Por muy despistado y olvidadizo que seas, tu memoria funciona razonablemente bien: casi nunca sales a la calle sin pantalones y sueles recordar cuál es el autobús que te lleva a casa. Pero a veces falla y parece que lo haga adrede, para dejarte en evidencia y burlarse de ti. Como cuando te presentan a alguien y olvidas su nombre al cabo de tres segundos. O como cuando pasas toda la tarde buscando tus llaves. O como cuando abres la nevera y te das cuenta de que no recuerdas qué ibas a coger.
¿Por qué nunca me acuerdo de los nombres?
The Atlantic resume muy bien por qué nos olvidamos de los nombres, algo muy común, pero aun así nos hace sentir culpables:
- Los nombres no quieren decir nada. Son etiquetas arbitrarias: un Jaime no tiene cara de Jaime. “No significan mucho y como consecuencia tendemos a olvidarlos o confundirlos”, escribe Joseph T. Hallinan en Las trampas de la mente. Por eso una forma de recordar con más facilidad los nombres es crear asociaciones, como se sugiere en The Psychologist. Por ejemplo, "Jaime se parece a ese otro Jaime al que conocí de niño". O "Jaime comienza por J, como mi nombre".
- El efecto “el siguiente de la cola”. Cuando nos presentan a mucha gente desconocida a la vez, nuestro cerebro está más preocupado por ensayar cómo nos vamos a ir presentando que de acordarse de todos esos nombres. Demasiada información en muy poco tiempo.
- También puede que no seamos muy sociales o que no estemos interesados en establecer nuevas relaciones con otras personas. Si queremos corregir esto, podemos pedir información personal cuando nos presenten a alguien, como el clásico “a qué te dedicas”. Los sujetos que participaron en un estudio citado por Hallinan y a quienes se les dio a leer unas biografías, recordaron los empleos de esas personas el 69% de las veces; sus hobbies, un 68%; la ciudad en la que vivían, un 62%. El porcentaje bajaba al 31% para los nombres.
- La memoria a corto plazo puede fallar si no nos concentramos lo suficiente como para retener la información. Por eso, es buena idea repetir mentalmente el nombre poco después de que nos lo digan y volverlo a recordar pasado algún intervalo de tiempo.
¿Por qué nunca recuerdo dónde dejé las llaves?
O las gafas. O la cartera. O al bebé. Lo que ocurre, según nos cuentan en The Wall Street Journal, es que no prestamos atención a lo que estamos haciendo. Cuando dejamos las llaves sobre la mesa lo hacemos con el piloto automático puesto. Si queremos acordarnos, tenemos que hacerlo de modo consciente. Incluso decirlo en voz alta (“dejo las llaves sobre la mesa”), en caso de que seamos propensos a estos olvidos o si queremos asegurarnos de que nos vamos a acordar (“dejo al bebé en la cuna”).
Por lo general, estos despistes son muy comunes y se ven especialmente favorecidos por el estrés, la multitarea y la fatiga (de hecho, tanto dormir bien como hacer ejercicio ayudan a mantener la memoria en forma). La edad puede influir y también hay gente genéticamente más propensa que otra a estos despistes, según un estudio también citado en The Wall Street Journal.
El acto de volver sobre nuestros pasos física y mentalmente puede ayudar. Vuelve a caminar desde la puerta al comedor. ¿No tenías hambre al volver? Quizás pasaste por la cocina. Efectivamente: las llaves están dentro de la nevera y al lado del chocolate.
¿Por qué no recuerdo qué he venido a hacer a la cocina?
Nos ha pasado a todos. Entramos en la cocina y nos quedamos de pie, con la boca entreabierta, los ojos entornados y sin saber por qué hemos ido a hacer ahí. O peor, entramos en la cocina, cogemos agua y nos vamos. Justo cuando nos sentamos en el comedor nos damos cuenta de que habíamos ido en busca de un cuchillo. Obviamente, esto puede pasar con cualquier habitación de la casa y, por supuesto, con esa pestaña del navegador que acabamos de abrir.
En este caso, gran parte de la culpa es de las puertas, según nos explican en Scientific American. Nuestra memoria considera que el cambio de habitación es, en muchos casos, excusa suficiente para purgar información antigua en favor de la que pueda llegar. No es sólo por el contexto: uno de los experimentos citados por la revista registraba esta pérdida de memoria cuando se pasaban dos puertas y se volvía a la habitación original.
¿Por qué no recuerdo el nombre de eso que está encima de aquello?
En Mashable cuentan que no hay una explicación definitiva a por qué se da esta desconexión entre conceptos y palabras, que hace que un término se nos quede en la punta de la lengua. La edad influye: “A medida que nuestros cerebros envejecen, nuestras neuronas no se comunican de forma tan efectiva como cuando éramos jóvenes… El proceso de recuperación de información se vuelve menos eficiente”.
Muchas veces lo que tenemos en la punta de la lengua es un nombre propio, escribe Hallinan en Las trampas de la mente. Esto tiene sentido si tenemos en cuenta que cuando intentamos recordar un nombre propio (la capital de Paraguay, por ejemplo) sólo sirve un nombre (Asunción). En cambio, muy a menudo contamos con sinónimos para palabras comunes, por lo que podemos esquivar ese lapsus de la memoria recurriendo a otro término.
No hay una estrategia clara para superar estos pequeños (pero molestos) bloqueos. En Mashable recomiendan una técnica del psiquiatra Gary Small: "look, snap, connect". Es decir, centra la atención, crea una imagen mental de lo que quieres recordar y dale significado a esta imagen mediante asociaciones.
De hecho, muchas veces podemos recordar parte de la información, como el número de sílabas o con qué rima. En otras ocasiones, el nombre queda bloqueado por otro que sabemos que es erróneo, pero que no nos podemos quitar de la cabeza: habitualmente, hay algún tipo de relación entre ambos (los dos son actores, por ejemplo).
¿Por qué no recuerdo mi contraseña?
Un millar de lectores de The New York Times olvida sus contraseñas cada semana y hasta un 15% de sus usuarios eran en realidad antiguos usuarios que se daban de alta de nuevo por haber olvidado la contraseña, según explica Hallinan en Las trampas de la mente: “Hasta el 80% de todas las llamadas de ayuda para cuestiones informáticas se relacionaban con el olvido de contraseñas".
Uno de los problemas de las contraseñas es que muchas de ellas las tenemos guardadas en el navegador. Y cuando no usamos un dato memorizado es más fácil que lo olvidemos. A esto se unen los requisitos habituales de muchas páginas, que exigen códigos alfanuméricos, con al menos una letra mayúscula, el símbolo de Batman y tres pasos de baile. Resultado: no recordamos la contraseña cuando nos sentamos en otro ordenador.
Hay muchos métodos para crear contraseñas fáciles de memorizar y difíciles de adivinar. En Quartz recomiendan crear asociaciones a partir de la primera letra de cada cuenta (la F en Facebook, por ejemplo). Otros métodos incluyen convertir una frase en una contraseña (con el uso de iniciales y abreviaciones) o usar combinaciones de palabras comunes que no se usen juntas habitualmente.
De nuevo vemos lo importante que es para la memoria hacer asociaciones. De hecho, gran parte de los trucos mnemotécnicos consisten en “asociar lo carente de significado con lo significativo”, como escribe Hallinan. Por ejemplo, puede resultar difícil memorizar esta lista de números: 1, 4, 9, 2, 1, 8, 9, 8, 1, 9, 3, 6. Pero si los agrupamos, podemos ver tres fechas muy conocidas en la historia de España: 1492, 1898 y 1936. Otra ventaja de agrupar la información de este modo es que resulta más fácil retener tres piezas de información que 12.
¿Por qué no recuerdo dónde guardé aquel documento tan importante?
El error que cometemos en este caso, según Hallinan, es complicarnos la vida y guardarlo en el último sitio en el que se nos ocurriría mirar porque, claro, es el último sitio en el que se nos ocurrirá mirar: “La gente cree, erróneamente, que cuanto más extraño sea un lugar para ocultar algo, más fácil será recordarlo”. Ocurre lo contrario: “El carácter inhabitual no hace que un lugar oculto se recuerde más fácilmente, lo que hace es que se olvide más fácilmente”.
La clave para elegir un buen escondite es “realizar una rápida conexión entre lo que ha de esconderse y el lugar en el que está escondido”. Y es mejor decidirlo de forma rápida que dedicar varios minutos a meditarlo.
¿Por qué no recuerdo los números de teléfono?
Este caso es muy fácil: no recordamos los números de teléfono porque ni siquiera intentamos memorizarlos. Es un nuevo caso de “o lo usas o te olvidas”. De hecho y en una reciente cena con unos amigos de la infancia, cada uno de nosotros fue capaz de recordar varios números de teléfono fijos de los padres de los demás, porque esos números sí teníamos que marcarlos y recordarlos. Pero ni un sólo móvil: hoy en día confiamos en la memoria de nuestros teléfonos, a pesar de que corremos el riesgo de quedarnos sin batería.
Normalmente esto se ve como algo negativo, en la línea del clásico “internet nos está volviendo más tontos”. Pero lo cierto es que la memoria de los móviles nos ayuda más veces de las que nos deja tirados. Y no sólo para los números que ya no necesitamos marcar: podemos consultar la conversación de Whatsapp para recordar en qué restaurante hemos quedado o buscar en el calendario cuándo es el cumpleaños de nuestra mejor amiga.
Al fin y al cabo, no lo podemos recordar todo y cualquier ayuda siempre viene bien. El cerebro necesita ir olvidando para ser más eficiente y la memoria sigue ciertas normas para saber si merece la pena o no conservar cierta información, como explica Steven Pinker en Cómo funciona la mente.
A la hora de olvidar o recordar, el cerebro tiene en cuenta sobre todo la frecuencia (si hemos recuperado a menudo una información en el pasado, es posible que la volvamos a necesitar) y el tiempo que ha pasado desde que hemos recordado un dato por última vez (cuanto más recientemente hayamos vuelto a recordar algo, más probable será que lo necesitemos hacer otra vez). También recordamos más fácilmente la información que está asociada a una emoción, sea positiva o negativa. Además, un estudio reciente muestra que el cerebro a veces recuerda información en apariencia trivial “por si acaso”.
La ventaja de olvidar es que se nos hace más fácil darle sentido a lo que nos ocurre, añade Clive Thompson en Smarter Than You Think. Recordar todos los detalles nos confundiría. Es más, muchos de los detalles que creemos recordar, son falsos y los añadimos cuando reconstruimos esa memoria: “La memoria episódica es como jugar al teléfono con uno mismo”.
“No podemos mantener toda la información a mano -añade Scientific American- y la mayor parte del tiempo este sistema funciona de forma maravillosa”. El resto del tiempo te quedas mirando la nevera durante varios segundos sin saber para qué habías ido a la cocina.