Arte de todos los colores: obras que no podrás sacarte de la cabeza según tu color favorito

Matisse, Schiele, Van Gogh... Proponemos un viaje por el mundo del arte lleno de matices

Detalles de algunas de las obras de las que se habla en este artículo

Un ojo humano sano puede puede apreciar millones de tonalidades de colores. Y es muy habitual que sintamos especial predilección por alguna de ellas. Es algo que también le ha ocurrido a muchos artistas, que en algunos casos incluso consagraron buena parte de sus carreras a la exploración de un color concreto. Como escribir sobre cada una de las tonalidades daría como resultado un artículo interminable, lo hemos centrado en los colores del arcoíris, aunque con algunas salvedades. Si bien el arcoíris distingue entre el cian y el azul, aquí está agrupado en un mismo epígrafe ya esa parte de la paleta tiene un protagonista incuestionable: el artista francés Yves Klein. Y por si acaso no tienes un color favorito, mencionamos dos autoras que los usaron prácticamente todos (y muchas veces al mismo tiempo).

Violeta

La relación de los impresionistas con este color es cuanto menos peculiar. Todo empezó en el cambio de siglo, del XVIII al XIX, cuando Claude Monet se interesó más si cabe por la luz y se dedicó a plasmar las consecuencias de su incidencia en todo tipo de objetos y monumentos. Muchos de sus lienzos, casi instantáneas frenéticas, tenían la peculiaridad de no inmortalizar las sombras con los típicos tonos negros, sino con el violeta, un color que hasta el momento se había mantenido en un tímido segundo plano. Como el propio Monet decía: "Había descubierto el color de la atmósfera".

Poco a poco el uso de este tipo de tonos se fue extendiendo entre el resto de los impresionistas, que afirmaban que "en la naturaleza no hay negro, sino sombras violetas". Pero la crítica no vio con buenos ojos el cambio, acuñando un nuevo término para designar a sus seguidores: la violetomanía. Por su parte, los partidarios de la corriente impresionista se creían capaces de percibir la luz ultravioleta en el extremo del espectro, como señala Stella Paul en su libro Cromophilia: the story of color in art, aunque en realidad es imperceptible para el ojo humano.

'Londres, el Parlamento', de Claude Monet (1904), expuesto en el museo de Orsay

Azul

Yves Klein convertía en azul todo lo que tocaba. Pocos artistas han estado tan íntimamente relacionados con un color concreto y lo han hecho patente en su obra como lo hizo él. Y no se conformó con un azul cualquiera, sino que creó el suyo propio, especialmente vibrante e intenso, el cual registró en 1960: el International Klein Blue. Una vez fue consciente de que el azul era el canal perfecto para su mensaje, su gran reto fue conseguir un aglutinante para los pigmentos de azul ultramar que no modificase en absoluto su brillantez original. Y a la vista está que lo consiguió y lo incorporó a todo tipo de objetos: esponjas, globos e incluso las Venus clásicas.

Antes de quedarse a vivir en el azul, Yves Klein probó con monocromías en otros colores, como el rosa o el dorado. Entonces, ¿qué le hizo decantarse por el tono por el que hoy le conocemos? Klein encontraba el azul como el más completo de los colores, que trascendía las dimensiones del resto y que, relacionándose con elementos tan identificativos como el mar o el cielo, era en realidad abstracto. Como él mismo decía, "el azul es lo invisible haciéndose visible". Su época blue es el reflejo de su visión del espacio y los sueños, inspirado en las palabras del filósofo francés Gaston Bachelard: "Primero no hay nada, luego hay un nada profundo y después una profundidad azul".

La complejidad de la pintura de Klein se entiende con los pequeños detalles. Por ejemplo, evitaba usar los pinceles, que dejaban un trazo individual demasiado subjetivo, y los sustituía por rodillos, a los que consideraba "más anónimos". Incluso llegó a emplear el cuerpo humano. En Antropometrias, una de sus obras más famosas, combinó performance y pintura provocativa, utilizando a tres mujeres desnudas como pinceles humanos, convirtiéndose él en el director de orquesta que observaba la obra crearse ante sus directrices.

Visitantes a una exposición retrospectiva de Yves Klein contemplan la obra 'Azul monocromo, sin título' (1960), en el museo Schirn Kunsthalle, de Frankfurt, en 2004 Getty Images

Verde

Comúnmente el verde se ha asociado con la esperanza, pero si algo podemos relacionar con este tono esa es la representación del aire fresco y de la naturaleza. De hecho, también en el caso del verde, los impresionistas tuvieron un papel muy importante en el nuevo uso del color, por ser las pinturas al aire libre y las representaciones de la naturaleza uno de sus temas preferidos.

El verde y el azul fueron los colores predilectos de Cézanne, cuyas obras se consideran el punto de partida hacia el arte moderno. Gran parte de la producción del pintor está integrada por paisajes, en los que la amplia variedad de tonos verdes no es casualidad. De hecho, pese a que se pueda pensar lo contrario, la paleta de Cézanne fue amplia en matices. Su obra El estanque es un buen ejemplo del tipo de verdes que le gustaba integrar en sus pinturas.

El verde, además, encierra una historia que demuestra cómo la búsqueda del color perfecto puede volverse trágica. En el siglo XVIII, el químico Carl Scheele creó un color que se bautizó como "verde de París", y que ganó gran popularidad tanto entre pintores (incluyendo a Cézanne y Manet) como las grandes compañías de tintes. Lo que no se sabía entonces es que uno de los materiales con los que se obtenía el pigmento, el arsenato de cobre, era tóxico y potencialmente mortal. Provocó grandes dramas: una familia acomodada inglesa, por ejemplo, acabó descubriendo que la muerte de sus cuatro hijos no se debió a la difteria, como se pensaba, sino al color verde presente en las alfombras, las cortinas, los muebles y el papel de la pared que tenían en casa. Incluso se encuentra bastante extendida la leyenda de que el color verde está relacionado con la ceguera de Monet y la diabetes de Cézanne.

El estanque, de Paul Cézanne (1877–79), perteneciente al Museo de Bellas Artes de Boston (Estados Unidos)

Amarillo

Sobre la relación entre Vincent Van Gogh y el color amarillo se ha hablado largo y tendido. Pese a que a lo largo de su producción su paleta cromática sufrió variaciones notables hasta alcanzar la intensidad de color que lo caracteriza, la mayoría de las personas relacionan a Van Gogh con el amarillo, seguramente porque sus obras más emblemáticas aparecen bañadas por su luz dorada: sus girasoles, sus campos de trigales e incluso la luna de su Noche Estrellada.

A su amor por el amarillo se le han querido encontrar diversas explicaciones. En un principio, se asoció con el consumo de absenta, licor popular en los círculos bohemios y que contenía tujona, un aceite que en elevadas cantidades puede producir visión en halos de colores. Aunque con el tiempo se desestimó esta opción, ya que se requería una ingesta desproporcionada para llegar a experimentar tales síntomas.

Otra teoría sostiene que el amarillo de las pinturas de Van Gogh, más que un recurso simbólico para expresar sus emociones, es el resultado de una condición médica. Según esta, el pintor holandés en realidad padecía xantopsia, conocida como "visión amarilla", resultado directo de su consumo de digitalina, sustancia extraída de la planta dedalera, y que le habría recetado su médico para frenar sus crisis maníaco-depresivas. De hecho, en el Retrato del doctor Gachet, su médico aparece retratado junto a esta planta, casi como una prueba del delito. Sin embargo, hay quien desconfía de cualquier explicación médica: "A Van Gogh, simplemente, le gustaba el amarillo", decía en una entrevista Michael F. Marmor, profesor de Oftalmología de la Universidad de Stanford que ha estudiado el uso de los colores por parte de algunos artistas.

Cuadro perteneciente a la serie de girasoles que pintó Van Gogh, pintado en 1888, y perteneciente a la colección de la Neue Pinakothek de Múnich (Alemania)

Naranja

Tal vez el naranja sea el color que más dificultades ofrece a la hora de ser relacionado con un artista concreto. Aunque desde la antigüedad aparecieron tonalidades cercanas al naranja, su consolidación fue tardía. De hecho, en Europa no recibió ese nombre hasta el siglo XVI, siendo las tonalidades amarillo-naranja conocidas popularmente como azafrán.

Por supuesto que existieron movimientos, como el Prerrafaelita, a los que se asoció con frecuencia el naranja por su uso común. Y lo mismo ocurrió con algunos artistas, como Toulouse-Lautrec, que incorporó el naranja para simbolizar el frenetismo de los salones de baile parisinos. Incluso hay obras concretas, como Sol ardiente de junio, de Frederic Leighton, que es inevitable que nos vengan a la cabeza en nuestra búsqueda del representante de este color. Pero tal vez el ejemplo más curioso del uso del naranja sea el de Egon Schiele.

Schiele fue uno de los primeros pintores de la Secesión vienesa en dejar a un lado el estilo creado por Gustav Klimt, desarrollando un estilo expresionista muy personal en el que los tonos naranjas y rojos adquieren un papel protagonista. Es sorprendente teniendo en cuenta que la producción de Egon Schiele no es especialmente recordada por el uso del color, que en realidad aparece como complemento al dibujo, que es extremadamente expresivo. Lo que es seguro es que Schiele fue muy consciente de las capacidades expresivas y de provocar reacciones de este tipo de tonalidades y por ello decidió incorporarlas a su pintura.

Mujer arrodillada con vestido naranja (1910), de Egon Schiele, en el museo Leopold, de Viena (Austria)

Rojo

Henri Matisse fue uno de los primeros artistas del siglo XX que entendieron el color como la herramienta clave en su pintura, utilizándolo para transmitir emociones y sentimientos. Tal era su conocimiento sobre el mismo, que comprendía y empleaba los distintos colores complementarios, como el azul o el verde, jugando con la fuerza e intensidad producida cuando los ponía en relación.

El rojo de cadmio surgió a finales del XIX y se hizo bastante popular a lo largo del siglo XX, como un pigmento sintético que servía de alternativa al bermellón, el más empleado hasta el momento. Matisse fue uno de los primeros en animarse a utilizar este nuevo pigmento de rojo, que admiraba por su especial brillantez. Era un rojo especialmente vistoso, que acompañado por otros colores lograba un gran impacto en el espectador que se acercaba a sus obras por primera vez. Su atracción por el nuevo pigmento era tan grande que intentó, sin demasiado éxito, convencer a Renoir para que cambiara su tradicional bermellón por el rojo de cadmio.

Todos estos rasgos quedan bien plasmados en Armonía en rojo, obra cercana al posterior fauvismo y en la que el uso del color, contrastado y fuerte, adquiere una importancia indudable frente a otros rasgos como las formas o la composición.

Armonía en rojo (1908), de Henri Matisse, en el Museo Hermitage de San Petersburgo (Rusia)

Todos los colores

Y si eres de las personas que no tienen un color favorito, no pasa nada, porque hay una artista cuya obra los abarca prácticamente todos: Sonia Delaunay. La artista de origen ruso fue la protagonista en 2017 de una exposición en el Museo Thyssen-Bornemisza titulada Sonia Delaunay. Arte, diseño y moda. La mención al título de esta exposición nos resulta útil para reconocer el carácter pluridisciplinar de esta singular artista, que lo mismo pintaba un cuadro, que diseñaba un vestido, que decoraba una habitación.

Fue una de las grandes abanderadas —junto con su marido, Robert— del simultaneísmo, una vanguardia artística que exploraba el impacto de la luz sobre los colores en función de cómo estuvieran combinados. En palabras de la crítica de arte Estrella de Diego, Sonia Delaunay "llevó el cubismo un paso más allá a través del uso del color". Si bien no es su obra más colorida, hemos escogido como obra representativa de esta autora la colcha que tejió para su hijo Charles en 1911, ya que es para muchos el origen de su modo de acercarse al arte.

Y en este mismo apartado, el de las artistas coloristas, se merece una mención especial Hilma af Klimt, artista sueca relativamente desconocida que se adelantó incluso a Kandinsky y a Mondrian en la ruptura con la figuración, convirtiéndose en la gran precursora de la abstracción.

La colcha que Sonia Delaunay tejió para su hijo Charles en 1911 y que se encuentran en el Centro Pompidou de París