me fueron atravesando con el paso de las páginas. Los méritos de Alexiévich son incontables, pero el primero que llama la atención es que, en un mundo tan vanidoso como el de la literatura, ella cede toda la voz a sus protagonistas creando narraciones corales en las que apenas interviene. En alguna entrevista incluso se ha autodefinido como "mujer oreja". Y entrevista a la gente corriente, lo que le permite rescatar testimonios subterráneos y sortear los peligros de las verdades oficiales. Escribe en La guerra no tiene rostro de mujer:
¿Qué es lo que más me gustaría saber sobre la Grecia antigua? ¿Y de la historia de Esparta? Me gustaría saber de qué hablaba la gente en sus casas. Cómo se marchaban a la guerra. Qué palabras decían el último día y la última noche a sus amados. Cómo se despedía a los guerreros. Cómo esperaban que volvieran de la guerra... No a los héroes y a los comandantes, sino a los jóvenes sencillos... La Historia a través de las voces de testigos humildes y participantes sencillos, anónimos. Sí, eso es lo que me interesa, lo que quisiera transformar en literatura.
Y vuelve a una idea parecida en Los muchachos de zinc:
El hombre no debe verse desde la perspectiva del Estado, sino desde la perspectiva de quién es para su madre, para su mujer. Para su hijo.
Sigues pasando sus páginas y tomas conciencia de la grandeza de su concepto de "actualidad". Ella, a diferencia de muchos otros periodistas, que a la mínima oportunidad empaquetan sus bártulos para marcharse al siguiente conflicto, sabe que las heridas no cicatrizan pronto. De ahí que publique sobre Chernóbil once años después del desastre, o que vuelva al tema de la Segunda Guerra Mundial tantos años después de que ocurriera. Precisamente, en La guerra no tiene rostro de mujer, uno de sus dos libros sobre la Segunda Guerra Mundial, reproduce el siguiente testimonio de una entrevistada:
Cuando pasábamos delante de los puentes convertidos en ruinas, siempre pensaba: '¿Cuántos años necesitaremos para volver a construir todo esto?'. La guerra mata el tiempo, el valioso tiempo de los seres humanos. Yo sabía por experiencia que mi padre invertía varios años en construir cada puente. Se pasaba las noches con los planos, incluso en sus días de descanso. Lo que más pena me daba en la guerra era el tiempo. El tiempo de papá...
Ya hemos mencionado cómo Alexiévich aborda los grandes acontecimientos. También hemos hablado de su particular concepto del tiempo. Pero lo que más me gusta de Alexiévich es un gesto pequeño y revolucionario: cómo amplía los confines del mundo al escuchar voces tradicionalmente ignoradas. Con un acto tan sencillo, abre mundos nuevos. Es lo que ocurre en Últimos testigos, cuando entrevista a personas que vivieron la Segunda Guerra Mundial siendo niños. Es lo que ocurre en Los muchachos de zinc, cuando entrevista a las madres de muchos combatientes. Es lo que ocurre en Voces de Chernóbil, cuando narra las consecuencias del conflicto para personas anónimas. Es lo que ocurre en El fin del homo sovieticus y en La guerra no tiene rostro de mujer:
Y los libros que hablan de las guerras son incontables. Sin embargo... siempre han sido hombres escribiendo sobre hombres, eso lo veo enseguida. Todo lo que sabemos de la guerra, lo sabemos por la 'voz masculina'. Todos somos prisioneros de las percepciones y sensaciones 'masculinas'. (...) Durante mis viajes de periodista, en muchas ocasiones, he sido la única oyente de unas narraciones completamente nuevas. En lo que narran las mujeres no hay, o casi no hay, lo que estamos acostumbrados a leer y a escuchar: cómo unas personas matan a otras de forma heroica y finalmente vencen. O cómo son derrotadas. O qué técnica se usó y qué generales había. Los relatos de las mujeres son diferentes y hablan de otras cosas. La guerra femenina tiene sus colores, sus olores, su iluminación y su espacio. Tiene sus propias palabras. En esta guerra no hay héroes ni hazañas increíbles, tan solo hay seres humanos involucrados en una tarea inhumana.
Y bueno, paro ya de escribir, que alguien aquí cerca está hablando de la serie de HBO y tengo que contarle una cosa... ¡OIGA! ¿SABE QUIÉN ESCRIBIÓ SOBRE CHERNÓBIL?
*****************
Al igual que las muñecas rusas esconden otras muñecas dentro, nuestra newsletter lleva en su interior historias de mujeres reales y diversas, debates, actividades y recomendaciones de lectura. La Matяioska es la newsletter quincenal de Verne en la que compartimos contigo temas sobre feminismo y mujer.
Si ya recibes La Carta de Verne, recibirás automáticamente La Matяioska. Si quieres suscribirte, puedes hacerlo a través de este enlace. Y si quieres cambiar tus suscripciones a las newsletters de EL PAÍS, puedes hacerlo desde aquí.Si nos quieres contar algo, decirnos qué te ha parecido nuestra carta o hacernos una sugerencia, puedes escribirnos a lamatrioska@verne.es. Y si quieres llamarnos feminazis, pincha aquí.