Cuando se habla de las distracciones en el trabajo, se asume que somos los trabajadores quienes perdemos el tiempo. Pocas veces se tiene en cuenta que muchas distracciones no son culpa nuestra, sino del entorno físico: las oficinas abiertas son uno de los mayores frenos a la productividad y a la concentración, una fuente de ruidos y de interrupciones.
Estos espacios no son, ni mucho menos, un invento reciente. En España se popularizaron sobre todo a partir de los años 80, pero ya existían las filas de oficinistas del taylorismo, imitando las cadenas de producción de las fábricas, y los paisajes o praderas de oficinas que nacieron en los 50 en Alemania y que a Estados Unidos llegaron en la versión mixta de los cubículos. La excusa: menores costes, optimización del espacio, fomento de la colaboración y difuminación de las jerarquías. Pero estas posibles ventajas no compensan los inconvenientes.
1. Las oficinas abiertas son una olla de grillos
El ruido es el principal problema de las oficinas abiertas, como recuerda este artículo de Harvard Business Review. De hecho, según el psicólogo Matthew Davis, quienes trabajan en estos espacios muestran menores niveles de concentración y mayores niveles de estrés. Y de acuerdo con un estudio de la Universidad de California, Irvine, los empleados que trabajan en oficinas abiertas sufren un 29% más de interrupciones que quienes cuentan con despachos. También muestran niveles de cansancio un 9% superiores.
2. Nos hacen menos productivos
Estas interrupciones significan que perdemos una media de 86 minutos de cada jornada laboral, según un estudio de Steelcase e Ipsos realizado en 14 países. De hecho y según este trabajo, el 31% de los empleados tiene que llevarse tareas a casa para poder terminarlas en paz.
¿Cuáles son estas distracciones? Una encuesta de Career Building citaba las siguientes diez:
1. El móvil, tanto para hablar como para enviar mensajes de texto (50%).
2. Los cotilleos (42%).
3. Internet (39%).
4. Redes sociales (38%).
5. Pausas para tomar algo o fumar (27%).
6. Compañeros ruidosos (24%).
7. Reuniones (23%).
8. Correos electrónicos (23%).
9. Compañeros de trabajo que se pasan por nuestro sitio (23%).
10. Compañeros que llaman por teléfono y usan el altavoz (10%).
Además, no sólo rendimos menos, sino que lo hacemos peor: las interrupciones nos llevan a cometer más errores, según un estudio del psicólogo Erik M. Altmann, que muestra lo mucho que nos cuesta recuperar la concentración cuando se interrumpe el flujo de trabajo (sí, el famoso flow).
Dados tanto el mayor estrés como la mayor incomodidad, no es de extrañar que las oficinas abiertas con más de seis empleados registren más bajas por enfermedad que las oficinas con despachos. ¿A quién le apetece meterse en una sala de diez metros cuadrados con otros cuatro compañeros, una ventana por la que no circula el aire y apenas entra luz natural, una calefacción estropeada y con el monitor a la vista de la directora? No, gracias.
3. Nos roban la privacidad
En las oficinas abiertas también desaparece la privacidad. En un primer momento, esto puede parecer positivo (para la empresa) ya que uno podría pensar que es más difícil jugar al Tetris con el monitor a la vista, por ejemplo. Pero contar con privacidad es importante para hacer un buen trabajo. Según el citado estudio de Steelcase e Ipsos, el 95% de los empleados considera fundamental disponer de un espacio privado para terminar sus tareas. Asimismo, esta privacidad mejora la satisfacción de los empleados y, en consecuencia, sus resultados, de acuerdo con un estudio citado en The New Yorker. Por ejemplo, una conversación telefónica puede ser más provechosa si no tenemos la sensación de que nos están escuchando o, simplemente, de que estamos molestando.
4. No favorecen la interacción
Una de las supuestas ventajas de las oficinas abiertas es que estimulan la cooperación. La idea es que las interrupciones en realidad son oportunidades para interactuar e intercambiar impresiones, que se traducen en chisporroteantes ideas que multiplican por tres los ingresos. Cada vez que alguien te pregunta por tu fin de semana, te está dando pie a que transformes por completo el modelo de negocio de la empresa.
Pero eso no pasa, claro.
De hecho, es más bien al revés. Según un estudio de la empresa británica de equipos de oficinas, Expert Market, el diseño abierto de oficinas favorece la competencia entre los empleados y un entorno de trabajo hostil, que no se ve compensado ni con los descansos más frecuentes ni con, cito textualmente, pasteles.
Las oficinas abiertas deben ser muy horribles para que ni siquiera los pasteles puedan arreglar lo que hay de malo con ellas.
5. No eliminan las jerarquías
Los soldados rasos e incluso los mandos intermedios se han quedado sin despachos. Pero los directivos y ejecutivos los siguen manteniendo. Con excepciones, como en el caso del anterior alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, que tenía una mesa más en un espacio abierto en el que trabajaban 51 altos cargos del ayuntamiento.
Hasta hace unas décadas, la lucha era por obtener algún metro cuadrado más de despacho. Hoy en día, la diferencia de clases es más radical: si no estás en la cúpula, no tienes ni paredes. Como explica Nikil Saval, autor de Cubed, en una entrevista publicada en The Atlantic, "en sitios como estos, el espacio refleja la jerarquía casi directamente". De hecho y aunque se trate de diseños abiertos y sin ningún despacho, el estatus se manifiesta incluso en la disposición de las mesas.
Así y volviendo a las interrupciones, tú no puedes interrumpir a tu jefe (a no ser que sea el ex alcalde de Nueva York), ya que hay barreras como asistentes y puertas. Pero él lo tiene facilísimo para interrumpirte a ti. Es cierto que parte de su trabajo es decirte, más o menos, qué tienes que hacer y, muchas veces, cuándo o para cuándo. Pero el caso es que, una vez más, todo está perfectamente diseñado para que te interrumpan con la mayor facilidad posible.
6. ¡Devolvedme mi despacho!
De todas formas y por mucho que haya estudios que prueben que necesitamos despachos o, al menos, espacios en los que podamos estar tranquilos unas horas al día, lo cierto es que las empresas tienden a todo lo contrario.
No sólo se lleva que no tengamos despacho, sino que corremos un serio peligro de quedarnos sin mesa: llegaremos a la oficina y nos sentaremos donde podamos, acarreando el portátil y codiciando los probablemente escasos sitios cerca de la ventana. En ocasiones se tratará de mesas largas que facilitarán aún más que seamos interrumpidos por gente que va y viene, por reuniones informales, por conference calls vía skype y por el lejano ruido del futbolín o la mesa de ping pong.
Y este es otro tema: las empresas que se lo pueden permitir, ofrecen servicios como gimnasio, salas para descansar, incluso consolas con videojuegos. Todo con el objetivo de que no te haga falta volver a casa más que para dormir y cambiarte de ropa. Si te interrumpen (y te interrumpes) constantemente, necesitas más tiempo para acabar tus tareas.
Al final, nos vemos obligados a trabajar con auriculares (incluso tapones), a avanzar trabajo en casa o, como en el caso de un amigo mío, a agitar una campanilla cuando la cháchara de los compañeros le hace imposible seguir tecleando porque no oye ni sus pensamientos.
Y mira que bastaría con una puerta.