Cuatro personas habituadas a la soledad nos cuentan sus reflexiones durante el confinamiento

En pleno confinamiento se han publicado estadísticas oficiales que confirman que cada vez más gente vive sola

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Isabel, Ricardo, Nieves y María
Isabel, Ricardo, Nieves y María.

Isabel Bermúdez perdió a su marido hace años y desde entonces no tiene más compañía en casa. Algunos conocidos de Ricardo Alonso a veces le preguntan por qué a sus 42 años sigue viviendo solo. Nieves Casas cambió de ciudad recientemente porque no encontraba su lugar en la universidad en la que había empezado a estudiar. Y María Garcés ha vivido en tres países distintos en los últimos cinco años, lo que le ha obligado a adaptarse continumente a situaciones nuevas. Son cuatro personas que se han acostumbrado a la soledad, en algunos casos deseada y en otros no, y les hemos pedido que nos hablen sobre sus experiencias, tanto durante el confinamiento como en general.

Fue precisamente en pleno confinamiento por el coronavirus cuando conocimos los datos de la última Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadística (INE), y gracias a ella supimos que 4.793.700 personas viven solas en España. Esta cifra no ha dejado de crecer en los últimos años. Por ejemplo, si comparamos los datos de 2019 con los de 2016, nos encontramos un aumento superior a las 100.000 personas viviendo sin compañía.

Ese mismo año, 2016, fue cuando Isabel Bermúdez (74 años) perdió a su marido por un cáncer de colon. "Solo unas horas antes de cumplir 51 años de casados", nos dice desde su casa a las afueras de Madrid, en la que está viviendo el confinamiento por el coronavirus. Isabel y su marido se conocieron con 18 años y al poco se casaron. "Con mi marido nunca me he sentido sola, jamás", recuerda.

Al principio, le costó mucho asimilar su viudedad. "Pero después de unos dos años en esa situación, me dije que hasta aquí habíamos llegado, que se acabó, que ya no habría más lágrimas", nos cuenta. "Cogía mi tarjeta de transporte y me iba sola a Madrid o Alcalá de Henares, donde me diera la gana, durante dos o tres horas, y volvía tan tranquila a casa", afirma. Pese a que ya se ha acostumbrado, aquella tristeza inicial aún la acompaña en algunos momentos. Como por las noches, cuando afloran sus problemas de insomnio.

Isabel pone rostro a un segmento de la población que acostumbra a experimentar la soledad. Los últimos datos del INE muestran que casi un tercio de las personas que viven solas en España tienen más de 65 años, un 72,3% de las cuales son mujeres. La soledad de los mayores se ha convertido en uno de los grandes desafíos para las sociedades contemporáneas y algunos países han empezado a tomar medidas, como Gran Bretaña, que en 2018 anunció la creación de una secretaría de Estado para abordar específicamente la soledad no deseada.

Sin embargo, Isabel interpreta que la crisis por el coronavirus es un ejemplo claro del desdén hacia la población mayor. "¿Qué han hecho por los mayores que han muerto en las residencias?". Ella cree que el Gobierno debería preocuparse más de los mayores, porque su cuidado al final siempre acaba recayendo sobre otros ciudadanos. Durante el confinamiento, por ejemplo, algunos vecinos se han ofrecido a hacerle la compra, pero ha preferido que dediquen su ayuda a los que están menos ágiles que ella.

Además, durante estas semanas ha encontrado compañía en sus vecinas y amigas con quienes conversa por las terrazas y patios del edificio. Suelen hablar en tono de broma para recuperar el humor en estos momentos difíciles. "Cuando empezamos a hablar de cosas tristes siempre decimos: la tristeza en casa".

Isabel, desde su balcón. Cedida por Isabel

Una de sus penas es no haber podido ver durante tanto tiempo a sus nietos "para abrazarlos y achucharlos". Pero Isabel es una persona realista y prefiere estar sola en casa para evitar los riesgos. "Yo ya tengo muchas problemas de salud, y si cogiera el virus sufrirían mis hijos y mis nietos", explica. Por suerte, también ha encontrado una forma de estar cerca de los suyos con las tecnologías, y habla con sus hijas y su hijo por videollamada a todas horas.

En la mediana edad

Ricardo Alonso es un asturiano afincado en Avilés que lleva más de tres años viviendo solo. A sus 42 años ha tenido que escuchar muchos comentarios acerca de su situación. "Cuando hablo con alguien que no me conoce mucho, a veces escucho: A tu edad, estar solo... qué cosa más rara. Pero yo pienso que más vale solo que mal acompañado". Aunque en los últimos años ha estado viviendo con algunas de sus parejas durante periodos breves, en su caso, vivir solo ahora es una decisión consciente y meditada, por lo que no entraría en el grupo de personas que viven una soledad no deseada.

Los comentarios que escucha Ricardo muestran cómo, pese a que cada vez más gente vive sola, elegir la soledad sigue siendo un estigma. Una de las autoras que más han profundizado en este hecho es Olivia Laing, autora del ensayo La ciudad solitaria: aventuras en el arte de estar solo (Capitán Swing). En una entrevista reciente en SModa, Laing exploraba la relación entre el coronavirus y la manera en que concebimos la soledad: "Nos hará entender que [la soledad] es algo que nos pertenece a todos. Pienso que ahora incluso la persona más sociable del mundo está entendiendo finalmente que la soledad es cosa de todos y que puede llegar a afectarnos de manera palpable, puede dolernos incluso de una forma física. Y espero que eso haga que deje de ser un tabú".

Los casos de Isabel y de Ricardo también son representativos porque reflejan cuáles son los colectivos que mayoritariamente viven solos en función de su estado civil. Según los datos de la última Encuesta Continua de Hogares, mientras que en el caso de los hombres la mayoría de hogares unipersonales lo habitan solteros (57,8% del total), en el caso de las mujeres la mayoría lo habitan viudas (46,0%).

Sobre el confinamiento, Ricardo afirma haberlo llevado relativamente bien. "Al principio sí que se hizo más duro, pero luego ya más o menos te vas acostumbrando". Para adaptarse, por ejemplo, Ricardo se ha conectado con sus amigos por una aplicación virtual para hacer ciclismo y se ha subido al carro de la repostería. "La verdad es que no se me ha dado mal", presume.

Ricardo Alonso. Cedida por Ricardo

Pese a que se ha sentido a gusto solo en casa, y que ha aprendido mucho sobre su propia situación, también reconoce que durante el confinamiento ha habido momentos en los que le hubiera gustado tener a alguien cerca "para que no se hiciesen tan raros y monótonos". Es una sensación que ya había experimentado en algunos viajes: "Viajar solo tiene algunas ventajas, como que las decisiones y el ritmo los impones tú. Pero a veces echas de menos tener a alguien al lado para compartir algunos momentos", afirma. Su gata se cuela en la videollamada y Ricardo bromea con que ella es la más estresada estos días, ya que antes estaba acostumbrada a pasar varias horas sola mientras Ricardo trabajaba fuera de casa.

Más allá de su consideración social y cultural, algunos estudios muestran que, efectivamente, la soledad desata una serie de respuestas concretas en el cerebro. Precisamente, durante el aislamiento, se conocieron los resultados de un experimento realizado por investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts que muestra cómo la soledad activa los mismos mecanismos cerebrales que la falta de comida.

"Descubrimos que el aislamiento social agudo causa señales de deseo neuronal en el cerebro similares al hambre aguda. (...) "[Los resultados del experimento] se ajustan a la idea intuitiva de que las interacciones sociales positivas son una necesidad humana básica, y la soledad aguda es un estado indeseable que empuja a las personas a solucionar esa carencia, similar al hambre", afirmaba Livia Tomova, una de las autoras del experimento. Eso sí, el experimento también demostraba que las personas más acostumbrados a la soledad tenían menos ansias de contacto social después de haber pasado un tiempo sin él. "Podría ser que sentirse solo durante un período prolongado hace que las personas también quieran menos contacto social, pero también podría ser que las personas que desean menos contacto social son las que se vuelven solitarias", concluía Tomova.

Empezar lejos de casa

Pese a que Nieves Casas, una joven de 19 años, podía haberse marchado a casa de su madre en Badajoz a pasar el confinamiento, ella decidió quedarse en Madrid. Al enterarse de que estaba sola en la capital, mucha gente le animaba marcharse a su ciudad natal, pero ella respondía afirmando que no era ninguna necesidad: "Recomendaron que no viajásemos a nuestras casas y realmente aquí tengo todas las necesidades cubiertas. No me voy a morir de hambre, no va a pasar nada".

Estos comentarios nos devuelven a la idea de que la soledad está asociada a valores negativos. "Incluso la gente que es más comprensiva con el tema, te dice: Muy bien por ti, qué valentía. Pero no es ninguna heroicidad". El primer encuentro de Nieves con la soledad se produjo en Salamanca, donde estudió su primer año de Psicología. Pero no terminó de sentirse cómoda y se marchó a Madrid, donde ya lleva ocho meses. Durante sus meses en Salamanca aprendió a hacer cosas nuevas como salir sola a descubrir la ciudad y, sobre todo, la diferencia entre querer estar sola y encontrarse sola, según reconoce.

Nieves Casas. Cedida por Nieves

Aunque está pasando sola el confinamiento, Nieves vive ahora en un piso compartido. La posibilidad de que una persona joven pueda vivir sola en España es casi inexistente. Según los datos del Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España, correspondientes al primer semestre de 2019, la entrada necesaria para que un joven adquiera una vivienda libre (es decir, sin ayudas públicas) equivale a 4,4 veces su salario anual medio. Por su parte, para vivir solo en régimen de alquiler tendría que dedicar de media un 94,4% de su salario, lo que dejaría un 5,6% para el resto de necesidades vitales.

En una situación parecida a la de Nieves se encuentra María Garcés, quien con solo 23 años ya ha vivido en cuatro lugares diferentes en los últimos cinco años: Vlissingen, Vancouver, Hong Kong y Ámsterdam. "Siempre sentí que me faltaba algo. El hecho de pensar en irme a vivir fuera me volvía loca de emoción", confiesa.

En primer lugar, estudió un grado de Negocios Internacionales y Gestión de Empresas en Vlissingen, al sur de los Países Bajos, a donde se marchó sin conocer a nadie. Recuerda que los primeros meses fueron muy duros: no encontraba su hueco entre los grupos de estudiantes y llamaba a su madre llorando debido a ese sentimiento de soledad. "La verdad es que maduré muchísimo, te ayuda a crecer como persona. Mi apoyo lo encontré en gente española. A veces es importante tener ese apoyo de tu cultura, porque son los que mejor van a entenderte".

Con el paso de los años y de las ciudades, María ha aprendido a convivir con esa soledad: "Como ya me he mudado varias veces he notado una tendencia. Los primeros días tengo la emoción de llegar y asentarme, pero con el paso de las semanas me entra el bajón. Si algo he aprendido de todo esto es que no se pueden evitar los días malos. Al fin y al cabo estás saliendo de tu zona de confort continuamente".

María reconoce que donde más cómoda se ha sentido es en Hong Kong, donde estuvo haciendo unas prácticas: "Pese a encontrame tan lejos, en ningún otro lugar me he sentido tan cerca", resalta la joven madrileña, quien atribuye esa sensación al grado de comunicación entre las personas y el interés por la gastronomía, mucho más cercanos a los españoles.

El confinamiento le ha encontrado en Vancouver con su pareja, donde lleva viviendo casi un año. Aunque a diferencia del resto de protagonistas de este artículo no está pasando sola la crisis por el coronavirus, le duele estar tan lejos de su familia y de sus conocidos. "He tenido que dejar WhatsApp de lado. No es fácil de explicar, no es que quiera ignorarles. Pero llega un momento en el que tienes que poner distancia: no puedo seguir manteniendo esa vida aquí porque es totalmente diferente".

María Garcés. Cedida por María

Las sensaciones que está experimentando ahora mismo le recuerdan, en cierta medida, a las que sintió durante las últimas Navidades, cuando incluso se "autodestruía" mirando fotos y anuncios de la lotería. "Si algo he aprendido es que todo en la distancia se magnifica y con ello también los sentimientos. Ahora abrazo a mis padres con muchas más ganas e ilusión, cosas que dabas por hecho antes ahora las tienes en cajitas de oro. Todo eso contrarresta los momentos de soledad".

Sobre la percepción de la soledad como un estigma cree que "esos momentos no tienen por qué ser negativos. Estar sola me gusta porque me he descubierto a mí misma. Si tiene la oportunidad, todo el mundo debería probar a hacer cosas por su cuenta y no depender tanto de estar con alguien todo el rato".

El debate político en España

A diferencia de Reino Unido, en España aún no se ha concretado ninguna Estrategia Nacional sobre la Soledad no Deseada. A finales de 2018, la directora general del Imserso, Carmen Orte, anunció que el Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social se encontraba ultimando un plan nacional para combatir esta situación. Sin embargo, la anunciada estrategia nunca llegó a concretarse, por lo que la mayoría de los partidos políticos que concurrieron a las elecciones del pasado 10 de noviembre aludían a la cuestión. Por ejemplo, el Partido Socialista, que ganó las elecciones, se comprometía en su programa electoral a la aprobación de la Estrategia frente a la Soledad no Deseada, por lo que cabría esperar noticias de ella a lo largo de la presente legislatura.

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