En los temporales abundan las imágenes de personas que pasean impávidas ante olas que cuadruplican su altura, con todo el riesgo que eso conlleva.
Este año hemos asistido al trágico episodio de la desaparación por un golpe de mar de una niña de 20 meses en Asturias.
Pero también hemos podido ver el vídeo de un matrimonio de jubilados franceses arrastrados por las olas y que se salvan de milagro.
O el de una madre con un carrito de bebé a quienes una ola pasa por encima:
O la imagen de dos jóvenes a quienes la policía tuvo que sacar del espigón asturiano de San Esteban de Pravia, lo que no solo puso en riesgo a los jóvenes, sino también a los policías encargados de su rescate.
Para proteger tanto a los individuos temerarios como a los rescatistas, la ley de emergencias de Galicia considera una infracción muy grave -con multas de hasta 600.000 euros- no adoptar medidas de autoprotección en situaciones de riesgo y emergencia.
Sin embargo, La Voz de Galicia explicaba que, en más de un año de vigencia, las autoridades jamás han puesto una multa por este motivo. La Axencia Galega de Emerxencias lo valoraba como algo positivo, ya que para ellos demuestra la eficacia disuasoria de la norma.
Más allá de que la valoración sea positiva o negativa, no deja de sorprender la capacidad del ser humano para adoptar conductas peligrosas, hasta el punto de que haga necesaria la existencia de leyes que nos protejan de nosotros mismos.
¿Por qué a veces adoptamos conductas peligrosas?
Carlos Hugo Criado del Valle es profesor de Psicología en la Universidad de Salamanca y ha estudiado las conductas imprudentes. Según ha contado a Verne, hay tres factores que están muy relacionados y que nos llevan a asumir riesgos desmedidos.
La búsqueda de emoción. El caso extremo sería el de los alpinistas, para quienes la satisfacción de hacer cima está por encima de los riesgos que entraña su actividad. En un escalón más bajo, hay personas a quienes la activación de adrenalina les proporciona placer físico. Aunque tampoco hace falta irse tan lejos: la mera visión de las olas puede sumirnos a cualquiera en un estado emocional positivo.
A esta búsqueda de sensaciones habría que añadir su símil contemporáneo: la búsqueda de una fotografía para compartir en las redes sociales.
Las expectativas optimistas. Las personas pesimistas, cuando toman una decisión, suelen plantearse todos los escenarios posibles, incluyendo lo mejor y lo peor. Las personas optimistas, por contra, suelen confiar demasiado en sus habilidades, anticipando un desenlace favorable para ellos y desconsiderando los aspectos negativos. Esta razón hace que sean más proclives a verse envueltos en situaciones de riesgo.
El control percibido. Por último, también entra en juego el control percibido, que no siempre se corresponde con la realidad. El imprudente tiene una percepción exagerada de su control y minimiza la importancia de los factores externos. Por ejemplo, en el caso del espigón, aunque las olas anteriores no hayan alcanzado tu posición, ¿quién te asegura que la próxima no va a conseguirlo?
Para ilustrar estos factores podríamos pensar en la figura de un bombero. Son personas que buscan emociones, pero que han desarrollado sus habilidades y que valoran justamente los elementos externos. Por lo general, los imprudentes también buscan emociones, pero el cálculo de sus habilidades y de la influencia de elementos externos tiende a ser erróneo.
¿Y por qué las leyes tienen que protegernos de nosotros mismos?
Este tipo de leyes están más extendidas de lo que podría parecer. Por ejemplo, las sanciones a los conductores sin cinturón o a los motoristas sin casco entran en esta categoría llamada "paternalismo jurídico".
Macario Alemany, profesor de Derecho en la Universidad de Alicante, define el paternalismo jurídico como el "conjunto de normas jurídicas cuya finalidad principal es evitar que los individuos se dañen a sí mismos".
En conversación con Verne, Alemany recuerda que las medidas paternalistas pueden destinarse a colectivos concretos, como los mayores y los menores de edad. Sin embargo, hay otras que se dirigen a personas indeterminadas, las cuales suelen arrastrar más polémica social, al alimentar la siguiente pregunta: ¿Por qué el estado debe entrometerse si, aunque me perjudique, estoy tomando una decisión libremente?
Para responder a esta pregunta debemos acudir a las tres razones que, según Alemany, justifican la existencia del paternalismo jurídico.
La primera es que la conducta sancionada tenga su origen en algún problema de capacidad. En el caso de la gente que se expone demasiado en los temporales, Alemany considera que sí que podría haber problemas de capacidad, porque en la gran mayoría de casos los individuos infravaloran claramente el riesgo de sus conducta (es a lo que nos referíamos antes al hablar de "control percibido"). "La mejor muestra de que se trata de un comportamiento irracional es que los individuos parecen más dispuestos a alejarse del peligro por evitar la multa que por salvar su vida", explica Alemany.
La segunda es que los daños que se evitan sean mayores a los producidos por la intromisión del Estado. En este caso, Alemany considera que no hay lugar a duda, ya que los daños provocados por la muerte son obviamente superiores a los causados por una multa.
Y la tercera razón es la suposición de que, si los individuos estuviesen libres de problemas de capacidad, estarían de acuerdo con la medida adoptada. Para ello bastaría con preguntar a las personas que se han visto envueltas en situaciones de riesgo durante este temporal. Es fácil suponer que a ninguno de ellos les gustaría pasar por la misma experiencia y que todos pagarían las multas con gusto.
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