Hay veces que una fotografía sirve verdaderamente para mirar a la cara a los problemas, para eso que se ha llamado 'agitar' conciencias y también para que hagamos click en el botón de compartir. Está pasando con las imágenes de refugiados sirios en la costa Mediterránea o en la frontera de Macedonia en las que aparecen niños. Son quizás los virales más tristes, pero son valiosos.
Probablemente ya los conoces: la imagen de Laith Majid y su familia ha dado la vuelta al mundo. Eran clase media hasta hace poco; ahora son refugiados sirios huyendo de años de guerra y de la amenaza del ISIS, intentando llegar a Alemania. Catapultada a las redes tras aparecer en The New York Times, su autor, el fotógrafo freelance Daniel Etter, se muestra satisfecho de la repercusión que se puede conseguir con una foto. De pronto mucha gente quería ayudar y preguntaban a Etter si había forma de hacerlo: "Estoy tratando de encontrarles. Pero esto va más allá de una sola familia". Y apuntaba que hay ONGs haciendo "un trabajo estupendo, no sólo en Grecia".
Ahora en redes hay una foto sin identificar la fuente que muestra a Latih Majid, de nuevo abrazando a sus hijos, aún en la isla griega Kos, aunque ya sonriente. Pero efectivamente no son los únicos: al tratarse de migraciones de familias enteras en casi todas las fotos que llegan, por ejemplo de la frontera en Macedonia, aparecen menores.
Cada una tiene su historia y no hace falta conocerla para querer compartirla. Imágenes como las siguientes están siendo muy difundidas a través de redes sociales, muchas veces a partir de perfiles de periodistas o de influencers (personajes, públicos o no, con muchos seguidores). Es la empatía hacia los más desprotegidos, el poder desgarrador de las imágenes y la indignación lo que lleva a compartirlas, en un gesto de denuncia o de solidaridad que contribuye a la viralización. Además son publicaciones que suelen ir acompañadas de mensajes que invitan a ponerse en su situación.
- Sonia Suárez, activista con más de 10.000 seguidores en Facebook. "Los niños refugiados vienen de llorar de pánico en Siria para llorar de pena en Europa. ¿Que clase de mundo estamos construyendo?".
- Periodistas y medios de comunicación:
- El actor Tristán Ulloa desde Facebook. Una publicación compartida más de 34.000 veces en la que apunta: "Lo que diferencia la situación del hombre de la foto de, por ejemplo, la mía es el azar".
Esta reflexión de Tristán Ulloa retrata con cierta precisión el éxodo de refugiados sirios. Las familias que aparecen retratadas en las imágenes que se comparten estos días son obreros, pero también profesores o ingenieros, explican desde Médicos Sin Fronteras. "La indignación que muestran muchas personas que nos escriben en redes también está relacionada con el nivel de identificación que se produce con estos refugiados", cuenta Mar Padilla, responsable de la Unidad de Medios de esta ONG. "Se parecen a nosotros, sus hijos a los nuestros, los que huyen también son clase media".
Y son familias enteras que se ven obligadas a abandonar sus casas con lo puesto porque las bombas han llegado a su barrio. "Por esta razón es imposible quitar a los menores de la foto", apunta Padilla. Los que llegan a Grecia, a las fronteras de Europa, son padres, madres, hijos y abuelos, al contrario de lo que sucede en las crisis migratorias donde el miembro más fuerte de la familia decide emprender un viaje a través de países para mejorar las condiciones de vida de los suyos. La crisis Siria mueve a grupos de personas que se ven obligadas a empezar una nueva vida.
Este vídeo ejemplifica la peculiaridad de este éxodo. Este padre solo pide que le dejen cruzar a Alemania. "No somos terroristas, no pedimos dinero, solo que nos dejen cruzar", dice.
"Otra de las claves de la indignación que provoca este drama es la cercanía", especifica la portavoz de Médicos Sin Fronteras. "La imagen de Laith Majid y su familia comprime el drama en un click no solo por la dureza de la guerra, también porque estas personas llegan a las fronteras de Europa, una comunidad internacional que ha firmado, entre otros documentos, un convenio de asilo y refugio que no se está respetando". Mientras que Turquía o el Líbano acogen a millones de refugiados, España ha aceptado en lo que va de año a 130, según datos de la ONG.
Estas imágenes también dejan a su paso un reguero de comentarios y lamentos del tipo "que se pare el mundo que yo me bajo", "no aprendemos, la historia se repite", o "qué podemos hacer para ayudar". Aunque no siempre los comentarios son tan empáticos. La periodista Lola Hierro, de Planeta Futuro (El País), compartía su experiencia en el blog Migrados a raíz de publicar este tuit. En el texto, titulado Peligrosos invasores en pañales, sobre las respuestas en contra de darles asilo que le llegaron tras publicar este tuit:
El debate sobre el uso de este tipo de imágenes también se plantea en los medios. “Intentamos no sacar niños”, explican desde la sección de fotografía de El País. “Solo cuando existe un verdadero interés informativo, publicamos este tipo de imágenes”. El libro de estilo de este periódico especifica que “las imágenes desagradables solo se publicarán cuando añadan información”. En lo que llevamos de semana, El País ha publicado imágenes de niños macedonios, sirios y jordanos -este miércoles en portada-. En todos los casos se justifica el valor informativo y el impacto visual, además de “la mayor empatía y sensibilidad que crea en el lector”.
Estas fotografías nos llegan porque hay profesionales haciendo su trabajo, y su trabajo ahora mismo es retratar el drama. Hace unas semanas en Verne hablamos con algunos de ellos. Publicando estas fotos, nos decían, "la comunidad internacional estará al tanto de estos problemas y nadie podrá decir que no sabía nada al respecto". Yannis Behrakis se ha encontrado con esta crítica en redes: "¿Por qué haces fotos a los inmigrantes y no les ayudas?". "Alguna gente no entiende o no quiere entender que mi forma de ayudar a esta gente es fotografiándoles". Otro intento de ayudar y de seguir esta cadena sería el gesto de compartir las imágenes en redes sociales.
Primero el trabajo de alguien tras la cámara, después el de un ejército de usuarios en redes sociales intentado influir en la agenda política.