Esta es mi historia y la de Lua, la perra que me ayudó a superar la violencia machista

El día que llegó a nuestras vidas escuché la risa de mi hijo y dejamos de estar encerrados en casa por miedo

Mi historia, durante buena parte de mi vida, es la sucesión de palizas y humillaciones de un hombre que nos maltrató a mí y a mi hijo, como hacen millones con otras tantas mujeres y menores cada día. De huidas y de persecuciones, de intentos de homicidio. En el desenlace de mi relato aparece sin embargo un personaje que marca un antes y un después: Lua, una perra adiestrada para protegernos pero, sobre todo, para devolvernos a la vida.

A los 21 conocí a un chico que parecía perfecto y me cubría de atenciones. El día que me mudé a vivir con él los sueños que había construido no tardaron mucho en derrumbarse. No fueron años, ni meses, ni tan solo días; fue cuestión de horas. Es difícil olvidar la que sería mi primera violación. Fue el primero de todos los tipos de abusos, vejaciones y heridas con arma blanca y quemaduras que recibí.

La piel ha cicatrizado pero es imposible olvidar la expresión de su cara, ver el gesto de la persona que supuestamente te ama, gozando de esos momentos de control absoluto. Cuando eres víctima de violencia machista llegas a querer morir, porque sabes que allí estará tu libertad. Sobreviví 14 años a ese infierno. ¿Por qué tanto tiempo? Intenté escapar desde un principio pero me localizaba y era mucho peor. Además, estaba totalmente sola.

Me quedé embarazada a los once años de estar casada. Marcos nació en medio de este calvario, tras varias dificultades durante el embarazo por las agresiones constantes. Al tenerlo por primera vez en brazos me di cuenta de que ya no era mi vida la que contaba, sino la de ese pequeño. Nuestra huida se desencadenó el día que intentó matarlo.

Tras pasar una larga temporada en el hospital después de esa agresión, empezamos un largo recorrido, con el acompañamiento de la justicia y de distintos organismos. Pero a pesar de tener sentencias condenatorias, él sigue fuera de prisión y nos localizaba en distintos sitios del país, lo cual nos obligaba a estar en movimiento constante. En uno de esos lugares conocí a Fernando Soleto, impulsor del proyecto ESCAN, una terapia asistida con perros adiestrados para mujeres y menores víctimas de violencia machista.

Después de pasar por los trámites correspondientes (que incluyen una evaluación psicológica, y la presentación de sentencias firmes contra el agresor, orden de alejamiento y de búsqueda y captura), empezamos a trabajar en el adiestramiento de nuestra perra, que tenía tres años y venía de un criadero de Alicante. Fernando ya le había enseñado los meses anteriores a obedecer y a defender. Siempre con el bozal de impacto puesto, porque estos perros están entrenados para no morder. De lo que se trata es de que, en caso de agresión, identifiquen y tumben al maltratador para que la víctima tenga tiempo de huir y avisar a las fuerzas de seguridad, que son quienes deben protegerla.

El día que conocí a Lua, una perra pastora alemana de pelo largo, me impresionó mucho. Sentí una mezcla de respeto y de miedo. Tenía mucha potencia, una fuerza increíble y una mirada penetrante.

Durante tres meses nos fuimos conociendo poco a poco, dos tardes a la semana. Fueron días intensos en los que Lua me fue aceptando y cambió la mirada amenazante por la de cómplice. En mí también se produjo una transformación. Nos empezamos a querer y despertó un sentimiento que nunca pensé que volvería a sentir por nadie aparte de por mi hijo (y mucho menos por un perro). Fue cuando me di cuenta de que no solo sería nuestra protectora, también se convertiría en nuestra mejor amiga y entraría a formar parte del núcleo familiar.

Un 24 de diciembre Lua se vino a vivir con nosotros. La de 2012 fue una Navidad muy especial, después de muchas pérdidas durante años (familia, amistades, trabajo, lugares, todo lo sentimental y material que pudimos haber tenido alguna vez). Por primera vez nos pasaba algo bueno y sería para siempre, porque si teníamos que volver a irnos, ella vendría con nosotros para protegernos.

Desde que llegó a casa nuestra vida cambió radicalmente. Aquel mismo día escuché la risa de mi hijo, que había disfrazado a Lua con todo lo que había encontrado en la bolsa del cotillón, y la perra estaba de lo más tranquila.

Todo fue muy rápido. Dejamos de estar encerrados en casa por miedo, saliendo solo al cole o a comprar lo justo, para salir en cualquier momento del día e incluso de la noche. Empezamos a poder ir al parque para que Marcos jugase, y muy pronto empezó a volver a tener amiguitos. Incluso las salidas para comprar se convertían en paseos que podíamos disfrutar distrayéndonos en los escaparates, pues Lua era la que vigilaba, ella era nuestros ojos. También pudimos volver a disfrutar de la playa.

Nuestras vidas volvían a tomar sentido simplemente pudiendo hacer la rutina de cualquier familia, lo que para nosotros se había convertido en un privilegio. Incluso podía dejar que la gente se acercara a hablarnos aunque fueran hombres, pues tenía la total certeza de que si querían hacernos daño, Lua estaba allí para ayudarnos.

La sensación de seguridad era algo nuevo para nosotros. Antes de tener a Lua cerraba todas las puertas con llave y no abría las persianas durante el día por precaución. Con ella en casa llegamos a acostarnos muchas veces sin pasar la llave.

Ella nos enseñó a perder el miedo, nos ayudó a poder socializar de nuevo con la gente, a comenzar a cerrar puertas del pasado para abrir otras para el futuro. No solo nos aportó seguridad; sobre todo, nos ayudó a recuperar la autoestima, nos obligó a salir y a abrirnos al mundo.

Por lo que significó en nuestras vidas, quise contribuir a que otras mujeres con sus hijos e hijas, tuvieran la misma oportunidad de vivir sin miedo y recuperasen la esperanza en el día de mañana. Empecé a trabajar con ESCAN, que ya ha proporcionado perros a otras 19 mujeres.

A esas mujeres que han vivido o viven violencia machista les digo, con la mano en el corazón: sé que es un camino muy duro y largo, y que muchas veces no se ve la salida. No os rindáis y no os conforméis con sobrevivir, luchad para poder vivir. Cuando os falten las fuerzas mirad a vuestros hijos; seguro que allí encontréis la energía que os falte. Denunciad, no os avergoncéis, y no olvidéis que el único responsable es vuestro agresor.

Como superviviente os aseguro que se puede salir. Lua dio su vida por nosotros después de dos años; murió haciendo su trabajo. Con ella aprendí a vivir y a no conformarme con sobrevivir, a no bajar los brazos y a no rendirme. Y lo más importante, a volver a tener esperanza junto a mi hijo para el día de mañana. Ahora tenemos un bellísimo pastor ovejero alemán de pelo corto y seguimos construyendo una vida normal, sin miedo.

Este artículo lo redactó Gloria Rodríguez-Pina a partir de entrevistas con Vega Roble.