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Miguel Macías era uno de millones de turistas que visitaron la Capilla Sixtina en el verano de 1999. Pero tal vez fue el único que al mirar la impresionante obra de Miguel Ángel pensó que podía replicarla en la parroquia de su barrio. “Vi que eran las mismas medidas, mi amigo y yo medimos el lugar dando pasos de a metro entre la gente, apunté las medidas y llegando aquí saqué mi flexómetro y me di cuenta de que eran casi idénticas”, comenta en entrevista con Verne.
Este diseñador gráfico retirado de 71 años vive a unas cuantas cuadras de la Parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en la Colonia Moctezuma, en el noreste de la Ciudad de México. Ahí es donde, desde hace 15 años, hace una réplica de la bóveda de la Capilla Sixtina. Ofrece solo una razón: “A mí me gusta la pintura desde hace muchos años”.
Las dimensiones de ambos lugares no son idénticas. La Capilla Sixtina es aproximadamente diez metros más alta que la parroquia, pero el ancho y largo del techo, varía por unos centímetros. “Las figuras aquí las ven más cerquita que en la Capilla Sixtina. Todo es gigante, pero allá no se vislumbra el tamaño real”, comenta Macías.
Hay otras diferencias entre la obra de este Miguel y Miguel Ángel. Macías pinta con acrílicos sobre lienzos de 15 por 3 metros que luego coloca en el techo con pegamento de papel tapiz. El artista renacentista implementó la técnica al fresco (con capas de arena, cal y polvo de mármol en la que los pigmentos se mantienen húmedos por mucho tiempo) directamente en el techo. “Yo me muero si tuviera que pintar desde allá arriba”, dice Macías. “Además, Miguel Ángel tuvo muchos ayudantes, le pagaba en oro y tenía el apoyo del Papa. Yo aquí sin nada. Él se tardó cuatro años y yo ya voy para los 16 y no acabo”.
Existen por lo menos otras dos reproducciones de la Capilla Sixtina en el mundo. Una está en la iglesia parroquial de los Mártires Ingleses en West Sussex, Reino Unido. La creó Gary Bevans, un artista local, entre 1987 y 1993. Se considera la primera reproducción completada de la obra. La segunda estaba en el techo de un restaurante italiano en Manchester, pero solo era una réplica de la parte central de la bóveda y el lugar cerró sus puertas en 2012.
Desde que Macías inició su versión en 2001, el entonces párroco de la iglesia le advirtió que no pagarle por el trabajo o cubrir los costos de los materiales, por lo que el presupuesto es una combinación de los ahorros de Macías y donaciones esporádicos de miembros de la congregación. “A veces me dicen ‘si yo le di 100 pesos, pero eso no me alcanza más que para muy poquito” comenta. Cuando le preguntamos cuánto ha invertido en la obra, él responde: “No lo sé, no me gusta pensar en eso”.
Macías comenzó por la parte más famosa: la Creación de Adán, en el centro de la obra. Él estima que tardó 3 años en terminarla. Más tarde, en 2006, el entonces cardenal Norberto Rivera (ahora arzobispo) visitó la parroquia para hacer una inauguración simbólica del proyecto. Eso no significó que la Iglesia mexicana invertiría en él. “No nos ofrecieron nada”, dice Macías. Nos ofrece más la gente que viene aquí que nos dice "yo no sé de pintura, pero me da algo mensualmente, 200 o 300 pesos”.
El diseñador ha tenido 15 asistentes a lo largo del proyecto. “Unos han venido un día, otros hasta dos, tres años. Actualmente tiene cuatro asistentes, todos voluntarios. La más reciente es Marta Elena Ramírez, una promotora de ventas, que vive en Plazas de Aragón, a unos 45 a 50 minutos de la parroquia.
Ella se unió al proyecto en 2015. “Estaba esperando a una amiga y decidí entrar a la parroquia, no la conocía”, comenta a Verne. “Cuando vi la obra me fascinó y fue preguntando hasta que encontré a Macías y le pregunté si podía participar de alguna manera.” Macías le pidió hacer unas pruebas de dibujo y luego la incluyó a su equipo de pintores. “Creo que Dios me guió hasta aquí”, dice Ramírez. “Siento un orgullo muy grande por ser parte de esto”.
El taller de Macías y su equipo está en el segundo piso de la parroquia. Ahí tensan los lienzos sobre un marco de metal y trazan una cuadrícula sobre este. Cuadro por cuadro, copian cada detalle de las figuras de Miguel Ángel, a partir de copias fotostáticas de libros y carteles de la obra, también divididos en cuadrículas. Una vez que terminan los dibujos a lápiz los pintan con acrílico.
Entre unos 20 de botes de pintura, llenos y vacíos, decenas de pinceles y platos de unicel donde hacen sus mezclas de colores, se asoman otros proyectos de Macías: una pila de revistas que han publicado sus cuentos cortos, un pedazo de yeso donde ha tallado una figura maya, como las que vio en Palenque, Chiapas, y una tabla de madera que está moldeando para crear un portallaves. También hay un caballete cerca de la entrada. “Cuando me canso de pintar eso, me pongo a pintar otras cosas”, dice Macías, apuntando al lienzo que abarca la mayor parte del espacio.
Macías y su equipo deben pintar cuatro lienzos más para terminar la obra. Él estima que esto sucederá dentro de dos años. “Me dio apendicitis y casi me muero, pero el padrecito me dijo, ‘no te puedes morir hasta que termines’. Se la creí y pues aquí estoy”, dice antes de soltar una carcajada.