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“Bea ya es mujer”, la excepción de ‘Verano azul’

En la tele se sangra mucho más que en la vida real, pero casi nunca por la vagina

Patricia Gosálvez
RTVE

Bea lee una novela, más formalita imposible. Está sentada con los mayores, donde las sombrillas. En vez de bikini, lleva falda larga y camisa con mangas de farol lo que en la playa significa que también lleva compresa. Desde la orilla, los chicos de la pandilla la observan admirados. Bea está con la regla, tiene el mes, le ha venido el “periódico”, según Tito, su hermano pequeño.

El episodio no se titula Bea ya es mujer, como todas recordamos por la frase compungida, emocionada y con violines de fondo de su madre a su padre: “Agustín, ¡Beatriz ya es mujer!”. No, el capítulo se titula Beatriz, mon amour y se estrenó el 22 de noviembre de 1981. Por orden de emisión fue el séptimo de Verano Azul, sin embargo, en la memoria colectiva es claramente el segundo, solo superado por la muerte de Chanquete.

Visto ahora (está colgado íntegro en la web de RTVE) resulta ñoño, anticuado, involuntariamente gracioso. Bea acaba corriendo por la orilla con su falda al viento de la mano de sus amigos mientras estos le recitan los versos de Félix Antonio González: Que ni el viento la toque / porque tiene pena de muerte el viento si la toca.

“Mi hermana es hoy mujer, y lo de antes no sirve”, dice Tito en un momento dado. “Pues yo la veo igual, está de buena como siempre”, contesta Piraña. “Tiene la regla porque es su obligación”, añade Quique. Vale, la revolución feminista no estaba siendo televisada, pero yo es apenas el único pantallazo que recuerdo relacionado con la primera regla.

Encuentro en Periods in pop culture, un ensayo sobre la menstruación en el cine y la televisión de Lauren Rosewarne, profesora de ciencia política y estudios de género australiana, otros ejemplos. Entre ellos, tres que fijo que vi en su momento, pero que he olvidado, quizás porque ya me pillaron menstruando, dado que llegaron casi una década después del mítico episodio de Verano Azul.

Rudy, la hija pequeña de los Huxtable tuvo su menarquia en 1990 en La hora de Bill Cosby (en el capítulo su madre se empeña en celebrarlo con un Día de la mujer). En el episodio Blossom blossoms (Blossom florece, 1991), la niña que luego se convertiría en Amy de Big Bang Theory menstrúa por primera vez a los 14. La ausencia de su madre (que vive en París) hace que la adolescente sueñe con la Señora Huxtable en un mágico momento metatelevisivo. Pero al final, el capítulo trata más sobre cómo lidia el padre divorciado de la cría con la regla que sobre cómo lo hace ella. Es un viejo truco de guion: desaparecemos a la madre (la de Nemo, la de Bambi…) para que el padre enrollado brille a sus anchas.

El tercer ejemplo es el que más me duele no recordar porque era muy fan: Darlene, la pequeña de Roseanne –la feúcha, la borde, la que molaba– tuvo su primer periodo en 1989 a los 11 años. Roseanne Barr, que también producía la serie, siempre esgrimió un discurso feminista y el capítulo ofrece una visión humorística, positiva y amorosa de todo el asunto. Pero nadie lo recuerda.

Porque las menarquias imposibles de olvidar son las de Carrie (1976) ensangrentando a sus compañeras de vestuario (y luego asesinándolas por reírse de ella) y la de Brooke Shields tiñiendo de rojo El lago azul (1980), otra fantasía gore, porque, palabrita de copa menstrual, es imposible manchar un metro cúbico de agua clara con lo que sale de ahí.

“En las ocasiones en las que la menstruación aparece en pantalla”, esta “es traumática, vergonzosa, angustiante, ofensiva, cómica o completamente catastrófica”, escribe Rosewarne en su ensayo. Es decir, cuando ocurre es “abrumadoramente negativa”, pero, sobre todo, ocurre poco (ella cita 200 referencias explícitas en cuatro décadas de tele y cine).

La regla de Bea no es terrorífica ni objeto de mofa. Los chicos de la pandilla la viven con cierta melancolía de final del verano, pero con un respeto casi reverencial. Tito le da un beso a su hermana cuando finalmente comprende lo que pasa. Pero ante todo la regla de Bea es excepcional. A las de mi generación nos marcó tanto simplemente porque no era algo que veías normalmente en la tele, y la de Bea protagonizó todo un episodio de una serie de 20.

Anda que no tuvo tiempo Winnie Cooper de menstruar en todos Aquellos maravillosos años… Pues no. ¿Alguien recuerda a Buffy sangrando entre los vampiros? ¿Regló Candy Candy entre suspiro y soponcio? ¿Cuándo demonios les vino la regla a las niñas de Padres Forzosos (un saludo, John Stamos)? ¿Y a las de Los problemas crecen? ¿A las de Enredos de familia? ¿Tenía la regla Heidi? Clarita fijo, ¿se enterneció la Señorita Rottenmeier cuando le vino? ¿Hablaban sobre tampones las chicas modernas de Salvados por la campana o las que sentían con toda su intensidad sexual la Sensación de vivir? ¿Tú te acuerdas? Yo tampoco.

En estas series se hablaba de orfandad, trabajo infantil, drogas, sexo y violencia como si tal cosa. Un poco de flujo menstrual normalizado no me parece para tanto. Pero ni siquiera pasaba en las series para adultos: encuento en Google que en 10 años de Friends, solo se hizo una vez referencia al periodo, a pesar de que alguien se ha molestado en calcular que durante 840 días de los 3,650 que duró la serie, alguna de las tres protagonistas –Mónica, Rachel o Phoebe– habría estado menstruando.

El problema es que en la tele se sangra mucho más que en la vida real, pero casi nunca por la vagina. Me gustaría creer que ahora las series tween tratan el asunto con más normalidad, pero me cuesta imaginar a la preadolescente Dora en la ciudad comprando tampones por favor / ¡tampons, please!

Ante la invisibilidad generalizada de la regla en la tele, aun con su ñoñería, la regla de Bea fue pionera y transgresora. A mí me vino muchos años después de ver el capítulo. A los 14, ya tenía ganas. Mi madre empezó con 9 y mi hermana con 11, así que mi menarquía no tuvo mucho misterio. Al día siguiente se podía ir sin uniforme al colegio, y el modelito planeado con semanas de antelación eran unos vaqueros blancos elásticos que no iba a dejar de ponerme bajo ningún concepto. Así que esa misma tarde me enseñaron a introducirme un tampón, las tres metidas en el cuarto de baño, con un bote de vaselina, nervios y ataques de risa (ahí tenéis una escena normalizadora, queridos guionistas). El único momento ceremonioso de aquel día ocurrió en la mesa de la cena, cuando mi padre, muy serio, soltó un “Me ha dicho mamá que ya eres mujer” digno de Piraña. Seguro que mi madre nunca usó esa frase, estoy convencida de que él la sacó de Verano Azul. Yo puse los ojos en blanco y todos nos reímos. Nadie recuerda que sonaran violines.

Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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