Un domingo de mayo, Martha Jiménez dejó a su esposo, José Juan Mora, en un hospital público al sur de Ciudad de México. Tenía síntomas asociados a la covid-19. “En ese momento no pensé que no volvería a ver su rostro, guardaba la esperanza de que se recuperara”, cuenta Jiménez. A sus 57 años, Mora era descrito por su familia como un hombre fuerte, sin enfermedades crónicas, lleno de vida. “De un momento a otro se le inflamó mucho un pie y empezó a sentirse mal”, narra su esposa.
La noticia de su muerte le llegó tres días después. Fue el primer paso de un largo proceso de duelo para su viuda, ya que las autoridades del hospital no le permitieron ni a ella, ni a los hijos de Mora, que ingresaran para identificar el cuerpo. “Lo único que pude hacer fue los trámites de defunción y conseguir un servicio de cremación”, narra la capitalina, que logró que una funeraria acudiera por el cuerpo de su esposo 48 horas después de su defunción. “No hubo velación, no hubo entierro, ni mucho menos abrazos. Fue muy duro”.
De acuerdo con datos del Gobierno de México, la enfermedad derivada del nuevo coronavirus ha cobrado la vida de más de 50.000 mexicanos desde el 18 de marzo —cuando se reconoció oficialmente el primer muerto por coronavirus en el país—, colocándolo en el tercer lugar con mayor número de fallecidos en el mundo. El nivel de letalidad de la covid-19 ha orillado a las autoridades sanitarias a establecer estrictos protocolos en los centros hospitalarios. Uno de ellos es la disposición de cuerpos que han fallecido por esta enfermedad. Según la guía elaborada por autoridades sanitarias, la cremación inmediata es el procedimiento requerido cuando un paciente de covid-19 pierde la vida.
La pandemia no sólo ha transformado los hábitos de la vida cotidiana, sino también los rituales para despedir a los seres queridos. Más allá del miedo y la prevención del contagio, la imposibilidad de un abrazo final o un último adiós pueden complicar el proceso de cerrar las heridas.
“Es muy cruel no poder despedirte de alguien a quien amas”, dice Jiménez. Una sensación que también comparte Mario Tinoco Juárez, quien perdió a dos tíos en Veracruz. “No pudimos velarlos luego de que fueron intubados, tuvieron complicaciones muy rápidas”, cuenta por teléfono. Víctor y Julio Tinoco fallecieron en junio y julio, respectivamente. Tenían poco más de 60 años cada uno. “Nos quedamos con el triste deseo de despedirlos, sin poder hacerlo por la situación tan peligrosa de altísimo contagio que hay”, dice, y se le quiebra la voz.
La importancia de decir adiós
Los rituales de despedida, que van desde una noche de velación hasta varias jornadas de oraciones, según las creencias de cada familia, son fundamentales en un proceso de duelo. La tanatóloga Anahí Polo explica a Verne que el duelo por la pérdida de un ser querido empieza por la necesidad de manifestar abiertamente nuestro pesar. “El luto es la manifestación externa del dolor que ocasiona una pérdida y se hace a través de vestimentas oscuras, velorios y ceremonias ligadas a cada una de las creencias de las personas”, indica.
Para esta especialista en tratamiento de dolor, un velorio o ritual fúnebre es un suceso necesario para la salud mental y emocional de los deudos. “Permiten a la familia y amigos trabajar representaciones mentales de cierres y despedidas”, indica. “Así se puede expresar el dolor y los sentimientos después del fallecimiento y hay una certeza de que la muerte sucedió, que es algo real”, dice.
Después de la muerte sin despedida de su esposo, Jiménez acude semanalmente con un especialista tanatólogo para poder cerrar el ciclo de la pérdida. “Como no pude verlo, empecé a pensar muchas cosas, hasta el punto de creer que realmente no se había ido”, comenta. Este sentimiento no es exclusivo de familiares de personas jóvenes o que no tenían enfermedades antes de contagiarse de covid-19.
Emiliano Domínguez había imaginado que algún día vería a su abuelo morir, pero jamás pensó que sería tan repentino. Una tarde a finales de junio, Felipe Zermeño, su abuelo materno, le dijo a la familia que se sentía mal, días después de haber celebrado el Día del Padre mediante una llamada vía Zoom. Vivía en La Manzanilla, un pueblo pequeño en la costa de Jalisco, en una casa al lado del mar. “El día que fue a visitar al médico a Guadalajara, se desvaneció en una tienda donde había hecho una parada”, cuenta su nieto. “Mi abuela nos llamó y tuvimos prácticamente que escuchar por teléfono cómo se iba”.
Zermeño, de 74 años, no fue diagnosticado con la covid-19, por eso le permitieron a su familia más cercana hacer una velación de un par de horas y con un cupo muy limitado. “Lo más doloroso no fue que fuimos pocas personas, sino que no pudimos abrazarnos”, dice el nieto de este economista radicado en Jalisco. “Cuando comunicamos por redes sociales lo de mi abuelo, muchas personas escribieron cuánto lo sentían”, dice el joven sociólogo. “Si hubiera tenido un funeral como se merecía, habrían ido decenas de personas a verlo, porque fue una persona muy querida”, dice.
Las despedidas a través de una pantalla
“Los nuevos protocolos para las personas que fallecen no permiten que se haga ningún tipo de servicio funerario”, dice a Verne Alejandro Sosa, director de operaciones de Grupo Gayosso, una de las agencias funerarias más grandes del país. “Por eso damos la opción de organizar funerales virtuales, para que las familias puedan despedirse a la distancia, algo muy importante”, dice. Apunta que bajo este concepto se pueden enviar arreglos florales virtuales y se ofrecen sesiones de oración por diversas plataformas.
El sacerdote Álvaro Lozano Platonoff ha organizado por lo menos una decena de funerales vía remota para familiares de enfermos fallecidos por la covid-19 desde mediados de mayo. “Yo considero que en un servicio funerario lo más poderoso es un abrazo, pero al no poderlo dar, el medio virtual es un consuelo que se extiende, que brinda confianza, que es un apoyo espiritual”, dice a Verne Platonoff, también vicario de pastoral de la Arquidiócesis de México.
Además de funerales, los creyentes católicos y cristianos, en su mayoría, han organizado jornadas de oración luego de la muerte de sus seres queridos. En el caso de Lozano, varios fieles lo han invitado a dirigir jornadas de nueve días de oración, conocidas como novenarios. “Muchos de los pesares más frecuentes provienen de no poder acompañar un poco al cuerpo, por eso es muy importante acompañar a los deudos en este duelo”, dice el vicario.
Jiménez no ha organizado ningún tipo de velación ni de jornada a la distancia desde la muerte de su esposo. Sin embargo, acude a terapia de tanatología y platica vía telefónica con sus familiares para poder cerrar el ciclo de la pérdida de su esposo, con el que convivió por más de ocho años. “Soy afortunada de haberlo conocido y hoy me quedo con las buenas experiencias que vivimos junto a él”, finaliza.