Olvidemos por un momento la imagen del Juan Ramón de rostro enjuto y seco, barba afilada y ojos hundidos, casado con Zenobia Camprubí, autor de Platero y yo y ganador del Nobel de Literatura. Antes hubo un Juan Ramón veinteañero, depresivo —de muy joven estuvo ingresado en un sanatorio de Burdeos—, pero también mujeriego. Su poemario Libros de amor (Editorial Linteo), escrito en torno a 1911 e inédito hasta 2007, se puede leer como un diario de seducción donde se cantan todo tipo de historias de faldas, monjas incluidas.
Aquel poemario nos muestra a un poeta menos bucólico, como lo hace Juan Gómez Bárcena en su novela El cielo de Lima (Salto de Página). En este caso, el autor cántabro recrea el conato de historia de amor que tuvo lugar entre Georgina Hübner y Juan Ramón Jiménez. No podía imaginar el poeta, que contaba entonces veinticinco años, que dos jóvenes letra-heridos le estaban tomando el pelo al otro lado del charco mediante unas cartas en las que le declaraban admiración a través de una inventada musa, Georgina, en una remota Lima en la que ya el nombre del joven escritor gozaba de cierto prestigio.
José Gálvez y Carlos Rodríguez Hübner, que así se llamaban los urdidores de esta trama epistolar que casi se les fue de las manos, encontraron así un modo de acercarse a un poeta al que parecían admirar con sinceridad. Por estas fechas Juan Ramón Jiménez publicaría Arias tristes, que sirvió de excusa a los osados bohemios de alta cuna para enviar su primera carta, que decía así:
Señor: por el bisemanario español Abc me he impuesto de la publicación de un libro de poesías de usted, titulado Arias tristes. He buscado inútilmente el referido libro en los centros libreros de esta capital, y en la imposibilidad de conseguirlo, me permito sugerirle tenga la bondad de enviármelo, dispensando la molestia que este le ocasione. No le remito a usted el valor del ejemplar (tres pesetas), pues no hay giro por esa cantidad. Reciba usted mis agradecimientos anticipados por este favor y mande en la voluntad de su atta. y s. s. Georgina Hübner. Lima, 8 de marzo de 1904. Mi dirección: Georgina Hübner, calle de Belaochaga, número 142. Lima.
El autor de El cielo de Lima, premio Ojo Crítico y publicación en Estados Unidos incluida, se valió de estas cartas para trenzar su ficción, una historia que recrea con gran verosimilitud esta travesura mayor. Pero en la novela, como comenta Gómez Bárcena, las cartas, a excepción de algún pasaje esporádico, no son reales. "De hecho, se conservan muy pocos fragmentos de cartas auténticas", explica el escritor. Las que se reproducen en este texto son algunas de las que sí sobrevivieron.
Sí se conserva la jugosa respuesta de un ya entregado Juan Ramón a las propuestas que le hacen llegar José y Carlos, valiéndose de su criatura Georgina, ávida lectora del diario ABC, que no sería de publicación diaria hasta el 1 de junio de 1905, como bien apunta la "admiradora". No sabemos si fue el detalle de que una mujer se confesara lectora de prensa en tan remotas circunstancias, su discreta educación o la confesa admiración que demuestra al atreverse a escribirle una carta y tener además el atrevimiento de pedirle un libro, pero lo cierto es que el joven Juan Ramón no tarda en rendirse, literalmente, a sus pies:
A Georgina Hübner en Lima: He recibido esta mañana su carta tan bella para mí, y me apresuro a enviarle mi libro Arias tristes, sintiendo que sólo mis versos no han de llegar a lo que usted habrá pensado de ellos. La carta de usted es del 8 de marzo, a mí no me ha venido hasta hoy, 6 de mayo. No me culpe de la tardanza. Si usted me envía siempre su dirección –en el caso de que vaya a cambiar de domicilio–, yo mandaré a usted los libros que vaya publicando, siempre –claro está– con el mayor placer. Gracias por su fineza. Y créame muy suyo, que le besa los pies. Juan Ramón Jiménez.
Teniendo en cuenta que un barco tardaba unas tres o cuatro semanas en arribar de las costas españolas a un puerto como La Habana y que después había que llegar a Perú, parece que los guionistas de Georgina no esperaron mucho a enviar la respuesta. Para cerrar el círculo envío-recepción, se empleaban unos cuatro meses.
¡Mas felizmente todos mis desasosiegos se han calmado, todas mis dudas han desaparecido, al recibir su atenta carta y su hermoso libro! Sus versos llenos de tristeza hablan del corazón y al cadencioso vibrar de las notas melancólicas de Schubert, recordaré esas estrofas en las que vaga el perfume delicado y suave del alma de su autor. Si le dijese a usted que una parte de su libro me gustaba más que la otra, mentiría. Cada una tiene su encanto, su nota gris, su lágrima y su sombra. Que esas vistas que le mando le agraden es el deseo de su amiga y admiradora. Georgina Hübner. Lima, 23 de junio de 1904.
Imaginamos cierto recochineo culto de estos jóvenes aspirantes a poetas, de la clase acomodada limeña de principios del XX, al elegir términos como "cadencioso vibrar de las notas melancólicas" o lo de "el perfume delicado y suave del alma del autor". Probablemente también les provocaría risas el éxito de su ingenio.
Juan Ramón Jiménez estaba entregado, como demuestra que en una de sus cartas le pidiera un retrato a Georgina, para comprobar si el interés por su alma se correspondía también con el de su físico. El gesto se puede ver como el origen, casi prehistórico, de un galanteo virtual que cien años después arrasaría. Como también serían habituales los fakes, las trampas, el trolleo y el gato por libre identitario para el que nadie previnió al crédulo JRJ.
Hubo muchas cartas de las que no hay conocimiento, pero queda la última misiva que envió la fantasmal Georgina, cuyo contenido completo se puede revisar en el Epistolario de Juan Ramón Jiménez, publicado por la Residencia de Estudiantes, y de la que reproducimos un fragmento:
¿Me pregunta usted si me he enojado porque me pide mi retrato? ¡No! No me crea usted tan pequeña de espíritu. Espere, ya irá: pero antes justo es que me mande el suyo. Ya casi puedo decir que estoy bien; sólo de cuando en cuando una tosecilla seca me desgarra el pecho, ¡Y hay días en que amanezco tan triste!
Entendemos que los creadores de Georgina enviaron el retrato solicitado y que eligieron entre las fotografías de alguna diva local de rasgos occidentales o "genealogía ilustre" como se decía entonces de quienes tenían origen español. Cautivado, Juan Ramón se aprestaba a salir poco menos que en el primer vapor con destino al Perú, como dejó escrito en la última carta de la que se tiene constancia:
¿Para qué esperar más? Tomaré el primer barco, el más rápido, el que me lleve a su lado. No me escriba más. Me lo dirá usted personalmente, sentados, los dos frente al mar, o entre el aroma de su jardín con pájaros y luna.
Para evitar esa "desvirtualización" imposible, los creadores de Georgina —que por cierto era el nombre de la prima de uno de ellos— decidieron cortan por lo sano. Así, dieron muerte, tisis mediante, a la musa que habían creado y se preocuparon de enviar un telegrama al cónsul de Sevilla, para que se lo hiciera llegar al blanco de su experimento.
Georgina Hübner ha muerto. Rogámosle comunicar la noticia a Juan Ramón Jiménez. Nuestro pésame.
Se terminaba así una triste historia de amor como lo son todas las que no acaban bien. Pero como si quisiera rebelarse ante lo efímero y cruel de esta historia, Juan Gómez Bárcena la inmortaliza en El cielo de Lima. En un artículo escrito hace años sobre este amor de papel, un familiar, un tal Gustavo Hübner, pone los puntos sobre las íes a alguno de los comentarios y se ofrece a aportar más información. Nadie recoge el guante excepto Gómez Bárcena que aporta su dirección de correo y su interés.
Quizá el mérito de un escritor no sea tanto saber contar historias, sino encontrarlas y perseguirlas. Como Juan Ramón con su Georgina, aunque aquella vez pinchara en hueso. Años más tarde se desquitaría en Laberinto, donde dedica un poema a su amor irreal, Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima, en el mismo año, 1913, en que conocería a la mujer de su vida, esta vez sí de carne y hueso, Zenobia Camprubí.