"¡¿Pero qué tienes contra la comida?!". Esa fue la respuesta indignada —genuinamente indignada, ríete del 15M— más habitual entre mis amigos y conocidos cuando hace unos meses anuncié que iba a sustituir parte de mis comidas por un mejunje diseñado en laboratorio que tendría que mezclar con agua para producir una especie de batido que supliría todas mis necesidades nutricionales del día. Mi mejor amiga todavía tuerce el gesto —cuando no amenaza con borrarme de sus contactos— cada vez que pronuncio la palabra mágica: Joylent.
La comida es de las pocas cosas por las que en este país se profesa un respeto casi religioso, quizás fruto de generaciones escuchando "con la comida no se juega" y adoptando la frase en su más amplio significado. Introducir una verdura no reglamentaria en una paella puede provocar un linchamiento en la plaza pública a manos de una turba que grita: "¡Eso no es paella, es arroz con cosas!", comer sin pan levanta las más suspicaces miradas y saltarte una comida se percibe como un comportamiento autodestructivo que sólo puede conducir a la droga y a una muerte temprana.
Así que era previsible que la idea de dejar de comer para engullir una especie de papilla primordial no resultase popular.
Pero ahí estaba el primer error de concepto: mucha gente imaginó que empezar a tomar Joylent era como elegir la pastilla roja en Matrix: una decisión sin vuelta atrás y que implicaba dejar de masticar para siempre.
Nada más lejos de la realidad. Adoro comer bien, me gusta cocinar e ir a restaurantes, y no pensé en ningún momento dejar de hacerlo. Es solo que esa Arcadia de deliciosas veladas gastronómicas animadas por la más ingeniosa conversación con nuestros seres queridos no es más que un ideal que se da esporádicamente. Y, a menudo, es incompatible con nuestros horarios, circunstancias personales y profundidad de nuestros bolsillos.
La mitad de las veces comer es un trámite que nos quita tiempo, retrasa el final de nuestra jornada laboral, exige cierta previsión e inversión de recursos mentales (si nos importa nuestro organismo) o salud (cuando defendemos el donut como base de la pirámide alimentaria y las palabras "bypass coronario" no nos producen el menor temor).
Hay quien se organiza bien, ordena las baldas del frigorífico por colores, siempre tiene una reserva de tuppers perfectamente sanos y listos para cualquier eventualidad, y defiende que nada de eso le supone un esfuerzo. Yo no me cuento entre esas personas así que la idea de un alimento sano, barato y de acceso inmediato me pareció la panacea.
Mi primer pedido fue pequeño: diez bolsas que equivalían a 10 días enteros de comida. Elegí la mitad sabor vainilla y la otra mitad de plátano porque había leído que eran con diferencia los mejores sabores (más sobre este punto después).
Aunque en ningún momento fue mi intención convertir Joylent en la base de mi alimentación, decidí que me alimentaría exclusivamente de estos polvos al menos los dos primeros días para saber qué efecto tendría. Una buena cantidad de Joylent mezclado con agua en una batidora de vaso compusieron mi primera no-comida (tiempo de preparación: dos minutos). El resultado fueron tres vasos de un batido muy denso, no demasiado dulce, con un agradable sabor a avena y vainilla. Me estaba gustando.
Uno de mis temores, el de que este producto no saciase el hambre, se disipó cuando me vi haciendo un esfuerzo para terminarme la dosis. Joylent no cayó en el estómago con suavidad. Pasé unas horas con el estómago revuelto y sensación de pesadez. Tengo una leve intolerancia a la lactosa y la fuente de proteína de Joylent es el suero de leche, así que ya temía que no me sentaría del todo bien. Aunque el segundo me entró mejor y el tercero mucho mejor, acaban de crear una variedad vegana [sin lactosa] que será la siguiente que pida.
Durante estos primeros días tomando Joylent exclusivamente ya me fui dando cuenta de varios efectos:
Se gana una barbaridad de tiempo porque alimentarse le lleva a uno no más de diez minutos al día y no hay que ocuparse de hacer compra, cocinar ni fregar (bueno, se mancha un vaso y la batidora).
Tras el segundo día bebiendo batidos, uno empieza a soñar con pizzas, entrecots, bocadillos. No es hambre, no es falta de energía ni nada parecido. Es más la necesidad atávica de morder, de despedazar algo, masticarlo y tragarlo. Y volver a recordar en qué consistía el sabor salado.
Tras este breve experimento empecé a tomar Joylent de la manera en que había pensado hacerlo en un principio. Esto es: los días de diario a mediodía y alguna que otra vez cuando no tuviese ningunas ganas o tiempo de cocinar la cena. Y a veces como comida durante el fin de semana cuando me hubiese levantado especialmente perro. Entonces me di cuenta de que estaba sustituyendo un montón de incursiones al burguer, accesos a Just Eat y cosas —innombrables— mucho peores, por algo que en teoría era nutricionalmente equilibrado y que costaba cinco veces menos.
Perdí un poco de peso pero nada de músculo: hago pesas y no noté ninguna merma de fuerza, al contrario.
Llevado por este éxito decidí hacer un segundo pedido, este más grande y cubriendo todos los sabores. Gran error, porque el sabor de vainilla está muy bien, el de plátano es casi mejor, pero los otros dos (fresa y chocolate) están a años luz de estos. El Joylent de fresa es mediocre y el de chocolate... Dios santo, el de chocolate. Si estás pensando en probar este alimento del futuro, por favor, evita a toda costa el chocolate. Es como alimentar a un gremlin después de medianoche: solo hará tu vida peor.
—Pero es que a mí me encanta el chocolate.
—¡Con más razón!
Tras tres meses, y si obviamos la metedura de pata de los sabores, solo puedo considerar la introducción de Joylent en mi vida como un gran acierto. Sí, ha hecho que mi nevera se asemeje bastante al desierto de Tabernas, que alguna gente de mi círculo social opine que voy a morirme de forma prematura y que estoy insultando a la misma esencia del ser mediterráneo. Pero, para mí, las ventajas compensan con creces los inconvenientes. Incluso el hecho de que sea un alimento monótono me hace disfrutar más de la comida "de verdad".
Entiendo que este no es un producto para todo el mundo. Si cada alimento que ingieres te supone una fuente de alegría insustituible, si mantener una dieta equilibrada no constituye ningún esfuerzo o si todas tus comidas son un acto social, supongo que este tipo de producto no tiene ningún sentido para ti. Pero si nada de lo anterior es aplicable, odias el menú del día del restaurante de debajo de la oficina con todas tus fuerzas y has ganado diez kilos desde que te contrataron, quizás Joylent sí pueda interesarte.
*Omar Moreno tiene 39 años, es diseñador gráfico y vive a caballo entre Madrid y Londres. Es comprador de Joylent desde hace 3 meses.
Pero, ¿qué son exactamente Joylent y Soylent?
Pablo Cantó
Nueva York, año 2022. El estrato más bajo –y mayoritario– de la sociedad no tiene acceso a comida real, que escasea, y tiene recurrir a Soylent, unos procesados que son el único nutriente que la depauperada población se puede permitir. Esto, obviamente, es ficción: es parte de la historia de Cuando el destino nos alcance, una película distópica de 1973 inspirada en el libro ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! de Harry Harrison. Lo que viene a continuación ya no es ciencia ficción. California, año 2013. Soylent existe, pero no son los neoyorkinos más pobres quienes lo toman: es para consumo de los niños ricos de Silicon Valley. Uno de ellos, Robert Rhinehard, lo ha inventado.
Esta historia que parece ficción pero no lo es comienza con un post de Rhinehard en su blog Mostly harmess (Casi inofensivo) publicado el 13 de febrero de 2013. En éste, titulado, Cómo dejé de comer comida, el joven ingeniero informático (de 24 años por aquel entonces) explica cómo ha creado una bebida que contiene todos los nutrientes necesarios para poder alimentarse única y exclusivamente de ella. "No he probado ni un bocado de comida en 30 días", explica, "y me ha cambiado la vida".
Las ventajas que Rhinehard atribuye a este tipo de alimentación son de tiempo ("normalmente gastaba dos horas al día en comer, ahora cinco minutos", explica en el blog), dinero (de 470 dólares -425 euros-, a 50 dólares -45 euros), el sencillo control de dieta y el beneficio ecológico (no necesita refrigerador, tarda mucho en caducar, es fácil de transportar, no tiene conservantes ni se utilizan pesticidas...). El emprendedor reconoce que, fuera de parámetros puramente nutricionales o económicos, la comida tiene un valor social, pero defiende que "cocinar debería ser un hobby, como la caza. La gente ya no caza para sobrevivir, caza por divertirse".
La idea fue todo un éxito: en junio de ese mismo año, Rhinehard y su equipo comenzaron una campaña de crowdfunding para lanzar el producto a nivel nacional. Su objetivo era alcanzar los 100.000 dólares y un mes después ya superaban los 800.000.
Como ingeniero informático que es, Rhinehard aplicó a su Soylent un concepto más cercano al mundo de la programación que al de la alimentación: el de código abierto. Publicó en la red la fórmula exacta de su producto (entre sus ingredientes principales se encuentran la maltodextrina –un carbohidrato obtenido de la hidrólisis del almidón–, proteína de arroz, harina de avena, aceite de pescado, aceite de colza y una mezcla de minerales y vitaminas), y en su propia página existe un apartado con las reformulaciones y pruebas que han ido lanzando otros usuarios. La estrategia ha permitido hacer de Soylent un producto abierto, colaborativo y adaptable a los gustos y necesidades del consumidor. Pero también tenía su talón de aquiles. Al otro lado del charco, Joey van Koningsbruggen, un artista holandés, copiaba y adaptaba la fórmula para consumo propio y, tras comprobar el interés que había suscitado, decidió comercializarlo. Había nacido el Soylent europeo, Joylent.
En un solo año, Joylent ya ha superado los 6.000 clientes y vende aproximadamente unas 60.000 unidades mensuales, según informó Pablo Pena, español encargado de I+D de la marca, a Hipertextual. Desde este mismo mes, el producto ya puede comprarse físicamente en Madrid.
A pesar del éxito que tanto Soylent como Joylent (y otras más que se han subido al carro, como Queal) están cosechando, el dietista y nutricionista Juan Revenga, profesor en la Universidad San Jorge y autor del blog El nutricionista de la general, advierte que el boom de estos productos tiene "sin lugar a dudas, mucho de marketing". "Habría que conocer perfectísimamente la fórmula para saber si, sobre el papel, es realmente un sustituto perfecto a la comida, aunque estas marcas lo venden supuestamente como tal", explica el especialista a Verne. "Y, aunque lo fuera, no existe ninguna nutrición enteral –administración de nutritientes que se aplica a enfermos que no pueden comer o masticar– que sea mejor que la oral tradicional. De hecho, en los casos de gente que sí puede comer pero no masticar, es preferible comer comida normal triturada que preparados alimenticios. Siempre es mejor comer alimentos que nutrientes".
El único punto fuerte que reconoce Revenga a estos batidos es el tiempo que ahorran, no solo en comer sino en escoger la comida, cocinarla, fregar... "Si es por tiempo, contra eso no se puede competir, adelante", afirma. "Estas mezclas le ganan a todo en ese aspecto". Quitando la economía de tiempo, el nutricionista afirma no entender "cuáles serían los motivos que llevarían a alguien a alimentarse a base de esos batidos".
Aunque tanto los creadores de Soylent como de Joylent han probado a alimentarse únicamente de su producto durante varios meses consecutivos sin grandes efectos secundarios (salvo una pérdida de peso que las nuevas versiones de producto, con más calorías, pretenden corregir), Revenga afirma que no se pueden conocer los efectos que tendrá este tipo de alimentación en sus usuarios a largo plazo. "Ya veremos qué ocurre dentro de 30 años", afirma. "En estudios en animales se ha demostrado que la ausencia de masticación afecta al desarrollo cognitivo. No se ha realizado ningún estudio de este tipo en humanos, pero podría ser significativo".