Cuando te dicen con 32 años que tienes esclerosis múltiple, el mundo se detiene. Piensas que eres demasiado joven, intentas entender qué ha motivado su aparición, no comprendes por qué te ha pasado y empiezas a pensar en gente con la misma enfermedad. Se te viene a la cabeza el astrofísico Stephen Hawking, aunque él no padece esclerosis múltiple. Los médicos me contaron que es degenerativa, que la cosa podía empeorar y cuando les pregunté, ingenuo de mí, si podría seguir corriendo, me respondieron que apenas podría caminar 200 metros. ¿Cómo es posible? ¿Por qué a mí? ¿Por qué esto?
Uno no elige siempre las cosas que le suceden, pero sí está en su mano gestionar la manera de afrontarlas. Yo empecé con mal pie. No acepté el diagnóstico y en la caída en picado, mi cuerpo se dejó llevar. Mi estado de ánimo también. Mi mujer, una gran mujer de 43 kg y 1,49 metros de altura, intentó animarme, que no me diera por vencido pero, ¿para qué luchar si era una batalla perdida?
De pronto un día intenté coger a mi hijo en brazos y no pude. Lo volví a intentar y tampoco. Ese día lo cambió todo. Decidí que quería volver a coger a mi hijo en brazos. Tenía que cambiar y afrontar las cosas de otro modo. La batalla solo está perdida si no se intenta.
Me calcé las zapatillas y bajé a la calle. A pocos pasos hay un cartel que dice que la parada de metro más cercana está a 200 metros. Doscientos. Justo la misma distancia que aquel médico me dijo que sería incapaz de caminar. Lo intenté. Tenía que hacerlo por mi hijo, por mi mujer, por mí. Di un primer paso. Siempre dicen que un largo camino empieza por un primer paso, aunque este largo camino sea solo de 200 metros. ¡Qué relativa es la distancia según quien la recorre! Y lo conseguí. Logré llegar a la estación de metro y pensé que si había sido capaz de andar 200 metros a la primera, qué más no podría conseguir.
Empecé a buscar como loco actividades para hacer y paseos cada vez más largos. Los 200 metros se convirtieron en un kilómetro, en 10, en medias maratones y en maratones. Sí, maratones, 42 km con 195 metros. Casi 42 kilómetros más de la “imposible” distancia de 200 metros con la que empecé.
También me apunté al club de piscina de mi barrio, me compré una bicicleta, cambié de zapatillas. Quería comerme el mundo. ¿Esclerosis múltiple? ¿Y qué? Nadaba. Iba en bicicleta. Corría. Cogía a mi hijo. ¿Cuál era el siguiente reto?
Un día descubrí que dentro de los triatlones hay una categoría especial para enfermos de esclerosis múltiple y pensé que eso significaba que en mi estado podía conseguir completar un triatlón de corta distancia. De nuevo, lo conseguí. Y puestos a retarse, ¿por qué no probar con el rey de los triatlones? ¡El Ironman! Eso son 3,8 kilómetros nadando, 180 kilómetros en bicicleta y para rematar, 42,195 kilómetros corriendo. Algunos temían por mi estado de salud, tenían miedo de que quizás se me estuviese yendo todo de las manos, pero yo estaba seguro de que podía conseguirlo. Y lo conseguí, gracias a la ayuda de amigos y familiares.
Pero esta prueba deportiva solo es uno de los retos vitales a los que tengo que hacer frente. Mi vida ha cambiado mucho. Antes era un hombre sano, con sentido del humor, ejecutivo comercial de una gran empresa, viajaba constantemente por todo el mundo para cerrar acuerdos importantes. Mi vida profesional transcurría entre países exóticos, hoteles lujosos, esperar en aeropuertos.
Todo eso cambió cuando, estando de vacaciones con mi esposa, se me cayó el cigarrillo. No le di importancia, pero se me volvió a caer. Quien fume entenderá lo raro de este detalle: pocas veces se nos cae un cigarrillo de las manos, menos aún dos veces. Intenté coger una lata de refresco y no atiné. Ese día empezó una larga tortura, de médico en médico, de falso diagnóstico a falso diagnóstico. Nadie sabía decirme qué me ocurría: que si el estrés, que quizá un ictus leve. Al final dieron con la clave y era esclerosis múltiple.
Ahora sé que los límites pueden romperse, que nadie debe decirte qué puedes hacer y qué no puedes hacer, que tus capacidades solo las conoces tú y que rendirse no es una opción. No, al menos, antes de empezar. Siempre que te marques retos ambiciosos, pero alcanzables, todo depende de ti.
Todo esto lo expliqué en un Informe Robinson, el programa de Canal+ que presentaba Michael Robinson, y eso me abrió puertas y ventanas. Varias asociaciones me llamaron para oír mi historia. Yo insistí en que no quería hacer bandera de nada, que no pretendía ser un ejemplo a seguir en lo deportivo, que hay enfermos de esclerosis múltiples que realmente no pueden caminar 200 metros. Pero en lo conceptual sí creo que cada uno debe marcarse su propio Ironman.
Yo tiro hacia adelante, hablo de ello, porque la esclerosis múltiple es hoy en día una enfermedad totalmente desconocida en nuestro país y, sin embargo, la padecen cada vez más personas. Debemos normalizarla, explicando cómo es y qué sentimos para que los que nos rodean lo entiendan y nos comprendan.
Mi reto personal llamó la atención de una editorial, Amat, que me propuso escribir un libro. ¿Por qué no? El resultado es Rendirse no es una opción. Casi paralelamente, FILMAX se interesó y surgió: 100 metros, una película de ficción inspirada en mi historia. ¡Esto ya que si realmente me supera!
Cuando me preguntan respondo que la esclerosis múltiple no es un resfriado y sigue dando guerra, tirándome a la lona de vez en cuando. Pero no me deja KO, porque tengo mil motivos para luchar, porque me ha hecho mejor persona, porque me ha brindado oportunidades increíbles y porque rendirse No Es Una Opción. Y nunca dejaré de dar las gracias por ello. Gracias, gracias, gracias.