–"Mamá, ¿y si me da miedo?"
–"No te preocupes, nos salimos y ya está".
–"Vale, ¿tenemos asiento cerca de la salida?"
–"No, pero creo que podemos sentarnos donde queramos..."
Esta conversación entre una madre y su preocupada hija tiene lugar camino a las butacas para ver la nueva Cazafantasmas. Después de meses de alabanzas y críticas que llevaron incluso al cierre de la cuenta de Twitter de una de las protagonistas por insultos, hoy es el día del estreno. En la sala, con capacidad para 395 espectadores y ubicada en uno de los cines más grandes del mundo, hay siete personas. Contándonos a la madre, su hija y a mí.
– "¿Aquí te parece bien?"
– "Sí".
La madre hace caso a los miedos de la niña y se colocan en las primeras filas, cerca de un pasillo lateral. Yo hago caso a lo que me dice mi entrada y me coloco en la mitad trasera, detrás de un padre y su niño, que se preparan para un selfi. "Así, que quede la pantalla detrás", dicen girándose hacia mí y dándole la espaldas al patio de butacas vacío.
Fechar un estreno en agosto no ayuda a que la sala se llene, pero poco antes de que se apaguen las luces empiezan a llegar más espectadores, prácticamente todos del mismo perfil: casi nadie entre los 15 y los 30 años, todo parejas y grupetes de amigos talluditos, y muchos padres con hijos. "No sé si voy a ver la pantalla con esa cabeza", dice un niño detrás de mí. Y me doy por aludido, claro: delante solo estoy yo. Va acompañado de cuatro adultos, otro niño de su misma edad y una niña, probablemente la más pequeña de la sala. Y se apagan las luces. Esto es lo que escucho a mi alrededor durante la película:
– "¡Tengo miedo!", dice uno de los niños detrás de mí cuando, en el minuto 3 de la película, cae un candelabro al suelo. Mal empezamos.
– "Qué grande", comenta algún adulto cerca de mí con la primera aparición estelar de Bill Murray.
– "Yo sé que todo esto es de mentira", afirma, valiente y orgullosa, la niña de detrás de mí.
– "La verdad es que está muy bueno". Si hubiera apostado por qué frase escucharía seguro viendo la película, la candidata habría sido esta. Normal: sale Thor.
– "Esto me da un poco de asco", escucho a otro niño detrás de mí. En una de las cosas que la nueva Cazafantasmas no tiene nada que envidiar a sus antecesoras es en la cantidad de moco verde y fluidos ectoplásmicos con las que se pringan las protagonistas.
La película termina sin aplausos por parte del público pero, a la salida, todos parecen entusiasmados: "Me meo con la negra", dice una de las madres del grupo que estaba detrás de mí mientras bajan por las escaleras. "Es súper divertida", le responden. "Me ha gustado mucho más de lo que esperaba".
Fuera, dos niños de unos diez añitos compiten por quién ha pasado más miedo:
– "Yo he botado de la silla", dice uno.
– "Anda, pues yo casi grito. ¡Dos veces!", le responde el otro.
Dos niñas de la misma hablan de cuál ha sido su cazafantasmas preferida:
– "La mejor es la que inventa cosas".
– "Sí, es la mejor, ¡está loca!".
La conversación se ve interrumpida por un adulto al grito de "¡esperad, que hay escena después de los créditos!" y todos entramos a tropel de nuevo. "Esto lo deja a huevo para una segunda parte", comenta el mismo espectador que ha dado el aviso.
De los comentarios negativos que han estado pululando por la red desde el anuncio de la película, nada. Salvo un curioso diálogo captado ya a metros del cine, camino al metro ligero:
– "No me convence nada", explica un joven a su amigo mientras caminan. "Es como si pones a tres feos a hacer de Los Ángeles de Charlie".
– "Ya..." reconoce su amigo. Y rectifica: "Bueno, tampoco es que Bill Murray fuera un pibón, ¿no?". El joven que parecía disgustado se rinde a la evidencia: "No. Pibón, pibón... La verdad es que no es". Fin de la discusión.