Hace seis años, el 17 de mayo de 2010, me cambió la vida en un segundo. Volvía de trabajar sobre la una y media de la tarde y me paré a hablar con una conserje del instituto donde estudiaban mis dos hijos, que estaba a pocos metros. La chica con la que hablaba me vio volar cuando un coche me arrolló. Al caer me golpeé la cabeza y en la radio local de Huesca me dieron por muerta. Después de 21 días en coma tuve que volver a aprender a hablar, a escribir, a andar, a cocinar y a vivir con mis limitaciones. Pero la lección más importante con la que me quedo es que no hay que compadecerse de uno mismo, porque si no, no avanzas.
Cuando me atropellaron tenía 46 años, trabajaba en el restaurante familiar y como voluntaria en la asociación de padres de alumnos del instituto y en organizaciones deportivas. Ahora soy pensionista porque tengo discapacidad absoluta, pero nunca he dejado de ser positiva.
Seguro que la señora que me atropelló, que se acababa de sacar el carnet de conducir, lo pasó mal, pero es que a veces nos empeñamos en hacer cosas que no son fáciles. A lo mejor tendría que haber asumido que conducir no era lo suyo, y yo no habría acabado con el fémur roto y un traumatismo craneoencefálico grave. También tuve dos paradas cardíacas y el helicóptero tuvo que esperar a que me estabilizase antes de poder trasladarme a Zaragoza. Yo no recuerdo nada de los dos días anteriores al accidente.
Para mi familia fue tremendo. Mi padre tenía 74 años, mi marido tenía que ocuparse del restaurante, mi hijo mayor estaba con la selectividad y mi hija acabando primer curso de bachiller internacional. Pobretes, bajaban y subían del hospital en Zaragoza todos los días, con la incertidumbre de cómo iba a quedar, de si sería un vegetal.
Cuando desperté del coma pasaron mucho miedo. Se asustaban con las cosas que decía, como cuando me oyeron decirle a una enfermera: "Cariño, usted es un encanto, lo siento mucho, pero yo a este restaurante no vuelvo". O cuando veían que yo pensaba que en vez de en el hospital estaba en el club deportivo Helios, de Zaragoza.
Los médicos confirmaron que había salido de la gravedad, pero el cómo quedaría todavía era una incógnita. Un mes después me llevaron al Institut Guttmann, un centro de referencia en rehabilitación neurológica de Badalona. Cuando llegué era incapaz de llevarme la comida a la boca. Tenía el habla ininteligible y la parte derecha del cuerpo paralizada. Trabajé duro, con cinco horas diarias de ejercicio, y la mejoría fue fantástica.
Volver a mi casa después de tres meses de rehabilitación fue como reincorporarme a una nueva vida. He perdido memoria a corto plazo y ya no podría trabajar como antes porque ni me acordaría de qué he pedido a los proveedores.
Estuve haciendo fisioterapia durante 14 meses, tres días a la semana. Y también me ayudó un psiquiatra especializado en traumatismos y en Alzheimer. Ya estoy bastante bien. Solo me tomo una pastillica de citaloprán por las mañanas y si me duele la pierna, un paracetamol, pero como tengo un umbral de dolor alto, eso es como mucho una vez a la semana. Ahora soy muy buena meteoróloga: noto los cambios de tiempo en la pierna.
También me apunté a un montón de cursos: de informática, de inglés, uno fantástico de reflexología podal, otro de dietética y nutrición. No me acuerdo de todo lo que aprendí, pero los disfruté mucho y por lo menos recordé lo que ya sabía.
¡En casa me cuesta todo tantísimo! He tenido que desarrollar mis propias estrategias, porque se me olvidan muchas cosas. Voy con mi agenda siempre y anoto todo lo que tengo que hacer, y aun así, a veces no me acuerdo de renovar recetas o de ir a citas médicas. Todos los días saco a mi perrita por las mañanas, y siempre me encuentro con un chico. Le he cambiado el nombre mil veces, que si Gerardo, que si no sé qué. Ahora por fin me acuerdo de que se llama Ricardo porque en mi cabeza lo relacioné con Ricardo Corazón de León.
Pero nunca he querido hacerme la víctima. Al contrario, he intentado siempre ser independiente y no acomodarme. Si me hubiese compadecido de mí misma no estaría tan bien como estoy hoy. Ese es el premio. Aunque nos cueste, hay que esforzarse siempre.
Yo me olvidé hasta de cocinar, ¡y trabajaba en un restaurante! Le tenía que preguntar a mi madre las recetas y luego no me acordaba de qué se hacía antes o después. ¡Ha sido un aprendizaje en tantas cosas de la vida! Cuando iba consiguiendo logros le decía a mi familia: "¿Ves que ya hago esto?". ¡Qué ilusión!
A mí me encantaba coser a cruceta, pero al principio era horroroso. Ni con la muestra delante sabía cómo iba. Pero a pesar de todo le pedí una máquina de coser a mi marido y aprendí cómo funcionaba con el folleto. ¡Es tan maravilloso! Hago trapos nada más, ¿eh? Nada de camisas o pantalones, pero es una maravilla poder hacerlo.
También aprendí a escribir con cuadernos de caligrafía que me trajo mi padre, que además me ponía cuentas para restar, sumar, multiplicar y dividir y me acompañaba a caminar, porque al principio no tenía estabilidad. Tuve que practicar para pintar sin salirme, como los niños. Al principio cuando leía no me quedaba nada de los libros. Ahora al menos me queda lo importante, que ya es bueno para mí.
Sobre todo se trata de conformarte con lo que has aprendido, porque si no, no irías adelante. Si estás siempre pensando que no puedes superarlo, o te angustia no poder avanzar en ese momento, no vas a salir adelante. Hay que conformarse con lo que consigues cada día.
Ahora veo la vida de otra forma, soy más feliz y aprecio más lo que tengo, sobre todo la familia, que es lo mejor. Le damos importancia a lo que no lo tiene. Si tenemos un desliz en la vida, porque a veces las cosas salen mal -como me pasó a mí-, hay que conformarse con poder vivir y con lo que tenemos, aunque sea muy poco. Yo valoro mucho ser autosuficiente y por eso he luchado. No hay que ser avaricioso nunca, ni envidioso.
Hay que vivir con mucha humildad y decirse: "¡Qué suerte tengo con lo poco que tengo! Y con lo poco que he conseguido, ¡qué feliz que soy!". Eso es lo que yo he aprendido y lo que quiero que aprenda todo el mundo, por eso acabo de publicar un libro con mi experiencia.
Todo este cambio no viene así por las buenas, de un día para otro. Hay que pensar con mucha tranquilidad qué es lo bueno que tenemos. Hay situaciones a las que es muy difícil sacarle lo positivo, como esto mío, pero yo lo he sacado: aquellos tres meses que estuve en la Guttmann fueron muy importantes, hice grandes amistades. Y luego hay que esforzarse todo lo que se pueda. Si un día avanzas un paso, ya te vale. Y si un día retrocedes, no hay que desconsolarse. Eso es lo que yo quiero transmitir, que hay que intentarlo siempre y seguir hacia adelante.
Texto redactado por Gloria Rodríguez-Pina a partir de entrevistas con Mayte Sarroca, autora del libro El segundo que me cambió la vida.