“Cuando tenía 22 años, me enamoré de mi jefe”, dice Monica Lewinsky en una charla TED que dio el 19 de marzo con el título: "El precio de la vergüenza". Y añade: “¿Quién no ha cometido un error cuando tenía 22 años?”. La diferencia es que su error la colocó en el ojo de un huracán “político, legal y mediático como nunca se ha visto antes”, sobre todo teniendo en cuenta que su historia se publicó en enero de 1998 y fue "la primera vez que internet tomó el lugar de los informativos tradicionales para una historia importante”. (Los subtítulos del vídeo se pueden activar en la esquina derecha inferior. De momento sólo están disponibles en inglés).
Lewinsky explica que la tecnología y las ganas de juzgar trajeron “hordas de lapidadores virtuales. Sí, ocurrió antes de las redes sociales -matiza-, pero la gente podía comentar online y enviar historias y chistes crueles por correo electrónico”. Lewinsky admite que cometió errores, pero añade que “la atención y el juicio que recibí yo personalmente, no la historia, no tenía precedentes”. Cuando esto ocurrió, hace 17 años, “no tenía nombre. Ahora lo llamamos ciberbullying y acoso virtual”.
Esto significó que “de la noche a la mañana pasé de ser una figura completamente privada a una persona humillada públicamente en todo el mundo. Fui la paciente cero en la pérdida de reputación personal a escala global casi instantáneamente”. Además, internet lo recuerda todo. Cuando buscamos Monica Lewinsky en Google, ya sale esta charla TED, pero también se nos propone la búsqueda de su famoso vestido.
Un vestido que incluso se ha colado en el retrato oficial del presidente Bill Clinton, en una sombra que los persigue a ambos. Sólo que él siguió siendo el presidente, a pesar del impeachment, y ella ha pasado más de diez años en silencio. Esta etapa no ha sido fácil: le ha costado encontrar trabajo o, peor aún, tuvo que rechazar ofertas que no buscaban a Lewinsky, sino a la becaria del vestido azul para llamar la atención de la prensa en los eventos públicos de la compañía.
El año pasado rompió este silencio y escribió un largo artículo en Vanity Fair en el que ya expresaba su intención de utilizar su experiencia personal para ayudar a las víctimas de acoso online: ha llegado el momento "enterrar el vestido", escribió. Tal y como recoge el New York Times, esta licenciada en psicología social por la London School of Economics ha participado desde entonces en actos benéficos y talleres en contra del ciberacoso. Y en octubre dio una charla en un congreso organizado por la revista Forbes, centrándose también en este tema.
Burlarse a cambio de un aplauso
Vivimos en una “cultura de la humillación” en la que “ha emergido un mercado en el que la humillación pública es una moneda y el oprobio una actividad económica", añade Lewinsky en su conferencia. "¿Cómo se hace el dinero? Con clics. Más vergüenza, más clics. Cuantas más visitas, más ingresos por publicidad”. Es decir, “alguien está ganando dinero con el sufrimiento de otras personas”.
Esta idea recuerda lo que explica Jon Ronson en su recién publicado So You’ve Been Publicly Shamed (“Así que te han humillado públicamente”). En este libro, Ronson habla con personas que han sido objeto de burla, escarnio e ira por culpa de un tuit desafortunado publicado a destiempo. Los que humillan en redes sociales “son felicitados instantáneamente”, según Ronson, y por eso continúan. No consiguen ingresos por publicidad, ni nada parecido. Sólo reciben “la atención de gente a la que no conocen”. Estos aplausos en forma de likes, favs y retuits ayudan a que el tema de conversación se retroalimente y las redes sociales se conviertan en una "camara de resonancia gigante donde lo que creemos se ve constantemente reforzado por gente que cree lo mismo".
Ronson añade que le sorprende sobre todo “la desproporción entre la gravedad del crimen y la alegre salvajada del castigo”, lo que podemos ver en casos más cercanos. Recordemos por ejemplo lo que le ocurrió al director de cine Nicolás Alcalá. Contestó mal (fatal) a la carta de un joven que le enviaba el currículum. Se disculpó por su respuesta, también personalmente, pero aun así recibió insultos, le hackearon algunas de sus cuentas y se publicaron datos de sus familiares, que no tenían culpa de nada.
Además, no sólo se trata de respuestas desproporcionadas a un error. En ocasiones, no hay falta que purgar, sino que se trata, simplemente, del placer que algunos sienten cuando humillan a alguien más débil. Lewinsky explica en su charla TED que comenzó a poner en perspectiva su historia personal cuando leyó lo ocurrido con el estudiante Tyler Clementi: su compañero de habitación en la universidad le grabó mientras mantenía relaciones con otro joven y compartió esa grabación. Clementi se suicidó.
La empatía, en crisis
Lewinsky nos recuerda que cada vez que pinchamos en un enlace, "tomamos una decisión. Cuanto más saturamos nuestra cultura con humillación pública, más la aceptamos. Y añade: “El deporte sangriento de la humillación pública ha de terminar”, para lo que hemos de volver a “la compasión y la empatía”.
Lewinsky cita al psicólogo social Serge Moscovici y su teoría de la influencia minoritaria, que explica que “incluso estando en minoría, el cambio puede ocurrir si hay consistencia en el tiempo”. Y esto se hace con gestos tan sencillos como “escribir un comentario positivo o informar de una situación de acoso”. Es decir, superando “la apatía del observador”, que nos lleva a no actuar por poco que podamos evitarlo, traspasando la responsabilidad a los demás.
Lewinsky cierra su charla recordando que la libertad de expresión es importante, pero no podemos olvidar la responsabilidad que acarrea esta libertad. “Todos queremos ser escuchados, pero hemos de diferenciar entre hablar con un objetivo y hablar porque queremos atención”. Apunta que “mostrar empatía hacia los demás nos beneficia y nos ayuda a crear un mundo mejor y más seguro”. Y nos propone un experimento para evitar comportamientos negativos: “Imagina ser el protagonista de un titular sobre otra persona”.