Shelby, un cachorro de apenas dos meses, llegó a la vida de Cristina Dómine en abril, durante el confinamiento que tuvo a los españoles más de 40 días confinados para contener el coronavirus. Durante esas semanas de aislamiento total, antes de que se permitieran las salidas en diferentes franjas horarias, una de las pocas excepciones para salir de casa eran los paseos con mascotas. No fue el caso de Dómine y Shelby. “Al poco de llegar se puso muy enfermo, a punto de morirse”, cuenta la joven por teléfono a Verne. “No pudieron ponerle las vacunas, de modo que él también pasó el confinamiento en casa”. A pesar del susto, Dómine guarda buenos recuerdos de esas semanas. "Habría sido muy distinto sin él, me enseñó a valorar el tiempo, la constancia y la paciencia”, explica su propietaria.
En España hay más de 13 millones de mascotas registradas con chip, según los datos de la Red Española de Identificación de Animales de Compañía. Del mismo modo que hay quien ha aprovechado el aislamiento para hacer pan, pilates o yoga, otros han aprendido alguna lección de sus mascotas tras 24 horas al día, siete días a la semana, junto a ellas. Cuatro personas que han convivido con sus perros y gatos nos explican cómo ha cambiado su relación con ellos durante este tiempo.
Alberto F. Prados y Mina
Alberto F. Prados, de 33 años, afirma que la vida con su perra Mina “siempre es buena, y las semanas de aislamiento no han sido una excepción”. Cuenta que no solo se han hecho compañía, sino que le ha permitido darse cuenta “del amor incondicional que dan los animales y lo que nos necesitan”.
Mina lleva cuatro años en casa de este madrileño y su pareja, Juanma. “Yo tenía muchas ganas de tener perro, pero mi novio no quería”, cuenta a Verne. “Así que en el trabajo, sin que se enterara, empecé a buscar uno. Cuando encontré a la persona que daba en adopción a Mina, un día me llamó y dijo que si bajábamos a la puerta de casa nos la llevaba para verla, sin compromiso. Mi pareja me dijo: 'Sabes que si la vemos nos la vamos a quedar'. Y así fue”.
“El amor de los animales es incondicional y absoluto”, cuenta. “Cuando trabajas y haces vida fuera de casa ves su alegría y su amor cuando vuelves, y crees que está contenta y cariñosa porque hemos pasado tiempo fuera. Pero cuando estás 24 horas al día con ella, siete días a la semana, sigue siendo así”. También reconoce haber reflexionado sobre “lo mucho que los animales necesitan quien los proteja y los cuide”. Prados pone el ejemplo de los paseos: “Aunque sacábamos a Mina a pasear a diario [antes de la pandemia], no todos los días lo hacía con ganas y no era consciente de hasta qué punto ella lo necesita”, cuenta. “Durante la cuarentena he podido ver la ansiedad de estar encerrado a través de ella y tomas conciencia de lo que nos necesitan”.
Sin Mina, cuenta Prados, la cuarentena habría sido muy diferente. “Nos hemos hecho muchísima compañía”, cuenta. “Aunque creo que lo teníamos interiorizado, nunca habíamos verbalizado hasta estas semanas que Mina forma parte de nuestros vínculos familiares”, cuenta. “En esta familia somos tres: mi pareja, Mina y yo”.
Cristina Dómine (y su perro Shelby)
Shelby no llegó a casa de Cristina, extremeña afincada en Madrid, con buen pie. “Ni los veterinarios apostaban por que sobreviviría”, recuerda. El cachorro lo hizo, aunque tanto Dómine como el animal tuvieron que pasar la cuarentena sin salir a la calle. “A pesar de que la situación ha sido desagradable, nos ha cambiado el confinamiento por completo. Ha sido un regalo”, cuenta la joven.
Para Dómine, de 32 años, la cuarentena y Shelby le ayudaron "a desconectar del ritmo de vida que llevaba antes, a darme cuenta de que no todo puede ser trabajo”, explica. “Ha sido muy bueno poder invertir tiempo en mí y descubrir lo gratificante que es invertirlo en los demás”.
En ese sentido, reconoce haber invertido mucho tiempo en Shelby. “Me ha enseñado el valor de la constancia, el tiempo y la paciencia, tanto con su enfermedad como con su aprendizaje. Dedicarle tiempo a su educación, ver cómo prospera y aprende ha sido súpergratificante. Y eso no lo he aprendido yo, me lo ha enseñado Shelby”.
Sara D'Eustacchio (y su perro Forlán y sus gatos Fistro y Pecador)
Junto a Sara D’Eustacchio y su pareja, Felipe, trabajadores del aeropuerto de Menorca, viven tres animales: su perro Forlán y sus gatos Fistro y Pecador. En su caso, D’Eustacchio reconoce que estuvo “peor anímicamente” con el inicio de la desescalada que durante las semanas de confinamiento total. “Con Forlán podía salir a dar paseos, aunque más breves de lo habitual, e imagino que me acostumbré a ver la isla vacía”, explica. “Ahora, al verla de nuevo llena de gente, me ha afectado más, ha sido como si se me hubiera olvidado cómo era antes de la pandemia”.
D’Eustacchio, de 32 años, ha tenido mascotas desde niña y cuenta que siempre le han hecho sentirse mejor. “Me han ayudado a ponerme en mi sitio”, cuenta por teléfono. “Cada vez que pasa algo malo, como ha ocurrido estos días, las miro y veo que me miran con la misma cara que me miraban el día anterior y con la misma con la que me mirarán mañana. Y eso me transmite paz. Hay gente a la que puede agobiarle la idea de que, pase lo que pase, la vida sigue su curso. Pero a mí me ayudan a recordar que siempre hay una parte positiva”.
La menorquina cuenta que también ha reflexionado sobre “cómo reflejamos en los animales y en su carácter las cosas que nos faltan”. Lo explica con un ejemplo: “Hay gente que se siente sola y considera que su mascota le hace muchísima compañía. A mí, por el contrario, me encanta estar sola y lo que veo en ellos es justo lo contrario, que van a su aire”. En el caso de las semanas de aislamiento, explica, “me encantaba verlos por ahí, pasando de todo. Es algo que yo no hago y que debería hacer”.
Juan Marcos (y sus gatas Greta y Betsy)
Hace seis años que Juan Marcos, un joven residente en Barcelona, accedió a cuidar al gato de una amiga, Prince. “El animal tenía leucemia, vivía con cuatro perros y no estaba bien en ese hogar”, cuenta. Lo que iba a ser una semana de cuidado, se convirtió en toda la vida del animal. “En nuestra casa estaba feliz, así que mi amiga accedió a que nos lo quedáramos. Desde entonces no hemos parado: hemos seguido acogiendo y ayudando a gatos enfermos de leucemia, y todos los que hemos acogido se han acabado quedando en casa”. Prince falleció y en estos momentos son Greta y Betsy las gatas que comparten su vida con Juan y su pareja, Zigor.
Los gatos con leucemia felina pueden vivir con buena salud durante un periodo considerable de tiempo, aunque su esperanza de vida es mucho más corta que en los gatos sanos. Para Marcos, sus animales han sido clave para aprender a lidiar emocionalmente con la enfermedad y la muerte. “Todos estamos ligados a la muerte. Mis animales me han ayudado a entender que un día dejamos de estar y que lo importante es valorar e intentar ser feliz los días que estamos vivos”, explica. “Con mis gatos veo que, incluso en la enfermedad, se puede ser feliz, o al menos intentarlo”.
Marcos, de 31 años, reconoce que estas reflexiones han vuelto durante la pandemia, pero vienen de tiempo atrás: “Hace cuatro años, mi pareja tuvo cáncer y tuvo que irse de Barcelona para hacer el tratamiento junto a su familia”, cuenta. “Yo me quedé solo, entré en una depresión y los animales fueron los que cuidaron de mí. Me ayudaba muchísimo que me mantuvieran ocupado”, cuenta.
El confinamiento de Marcos “habría sido muy distinto sin animales”, según cuenta. “Tengo amigos que lo han pasado muy mal estos meses y que se han refugiado en sus animales. Ahí es donde te das cuenta de los beneficios que te aportan”, explica. “Solo con que estén ahí, con poder centrarte en ellos y cuidarlos, ya te están ayudando”.