Sancho Panza no existió nunca, pero en nuestra cabeza existe: un labrador de bien, corto de entendederas, que se deja convencer por don Quijote para ejercer como escudero. Hay algo que anima su decisión de seguir al hidalgo manchego, y es que Sancho ambiciona ser el gobernador de una isla. El lector sabe que eso nunca ocurrirá, pero el cebo de la isla es el anhelo que acaricia Sancho durante toda la aventura de la novela. En la segunda parte de la obra, Cervantes mete a Sancho y a don Quijote en el palacio de unos duques que se ríen de ambos y hacen creer al ingenuo escudero que efectivamente ha sido nombrado gobernador de un lugar: Barataria. El nombre es un juego de palabras hecho seguramente a partir del nombre baratario, lugar donde se vendía engañosamente. Barataria no existió nunca, como no existió don Quijote. Pero en homenaje a la novela de Cervantes, el mapa de América registra dos lugares así llamados.
Barataria, en efecto, salió de la obra cervantina para hacerse un lugar real en el Caribe: en Trinidad y Tobago (en la zona de San Juan Laventille) hay una localidad llamada Barataria. Y el mismo nombre de Barataria tiene un enclave en Estados Unidos, en Jefferson, en el estado de Luisiana, posiblemente heredando el nombre de Barataria que le había dado el militar y político español Bernardo de Gálvez a un pueblo de la zona.
Los grandes nombres de la literatura, como los de otros ámbitos culturales, tienen un recuerdo en nombres de estatuas, placas o monumentos. Un paseo por cualquier provincia española nos hace toparnos fácilmente con calles que se llaman, por ejemplo, Cervantes, Blasco Ibáñez o Emilia Pardo Bazán en homenaje a estos autores. Pero hay homenajes mucho más llamativos y curiosos, como estos casos en que el lugar que un escritor ideó para situar la acción de su obra, llamado con un nombre inventado y creado de su cabeza, se hace realidad para volverse un punto geográfico, un lugar existente y fijado en los mapas. Los nombres de lugar, técnicamente llamados topónimos, salen a veces de la literatura para entrar en la geografía real.
Otro caso similar es el de un pueblo llamado Guadalema de los Quintero, pedanía del municipio de Utrera (Sevilla). Este enclave fue fundado hace menos de un siglo; el Instituto Nacional de Colonización, creado en la posguerra, fundó más de 300 pueblos en toda España con el objetivo de reorganizar poblaciones y reactivar determinados cultivos agrícolas. Uno de los pueblos que creó estaba en una zona cercana a Utrera, lugar en que habían nacido los hermanos Álvarez Quintero, Serafín (1871) y Joaquín (1873), escritores muy célebres en las tablas teatrales españolas por sus obras costumbristas. En varias de ellas se menciona como lugar de la acción un pueblo andaluz inventado llamado "Guadalema". Pues bien, cuando el Instituto de Colonización fundó esa población cercana a Utrera la llamó Guadalema de los Quintero y dio a sus calles nombres de personajes o de comedias de los hermanos escritores. Los Quintero se inventaron una Guadalema para sus libros, y esta terminó apareciendo en los mapas de la provincia de Sevilla. Hoy cuenta con un millar de habitantes.
Fuera de España hay algún caso parecido. El escritor francés Marcel Proust (1871) se inventó el nombre de un pueblo imaginario llamado Combray como lugar en que se desarrolla la acción de Por el camino de Swann, una de las novelas de la serie En busca del tiempo perdido. El reconocimiento a la obra de Proust hizo que ese pueblo cobrara existencia y comenzara a aparecer en los mapas: Illiers, localidad a dos horas de París en la que Proust pudo inspirarse para crear Combray, cambió su nombre en 1971 a Illiers-Combray para rendirle un homenaje a este autor. Un halago similar le brindaron al escritor ruso Aleksandr Pushkin (1799), que estudió entre 1811 y 1817 en la ciudad de Tsárskoye Seló (traducible como 'aldea real'), llamada a partir de 1937 Pushkin en reconocimiento a este autor.
Pero para que la literatura entre en los mapas se necesita algo más que la voluntad de algunos lectores. Macondo fue el nombre dado por Gabriel García Márquez al imaginado lugar donde pasaban su vida las sucesivas generaciones de los Buendía. El pueblo natal de García Márquez, Aracataca, en Colombia, se planteó en 2006 cambiar su topónimo a Aracataca-Macondo en homenaje al escritor y como modo de atraer las visitas de los lectores. Pero el referéndum fracasó por falta de participación, y la localidad se sigue llamando Aracataca, aunque en ella haya barrios llamados Macondo, Urbanización Gabriel García Márquez o Ciudadela Macondo.
No es habitual que los topónimos inventados por los escritores salgan de los libros a los mapas. Normalmente si hay pueblos o ciudades que rinden homenaje a una persona concreta, de existencia real y efectiva, es porque esta ha sido un militar o un prócer destacado: la ciudad italiana de Reggio Emilia fue llamada en época romana Regium Lepidi en honor al político y militar romano Marco Emilio Lépido. Al dictador de República Dominicana Rafael Leónidas Trujillo se le antojó cambiar el nombre de la capital de República Dominicana, Santo Domingo, a Ciudad Trujillo, y así se llamó el lugar de 1936 a 1961. Morelia en México rinde homenaje desde 1828 al sacerdote José María Morelos y Pavón (1765-1815), uno de los líderes de la Independencia mexicana... Hay muchos casos de ese tipo.
Que la literatura cambie los mapas no es lo común. La literatura parece destinada más a cambiar a las personas que a los lugares. El reciente confinamiento lo mostró: leer levantó imaginariamente los tejados de muchas casas para que entrara aire fresco. Los libros pueden cambiar paradigmas, esquemas mentales, hacernos descubrir pasiones u odios; son un buen camino para modelarnos. Pero si consigue cambiar realmente los mapas y hoy Barataria existe, ¿por qué no pensar que don Quijote existe también o que en algún lugar de cuyo nombre no queremos acordarnos Sancho Panza gobierna?
Los nombres que inventó Galdós en sus novelas
Madrid es el escenario de buena parte de las novelas de don Benito Pérez Galdós, quien también inventó algunos topónimos en sus novelas. Orbajosa es el nombre de la ciudad ficticia en la que transcurre Doña Perfecta y secundariamente aparece también en La incógnita (1899). También creó Ficóbriga como villa marinera cántabra, escenario de acción de su obra Gloria, seguramente inspirado en el antiguo nombre de Castro Urdiales, Flaviobriga. Socartes es el nombre de la villa minera cántabra inventada por Galdós como escenario de Marianela.