Este artículo es una continuación de "Las ciudades fundadas por empresas: de la utopía a la explotación".
El modelo de ciudades fundadas por empresas entró en decadencia a partir de la segunda mitad del siglo XX, tal y como explicamos en el artículo anterior sobre este tema. Sin embargo, desde hace unos años vuelve un nuevo tipo de ciudad de empresa, renovado por completo, pero repitiendo muchos de sus patrones: el de las compañías tecnológicas.
Facebook tiene previsto construir un campus nuevo con 1.500 residencias, un barrio comercial, un parque y un hotel. En febrero, la empresa anunció que había entregado al Ayuntamiento de Menlo Park, California, los planes para la construcción del proyecto, que se llamará Willow Village y que no estará abierto solo a empleados de la compañía.
Como explica este artículo de la web de urbanismo City Lab, Facebook tiene vocación de crear comunidad (aunque sea porque cree que esto es conveniente para su empresa), lo que contrasta con las otras grandes tecnológicas de Silicon Valley, “que prefieren que sus campus estén aislados”.
Quizás eso esté cambiando: Google acaba de anunciar una inversión de 1.000 millones de dólares destinados a la construcción de 20.000 nuevas viviendas en la zona de la Bahía de San Francisco en los próximos 10 años, que tampoco serán exclusivas para sus empleados. La empresa destinará terrenos de su propiedad por valor de 750 millones a la edificación de 15.000 residencias, además de un fondo de inversión de 250 millones para “proporcionar inventivos que permitan a promotores inmobiliarios la construcción de al menos 5.000 viviendas", lo que podría traducirse en préstamos o inversiones.
Según asegura la empresa en su comunicado, su objetivo es contribuir a paliar “la escasez de vivienda asequible” para familias con ingresos medios y bajos. Aunque, como recuerdan medios como The Verge y The New York Times, Google confía en ganar dinero con este negocio.
Y es que estas empresas, por muy aisladas que hayan pretendido estar, han cambiado el entorno en el que se han situado. La zona de la bahía es la región con los precios de vivienda más caros de Estados Unidos, por encima de Nueva York. “Los googlistas y los de su clase social han impulsado un 16 % anual los precios de la vivienda de Manhattan -al igual que de su otro epicentro, la región de San Francisco”, escribe el sociólogo Richard Sennet en su Construir y habitar, citando datos de 2017. Por ejemplo, el alquiler de un apartamento de una habitación cerca de Google sale por unos 3.500 dólares al mes.
Los campus de empresas
Como comentábamos, el modelo de ciudades fundadas por empresas empezó a desinflarse a partir de la segunda mitad del siglo XX. Pero hubo otro movimiento que, como escribe el historiador Hardy Green en su libro The Company Town, ya auguraba un retorno a las relaciones estrechas entre compañías y ciudades. En 1944, Bell Labs (actualmente propiedad de Nokia) abrió su campus de investigación y desarrollo en las afueras de Nueva Jersey, de un modo similar a cuando compañías como Cadbury’s se fueron de ciudades como Birmingham para fundar sus propias poblaciones.
Bell Labs se adelantó a una tendencia que crecería a partir de finales de los años 50, con parques de oficinas como los de IBM y PepsiCo, ambos cerca de Nueva York. Estos campus no pretendían fundar una ciudad a su alrededor, como ocurrió mediados del XIX. Estaban casi aislados de su entorno por completo, “accesibles solo a través de carreteras cada vez más congestionadas”.
La elección del término “campus”, común entre las tecnológicas en lugar de “oficinas”, tampoco es casual, ya que ayuda a proyectar una imagen joven, de aprendizaje y de diversión, para alejarse del modelo de empresa convencional.
En opinión de Green, estas instalaciones “reproducen mucho de la vida en las ciudades de empresa”. Las instalaciones de Fedex, en Tennessee, dan trabajo a 1.500 empleados y tienen pistas de atletismo, una biblioteca y cafeterías. Google tiene sus restaurantes gratuitos, gimnasios y masajes, además de tintorería y peluquería. Es decir, se crean servicios para los trabajadores más allá de lo que necesitan para su labor. “Todo esto suena idílico hasta que te das cuenta de que los trabajadores nunca se van a casa… Ni dejan de trabajar”.
Coincide Sennett en su libro, y añade que esta fórmula “procede de las ciudades-empresa clásicas de la era industrial, como Pullman, en Illinois, Estados Unidos, o Port Sunlight, en Gran Bretaña, ambas construidas en la década de 1880”. Esta última, por cierto, fue fundada por Lever, germen de la actual Unilever, multinacional propietaria de más de 400 marcas de productos de alimentación y para el hogar.
Obligadas a ofrecer compensaciones
Las empresas no necesitan construir de cero las ciudades y ofrecer servicios básicos, como recuerdan Matevz Straus y Razvan Zamfira en The Re-Birth Of The Company Town("El renacimiento de la ciudad de empresa"), pero sí necesitan colaborar con otros actores locales “para alcanzar y mantener ventajas competitivas”. Esto también incluye acceso a sanidad, educación, ocio e infraestructuras, sobre todo en los países en los que se ha notado más el retroceso del estado del bienestar ya desde los años 80.
“Hay cierto parecido en la lógica económica”, explica Víctor Muñoz Sanz, investigador en urbanismo industrial y tecnológico en la Universidad Tecnológica de Delft (Países Bajos) que añade que “se repiten patrones”. Los trabajadores no pueden vivir cerca del trabajo por culpa del elevado precio del alquiler en San Francisco y en toda la región de la bahía, aunque estén mucho mejor pagados que los trabajadores de Hershey’s y Cadbury’s hace más de un siglo.
Las empresas habían intentado paliar este problema con iniciativas como los autobuses de Google, que llevan a los empleados al trabajo desde sus casas, situadas a menudo a más de 50 kilómetros de distancia. Por supuesto, con wifi, para que sigan trabajando. Pero no solo no han sido una solución, sino que se encontraron con las protestas de los vecinos de San Francisco en las paradas. Los manifestantes responsabilizaban a las tecnológicas del incremento de los precios del alquiler en una región que además no cuenta con una red de transporte público de calidad.
Facebook y Google quieren evitar que sus empleados cambien de empresa cada pocos años o acaben dejando una ciudad que no se pueden permitir. Por eso ofrecían autobuses con wifi y ahora se lanzan al mercado inmobiliario, en un movimiento similar al de las ciudades de empresa clásicas. Probablemente porque no tienen más remedio que hacerlo: como resume The New York Times, “es mucho más difícil encontrar un sitio para vivir en Silicon Valley que un trabajo nuevo”.
Las otras tecnológicas
En Shenzhen (China) está la fábrica más grande de iPhones del mundo, propiedad de la taiwanesa Foxconn. La ciudad tiene 12 millones de habitantes y en la fábrica, conocida como Foxconn City, trabajan 350.000 trabajadores en los picos de mayor producción.
Dentro del recinto de la empresa, hay residencias, donde vive una cuarta parte de los empleados, una piscina, supermercado, un centro de formación, restaurantes y cafeterías.
Sin embargo, las instalaciones están lejos de los proyectos utópicos de Hershey o las iniciativas futuristas de Facebook: según un reportaje publicado en The Guardian hace dos años, en los dormitorios hay ocho empleados, que en ocasiones podían ser hasta doce. Eran gratuitos, pero Foxconn cobraba “gastos exorbitantes” por la electricidad y el agua.
En 2012 y 2016, grupos de trabajadores subieron a la azotea y amenazaron con saltar. De hecho, la empresa saltó a los medios en 2010 precisamente al saberse que doce trabajadores se habían suicidado de esta forma a lo largo del año. Foxconn asegura que desde entonces ha incrementado la atención a la salud mental de sus empleados.