El corte de digestión, el chicle que se nos podía quedar pegado a las tripas, el "estamos llegando" de los viajes... hablar de infancia es hablar de las mentiras piadosas que nos contaban los mayores y que siempre nos creíamos. Pero hay historias (falsas) tan tan buenas, que merecen ser contadas. Con el poco científico método de preguntar a nuestros amigos y conocidos que hemos utilizado otras veces, hemos podido recopilar algunas de estas convicciones:
“Me encantaban las pipas y mi plan favorito por las tardes era ir al quiosco, comprarme una bolsa de medio kilo y comérmela en casa. Mi padre, imagino que solo por fastidiar, me contó que las pipas llevaban sal por fuera porque de eso trabajaban los abuelos en el asilo: las chupaban y las metían en una bolsa con sal para que se les quedara pegadita. Al día siguiente llegué con una bolsa de pipas peladas y me dijo que de esas se ocupaban los ancianos que todavía tenían dientes. Las mordían, las pelaban y a la bolsa. Hoy, 15 años después, sigo sin poder probar las pipas”. P. C.
“Cuando me paraba en la puerta del McDonalds y quería entrar me decían: “¿pero no sabes que las hamburguesas las hacen con carne de rata y la Coca-Cola es agua de alcantarilla?”. N. F.
“Mi padre, para que no le diera el coñazo pidiéndole que me leyera cuentos, me decía que no sabía leer. Sin embargo, cuando estaba en casa siempre era con un libro y me decía que solo miraba las letras. Yo, claro, no entendía nada”. J. S.
“Cuando tenía 12 años estaba obsesionado con los fósiles y los minerales, que me encantaban. Mi padre, por darme una alegría, fue a una tienda y compró como 5 o 6 piezas entre trozos de cuarzo, rosas del desierto, un fósil de caracola… Y me los escondió en una cueva. Fui la persona más feliz del mundo por mi hallazgo. Descubrí que todo lo había preparado mi progenitor hace un mes. Se lo tuvo callado 13 años”. P. C.
“Cuando compramos el primer microondas yo estaba encantada y alucinada a la vez, y le pregunté a mi padre súper intrigada que no entendía cómo aquel aparato blanco impoluto podía calentar la comida. Él respondió: ‘Ya cariño, es que dentro del microondas hay un montón de chinos sentados en círculo y con una fogata en el medio, ellos son los que producen el fuego que calienta la comida. Pero son tan pequeñitos, que no puedes verlos’. Desde aquel momento, cada vez que metía el vaso de leche me imaginaba la fogata de chinos (a modo campamento) y di por hecho que mi padre me había descubierto el misterio del microondas”. A. F.
“Mi abuelo me decía que si me colgaba del marco de las puertas me haría más alto. Yo me lo creía y he llegado a pensar que él también porque mis tías me contaron que alguna vez le pillaron colgándose”. J. F.
“Me daban coca-cola la víspera de tener que hacer análisis de sangre. Al día siguiente me decían que tenía cafeína dentro y que me llevaban al médico ‘a sacar la cafeína”. L. P.
“La mentira que más me repetía mi ama es la de que la vecina de abajo se quejaba de que mi hermano y yo hacíamos mucho ruido jugando. Siempre la odié [a la vecina]. Pero en el piso de abajo no vivió nadie hasta que cumplí 10 años. Entonces me dijo que no quería que nos acostumbráramos a hacer ruido por si algún día vivía alguien abajo”. J. A.
“Mi madre nunca nos mentía. Ni con los Reyes ni nada. Ni siquiera nos mentía en temas de sexo, lo cual era bochornoso. Recuerdo viendo Loca academia de policía, en una escena en la que uno está dando un discurso y se ve que hay una chica debajo del atril practicando sexo oral. Yo no entendía de qué se reían. Y al preguntar mi madre me dijo que le estaban haciendo una felación. Yo no tenía ni 10 años… No sé si luego me explicó lo que era”. A. P.
"De pequeña, como estaba un poco traumatizada por tener el pelo rizado, mi padre me decía que según creciera se me iría alisando por estiramiento”. A. M.
“En un trayecto en coche que solía hacer con mis padres siempre divisábamos a lo lejos una iglesia muy alta con unas montañas detrás. Al ir acercándote, por el efecto óptico, las montañas desaparecían. Cuando preguntaba qué pasaba, mis padres respondían que la Iglesia se comía a las montañas y yo me lo creía a pies juntillas”. J. C.
“Cuando era pequeña y jugaba en el parque iba siempre a una fuente a beber agua. Era la típica fuente de chorro que se activa al pisar un botón en el suelo. A mí me decían que se encendía soplando… y soplaba feliz para obrar el milagro”. C. D.
“Siempre me acuerdo de despedir a mi pez naranja ante el váter. ‘Es que así es como llega hasta el mar’, me decían. Y luego yo me lo imaginaba volviendo a nadar entre tuberías hasta llegar a su feliz destino”. L. G.
“Me lavaban el pelo con vinagre y yo lloraba. Era por los piojos, cosa que yo no sabía. Así que mi madre me decía que era para volverme rubio. Y yo lloraba también porque no quería ser rubio” P. S.