Desde que era un bebé he viajado: primero, con padres; luego, con amigas y novios; después, sola. He visitado sin miedo varios países europeos, americanos y asiáticos, y siempre siento esas cosquillas de emoción en el estómago cuando me veo en ruta. Pero en medio de mi enamoramiento con el planeta Tierra, se me resistía un rincón: África. El África negra subsahariana. Imponente, complicada, remota.
Siempre creí que era un destino para viajeros veteranos y que aún debían pasar muchos años hasta verme allí pero, como suele ocurrir con los acontecimientos que marcan nuestra vida, eso cambió de repente. Por carambolas del destino, una noche de noviembre de 2014 aterricé en Addis Abeba, capital de Etiopía, con la única compañía de una mochila llena de trastos y algo de miedo. Pasé un mes completamente sola en ese país, que me acogió con los brazos abiertos e hizo que naciera en mí el gusanillo por seguir conociendo el continente negro. Desde entonces, vuelvo cada vez que tengo ocasión, y ya he recorrido en varias ocasiones Kenia,Tanzania y Mali, mi último descubrimiento. No soy para nada una voz autorizada para contar cómo es África, pues aún me queda casi todo por descubrir, pero esa idea, lejos de desanimarme, me excita muchísimo. Es como abrir una caja llena de sorpresas que nunca se vacía por muchas que hayas sacado.
A medida que pasa el tiempo, me encuentro a más y más personas que me preguntan con extrañeza por qué viajo allá. Que si eso es seguro, que qué se me ha perdido... Hay muchas razones o, más bien, excusas. Porque el único y verdadero motivo es que me gusta y me pone contenta estar allí. Sé que no a muchos se os pasa por la cabeza ir a África por libre, pero si te estás planteando dar el salto y tienes dudas, espero que estos argumentos sobre por qué yo voy te ayuden a lanzarte.
Esta tortuga es de lo que más miedo me ha dado en mis paseos por África. Y al final la acaricié y todo. En Stone Town, Zanzíbar, Tanzania. Agosto de 2015.
1. Porque no me da miedo: Es, sin duda, la madre de todas las preguntas que me hacen. Que si no es peligroso y que si no cogeré ninguna enfermedad. Creo que decir que ir a África es arriesgado supone generalizar demasiado. Obviamente, no voy a animar a nadie que se meta en un país en guerra como Sudán del Sur o en uno que sufra una epidemia como el ébola. Pero hay infinidad de lugares totalmente pacíficos. Yo he viajado acompañada y sola, y en ningún momento he tenido ni el más mínimo problema. Muy al contrario, solo me he topado con gentes muy amables. Un rasgo común que he encontrado es que los africanos dan lo que tienen aunque sean más pobres que las ratas. En Mali he comido del mismo plato de unos labriegos que apenas ganan dos euros al día por trabajar de sol a sol. En Etiopía me invitaron a café en todas las casas que visitaba de un pueblo muy pobre donde la mayoría eran madres solteras sin trabajo y con demasiados hijos a su cargo. Por supuesto que hay gente cretina, pero como en todo el globo. África, por ser África, no se debe desechar como destino viajero por una cuestión de seguridad. Y por si no me creéis, he aquí un dato revelador: en la lista más reciente de las 50 ciudades más peligrosas del mundo sólo figuran cuatro africanas.
Visto en twitter. Los tanzanos, geniales
2. Porque no es tan complicado. Uno de mis miedos antes de plantarme en Etiopía por primera vez era verme en medio de la nada sin acceso a servicios básicos, a comida, a agua, a transporte, a dinero… Ya puedo decir que esto no es un problema. Es obvio que hay que mirar bien dónde va uno y que no es lo mismo plantarte en un pueblo perdido en la estepa maliense que a la concurrida costa de Kenia, donde hay wifi hasta en las palmeras. Hoy en día la mayoría de países africanos poseen todo tipo de comodidades y ofertas turísticas interesantes. Es fácil sacar dinero de cajeros, encontrar transporte público o privado que te lleve de un sitio a otro, internet y teléfono, hoteles buenos y excursiones organizadas… De hecho, ahora planeo recorrer Kenia y Uganda saltando de camping en camping, y ya tengo prácticamente todos los alojamientos y transportes mirados. ¡Es fácil!
3. Porque hace falta desconectar: Soy periodista y mi trabajo me obliga a vivir pegada a las redes sociales y a las noticias de última hora. Y de vez en cuando necesito parar e irme a un rincón del mundo donde no haya cobertura ni acceso fácil a ella. Si me voy a mi pueblo en España, acabaré viendo los informativos en la tele del bar o encenderé el móvil en algún momento porque en el fondo soy una adicta incapaz de pasar. Lo bueno de África es que, a pesar del progreso, aún existen sitios donde se puede vivir como hace dos siglos y acabas pasándote una tarde entera hablando con alguien sin sacar el puñetero teléfono del bolsillo.
4. Porque necesito aburrirme: Al hilo de lo anterior, creo que un mal de nuestro tiempo es que vivimos hiperestimulados. El día a día es un no parar de consumir datos, noticias, tendencias… De aprender, de no perderte nada, de estar al día de todo. En mis pueblos africanos me aburro, pero entiendo el aburrimiento como algo necesario y positivo. En ellos no hay cines ni centros comerciales, no hay discotecas, ni periódicos. Poco más hago que leer, echarme siestas, pasarme las horas muertas tirada en algún sofá mirando al techo, charlar con amigos y vecinos a la sombra de un mango y darme paseos sin ningún propósito ni destino planificado.
5. Porque soy fan del hashtag #TheAfricaTheMediaNeverShowsYou (El África que los medios nunca muestran): Se creó en Twitter para contrarrestar la imagen negativa de África que se proyecta en los medios compartiendo imágenes que muestran la riqueza del continente. Y la veo muy necesaria: “África no es un país”, decía el periodista Ryszard Kapuscinski. Nada más cierto: son 54 países -55 si contamos el Sáhara- cada uno con su idiosincrasia, su gente, sus puntos fuertes, sus debilidades y, desde luego, su personalísima belleza. Sin embargo, en España (o Europa, o el mundo occidental) ni nos imaginamos esto. ¿Qué es lo primero que se te viene a la cabeza cuando escuchas la palabra “África”? Seguro que pobreza, guerra, niños flacos con moscas en los ojos… Y no. Hay clase media, universidades y centros comerciales, tecnología, un ciberactivismo muy cañero, festivales internacionales de moda o de música, escritores famosos, africanos que salen en la revista Forbes, está Nollywood en Nigeria, que es la tercera mayor industria cinematográfica del mundo después de Hollywood (EE UU) y Bollywood (India)... Y yo no quiero perderme nada de eso.
6. Porque es alucinante sentirse en otra dimensión. Me encanta fijarme en tendencias nuevas y aprender, porque odio eso de que solo el Norte enseña cosas a el Sur cuando esto en realidad es completamente bidireccional. Conozco la cultura del Norte porque es la que me he rodeado desde que nací y en la que vivo inmersa a diario. En el Sur, aún lo tengo todo por descubrir. Y en África todo es nuevo a mis ojos. Después de haber viajado por casi toda Europa, me siento muy como en casa en cualquier país al que voy, todo se parece. Pero cuando viajo a África todo es tan diferente que me siento en otro en otro planeta, y eso me encanta. Los olores, los paisajes, las ciudades, los idiomas, la ropa, las comidas… hasta la luz es distinta.
7. Porque amo la naturaleza, la vida rural y la soledad: El mundo entero tiene rincones preciosos pero la naturaleza africana me tiene cautivada. No he dormido bajo cielos más estrellados que los de Tanzania ni he visto más animales salvajes en libertad que allí. No he conocido atardeceres más espectaculares ni he probado una vida rural tan auténtica, con todas sus cosas buenas y malas. Salvo cuando fui a Zanzíbar en agosto y me agobié con tanto extranjero en la playa, no suelo encontrarme turistas, cosa que me gusta mucho porque aumenta mi sensación de que estoy realmente en otro planeta.
Jirafas saludando en el Parque Nacional Manyara, Tanzania. Agosto de 2015. En una foto de mi flickr
Yo he dormido bajo este cielo y esta Vía Láctea en Same, Tanzania. Agosto de 2015. Más en mi flickr
8. Porque me ayuda a no convertirme en una vaga: En algunos lugares donde he estado no he tenido un váter sino un agujero en el suelo, no he tenido agua corriente y me he duchado tirándome cubos de agua por encima. No he tenido luz y la comida no me gustaba mucho… También me ha ocurrido que el calor era asfixiante, o que había que caminar mucho para ir a cualquier sitio, o que el transporte era muy cutre e incómodo… o que no comprendo en qué idioma me hablan porque hay lugares donde no se habla ni inglés ni francés, que son las lenguas que domino. En estos casos, se recurre al universal lenguaje de signos y, con un poco de buena voluntad por ambas partes, una llega a donde quiere. En definitiva, mil situaciones que me ponen a prueba física y psicológica y que me obligan a salir de la zona de confort y ayudan a que no me acomode demasiado.
Una madre gumuz en su choza de Badessa, Etiopía. Diciembre de 2014. De flickr
9. Porque me pone en mi sitio: Cuando te vas tan lejos de casa y te rodeas de personas tan diferentes a ti, con otras prioridades, rutinas y formas de vida, te das cuenta de que lo que hasta ese momento te parecía importantísimo es, en realidad, una tontería, como una mota de polvo en el universo. Esta es una buena medicina para salir del eurocentrismo -y egocentrismo- que nos gobierna sin que nos demos cuenta. Hay vida más allá de nuestros problemas o de las noticias que el periódico destaca en su portada. Y aunque existen miles de realidades diferentes en el continente, no deja de ser cierto que la pobreza está a la orden del día, y que en este tiempo a veces he sido testigo de situaciones durísimas que me han hecho valorar la suerte que he tenido por nacer en un país sin guerra, por haber podido ir al colegio, porque hasta hoy he comido todos los días y porque no he perdido a un ser querido por una enfermedad fácilmente tratable. Ojo, yo no estoy diciendo que haya que ir a África a observar la desgracia ajena con ese paternalismo asqueroso que no hace ningún bien a nadie. Digo que te la vas encontrar por el camino en algún momento y que, tanto si te gusta como si no, te va a hacer reflexionar mucho. En mi caso, ha hecho que reordene mi escala de prioridades, que me queje menos y me sienta más agradecida por la vida que me ha tocado vivir. Somos ciudadanos de un mundo globalizado y no nos va mal aprender a mirar más allá de nuestras narices.