Jesús España lo pasará mal el día de su trigésimo octavo cumpleaños, pero no le importa. Su aniversario coincide con el maratón olímpico masculino, el próximo 21 de agosto, donde representará a España. Llevarse un diploma sería mejor que muchos regalos.
Solo ha corrido los 42,195 kilómetros en una ocasión. Lo hizo el pasado mes de febrero en Sevilla, donde consiguió la marca que la Federación de Atletismo exigía para acudir a los Juegos (2h 13' 00'', que España bajó en 1' 02''). Sin embargo, sabe que la distancia está llena de trampas. "El maratón, al final, es una montaña rusa de emociones", comenta a Verne por teléfono.
Por ejemplo, poco antes de disputar su único maratón, los más veteranos le advirtieron de un peligro que no había sospechado. "Hemos tenido mala suerte con el recorrido -le dijeron-. El hotel donde nos alojamos está más o menos en el kilómetro 30 de la prueba. Ya verás cómo, en ese punto, te estarás planteando si merece la pena acabar la prueba o subir a descansar a tu habitación".
Por suerte, en el kilómetro 30 de la prueba, Jesús España se sentía eufórico. Más o menos, en ese punto había divisado entre el público a unos conocidos. Eran los miembros de la peña bética de Valdemoro, su ciudad, quienes, aprovechando que el día anterior habían visto al Betis en Sevilla, se habían quedado para animar a su paisano. "Esas cosas vienen bien", confiesa el atleta.
Los problemas llegaron para Jesús España hacia el kilómetro 36 y se alargaron hasta el 39. Es el momento en que, más o menos, el cuerpo se queda sin reservas de hidratos y pasa a consumir las reservas de grasa. Ese cambio genera sensación de vacío en el deportista. Por suerte, tanto su médico, Xabier Leibar, como su entrenador, Juan del Campo, ya le habían prevenido de que le sobrevendría ese bajón.
Pero siempre queda la duda. Una de las muchas peculiaridades del maratón es que nunca llegas a completar la distancia en los entrenamientos, por lo que cada señal de tu cuerpo, sobre todo en los tramos avanzados, se convierte en una pesada interrogación. "¿No me habré venido demasiado arriba en los momentos previos de euforia?", se preguntaba Jesús España entre los kilómetros 36 y 39. La marca mínima para los Juegos, recordemos, aún estaba en el aire.
En esos momentos complicados, Jesús España pensó en quienes le habían acompañado durante su preparación: su entrenador, su médico, su grupo de entrenamiento y, por supuesto, su familia, que también había sufrido los sinsabores de una dura preparación y en ese momento aguardaba en las gradas su entrada al estadio. "Te dices: 'Joder, esto hay que pelearlo, que llevo mucho tiempo luchando'". Y de ahí sacó las fuerzas que necesitaba: "Además, los dos últimos kilómetros son menos problemáticos, porque ya hueles la línea de meta".
En el caso de Jesús España, la mayor parte de la prueba, hasta el mentado bajón del kilómetro 36, había transcurrido sin grandes sobresaltos. En esos momentos de cierta placidez, el valdemoreño se dedicó, fundamentalmente, a leer la carrera. Eso es, según él, lo que se lleva buena parte de los pensamientos durante un maratón.
En Sevilla había imaginado una carrera en la que, más o menos, correría a la altura de su principal rival, Carles Castillejo -quien también correrá en Río-, y ambos se jugarían el triunfo en el último tramo. Pero Castillejo salió a un ritmo mucho más fuerte de lo previsto. "¿Qué haces entonces? ¿Le persigues? ¿Le dejas marchar?".
Fue en el kilómetro 27 cuando Jesús España alcanzó a Carles Castillejo. De ahí le venía también la euforia del kilómetro 30, cuando se cruzó con sus vecinos béticos de Valdemoro. El hecho de sentirse bien es, precisamente, lo que pudo jugarle una mala pasada: "Quizás me puse demasiado nervioso y pequé de novato: hice un par de acelerones que podía haberme ahorrado y gasté mucha energía". Eso podría explicar, junto al cambio de sustrato, el bache de los kilómetros posteriores, en los que Carles Castillejo volvió a dejarle atrás, y esa vez de forma definitiva.
Pero los atletas no piensan, durante más de dos horas, en la situación de carrera. "Es imposible ir concentrado todo el rato, así que hay momentos en los que puedes evadirte pensando en el recorrido, en el paisaje... Pero eso pasa sobre todo al principio: a partir del kilómetro 30 ya tienes bastante con seguir avanzando", nos explica Jesús España, que en Río participará en sus segundos Juegos Olímpicos, después de su decimocuarta plaza en los 5.000 metros de Pekín 2008.
"Hablo mucho conmigo misma durante las carreras"
Azucena Díaz no tuvo ocasión de evadirse ni un solo instante durante el maratón de Rotterdam del pasado mes de abril. Las cosas habían empezado a torcerse en el quinto kilómetro, porque no encontró su primer avituallamiento. La atleta de Alcobendas se esforzó para mantener la calma, pero de nada sirvió ese esfuerzo cuando, cinco kilómetros más tarde, tampoco estaba su segundo avituallamiento: "¡No me lo puedo creer!", gritó, aunque el público holandés no pudiera entenderle.
De los ocho avituallamientos distribuidos a lo largo del recorrido, a Azucena le faltaron cinco. Eso hacía peligrar seriamente sus posibilidades de acabar la carrera, ya que los geles y las sales en carrera son necesarios para mantener la hidratación. Su pensamiento durante la prueba, según explica a Verne, fue una pugna entre el miedo a no acabar la carrera y la necesidad de conseguir la marca mínima para los Juegos.
Hacia el vigésimo kilómetro, el miedo parecía imponerse: Azucena barajaba la posibilidad del abandono. Pero se empeñó en pensar en positivo. "Yo hablo mucho conmigo misma durante las carreras. Y en los peores momentos hago tres cosas: me imagino atravesando la línea de meta, recuerdo a las personas que quiero y me pongo a pensar en que el maratón es una prueba llena de altibajos, por lo que las cosas pueden mejorar en cualquier momento".
Y así ocurrió aquel día en Rotterdam, en el que Azucena Díaz se sobrepuso psicológicamente a la falta de avituallamiento y acabó logrando su mejor marca personal y la mínima para los Juegos (2h 31' 45"). Para tratarse de la segunda vez que completaba la distancia, no estuvo nada mal. Su primer maratón lo había corrido dos años antes, también en Rotterdam. En palabras de Azucena Díaz, aquel primer maratón no tuvo mucho que ver con el segundo. Bueno, sí, ambas pruebas estuvieron unidas por el sufrimiento.
En aquella ocasión, el cansanció le asaltó hacia el kilómetro 30. "Entonces pensé que lo mejor era no pensar. Efectivamente, me decía a mí misma: 'No pienses, corre'. Porque si te paras a pensarlo, ¿qué necesidad hay de pasarlo mal?'". Azucena Díaz no cree en una fórmula mágica para enfrentar los rigores psicológicos del maratón. Ha escuchado múltiples teorías, pero nunca ha recibido un consejo que tenga más presente que el que le dio José Ríos, su entrenador, cuando empezó a practicar la distancia. "Prepárate a sufrir cada kilómetro, desde la salida". Según Azucena Díaz, "puede sonar melodramático, pero es el que más me ha ayudado".
En su primer maratón, pues, Azucena Díaz echó mano del consejo de su entrenador. En su segundo maratón, descubrió la eficacia de decirse a sí misma mensajes positivos. Y, de cara a su tercer maratón, el que correrá en Río el 14 de agosto, Azucena Díaz también ha hecho una promesa: si consigue un diploma olímpico, se teñirá el pelo de rubio platino.