Lunes 31 de agosto: sois muchos los que hoy habéis vuelto de vacaciones a la oficina. Se os reconoce fácilmente porque cuando os damos los buenos días rompéis a llorar y gritáis: "¿¡POR QUÉ YO!? ¿¡POR QUÉ!?". Sin duda, se os nota algo contrariados por las pocas horas de sueño, el exceso de café y el recuerdo de un pasado mucho mejor.
Como este mono, por ejemplo, que está teniendo un mal primer día.
La vuelta a la rutina es dura. Durísima.
Algunos intentáis disimular, pero se os nota que no recordáis ni la contraseña del ordenador. Eso por no hablar de que no sabéis cuál de los varios centenares de correos electrónicos pendientes leer primero. Ni para qué sirve ese programa llamado Word. ¿Y Excel? ¿Por qué hay tantos cuadritos? ¿¡No los tendré que rellenar todos!? ¡No acabaré jamás! En definitiva, no tenéis ni idea de lo que estáis haciendo.
Resulta difícil adaptarse a un entorno que creías olvidado.
Te sientes extraño. Tu cuerpo está en la oficina, pero tu cabeza está lejos, muy lejos. Quizás en un chiringuito de la playa, intentando volver a la ciudad rodando e impulsándose con las orejas.
Hoy en Twitter podíamos leer algunos escalofriantes relatos en primera persona.
Aunque también hay quien lo lleva con optimismo: al menos, tenemos trabajo. O, mejor dicho, sueldo.
Quizás incluso te apasiona tu empleo y tenías ganas de reemprender todos esos proyectos que dejaste a medias.
Es cierto que contar con un sueldo es un privilegio, pero eso no quita que hoy no tengas ganas de hablar con nadie.
También es muy probable que pierdas el tiempo aún más de lo habitual.
Tómatelo con calma y procura no pensar mucho en quienes quienes comienzan vacaciones en septiembre.
Ellos también han trabajado duro todo el año (a excepción de Martínez, que ES UN VAGO) y se merecen unas semanas de descanso como el que más. No seas envidioso y reprime tu ira, sobre todo cuando a la vuelta insistan en que “septiembre es el mejor mes para ir de vacaciones: no hay nadie y está todo mucho más barato”.