Si me hubiese parado a pensarlo bien seguramente no lo habría hecho nunca. A un perro hay que sacarlo varias veces al día, se puede hacer pis en la casa y estropear los muebles, llegar con garrapatas o pulgas y soltar pelos por todas partes. Todo son pegas, complicaciones. Yo no había tenido nunca uno ni estaba dentro de mis planes pero, hace un año Aroa, mi hija, nos pidió un hermanito o un perro. Un perro nos pareció más fácil.
Yo le tenía bastante respeto a algunas razas y me imagino que inconscientemente, apretando la mano de mi hija más de la cuenta cuando nos cruzábamos con uno en la calle, le transmití ese miedo a la niña. Con cinco años le tenía un pánico exagerado a todos los perros, pero a la vez, adoraba a los animales. No tenía sentido.
La primera vez que tuvo contacto con uno fue con un yorkshire que le regalaron a mi hermana. Era dócil, pequeño, lo podía sacar a pasear y descubrió que el ladrido de un perro no significaba que fuese a morder.
Entonces se empeñó y nosotros pensamos que tener un perro pequeño y sobre todo, tranquilo, podía venirle muy bien. Se lo conté a una compañera de trabajo, Pilar Martín, que también colabora con la protectora de animales Huellas, de Ávila. En seguida apareció un perrito con esa descripción. Se lo habían encontrado abandonado, no tenía chip, era miedoso y parecía una mezcla entre yorkshire y shih tzu, eso era todo lo que sabíamos. Nos mandaron una foto y no hizo falta más: nos enamoramos inmediatamente.
Otra persona se nos adelantó, aunque Pilar hizo todo lo posible porque nosotros nos lo pudiésemos quedar y le estamos muy agradecidos. Por suerte el nuevo dueño tenía otro perro y él y nuevo no resultaron compatibles, así que fuimos a conocerlo a Ávila para un primer contacto. Era muy tímido pero se dejaba pasear. Aroa ya estaba rendida ante Tove, el nombre noruego con el que le habían bautizado en la perrera, y en ese instante se empezó a producir la transformación radical que he visto este año en ella. Allí se le acercaron varios perros más grandes y ella como si nada.
De vuelta a Madrid yo me puse a leer todo lo que pude sobre el mundo perruno. Una semana más tarde fuimos a por él. En casa le habíamos puesto una camita, un comedero y agua y le dejamos explorar tranquilo para que se encontrase su sitio, como nos habían dicho en la protectora.
Los primeros días a mí me resultaba bastante extraño convivir con un animal. Hasta entonces lo más parecido a una mascota que yo había tenido eran pájaros y todo era nuevo. Para mi hija también, pero ella estaba emocionada. Cada vez le hacía más arrumacos, aunque todo lo hacíamos con mucha precaución. Parecía un peluche, pero no sabíamos si en cualquier momento podría soltar un bocado.
Él durmió en su cama desde la primera noche y nos lo puso todo muy fácil. El veterinario nos contó que, por los dientes, calculaba que tenía unos tres años. Nos fuimos conociendo poco a poco y descubrimos que está muy bien enseñado. No se sube a las camas ni al sofá, conocía algunas palabras y obedecía desde el principio, no protesta y solo gruñe a veces a otros perros, más por miedo que por provocación.
No le gustan la noche ni las ambulancias y es bastante asustadizo. Ni se inmuta si está al lado de los altavoces o con los cohetes, pero si en medio del silencio cae un bolígrafo, corre espantado a esconderse. Suponemos que son traumas de su vida anterior. ¡Si él hablara y nos pudiese contar algo!
Lo del pis y los pelos era otra historia con la que yo pensaba que lo iba a pasar mal, porque quiero mi casa limpia. El primer día sí orinó dentro de casa, pero porque no teníamos cogidos los horarios o por los nervios; después nunca más lo hizo. Tampoco ha roto nada, ni ha arañado ni mordido los muebles. Y por ahora, suelta poco pelo, más bien pelusa. Apenas lo noto al barrer; solo se posa, no se clava en la ropa.
Al principio, en el parque, no sabía cómo iba a reaccionar con otros perros y no me atrevía a soltarlo. En realidad es poco sociable, va a lo suyo y solo gruñe si se meten en su terreno. Para él solo existimos su pelota y nosotros. No intenta escaparse y pasear con él es muy fácil.
Al salir de casa los primeros días nos quedábamos fuera para ver si lloraba o labradaba, pero no. Lo único que notamos es que no come ni bebe cuando se queda solo. Tampoco hace trastadas. Como mucho se sube a las camas o al sofá, pero con cerrar las puertas vale, no tenemos que estar pendientes de nada más.
En paralelo, Aroa que es muy tímida, empezó a explayarse y a mostrar sus sentimientos como nunca había hecho. Le da abrazos, juegan juntos, le peina y él se deja hacer coletas. Nos reímos mucho, es alucinante. Si antes iba por la calle mirando al suelo, ahora pasea orgullosa, con alegría, y habla con todo el mundo. Además se ocupa mucho de él, está muy pendiente de su comida, de su bebida. En vacaciones dejó claro que teníamos que ir a un sitio donde él pudiese venir y se sintiese a gusto. Nos lo llevamos a la playa. Allí descubrimos también que le encanta la arena pero en el agua solo entra por error, si está persiguiendo una pelota y no se da cuenta.
Yo he aprendido cosas que nunca habría imaginado. Por ejemplo, todo lo que se puede decir una mirada. Y lo mucho que entienden por el tono con el que te diriges a él. Los perros no sonríen, pero tú también sabes mucho de su estado de ánimo por cómo mueve las orejas o la cola. O esos gestos, que parece que quiere hablar. Cuando escucha “¡vamos!” ya sabe que viene algo bueno. Me tiene alucinada.
Tampoco me imaginaba la compañía que dan. León, mi marido, ahora está en paro y con él en casa el día se le pasa mucho mejor. Los paseos juntos le vienen muy bien para despejar la cabeza. Tove tiene verdadera obsesión por él.
No tenía ni idea de la alegría que traen. Con esos recibimientos tan festivos, que hacen que si has tenido un mal día en el trabajo, todo se esfume en un momento. Se tumba delante de ti, para que le acaricies y caes rendido ante él.
Cuando alguien está malo o bajo de moral duerme a los pies de su cama. Es increíble la intuición que tiene, no se mueve de ahí. Al no haber tenido perro nunca estas cosas me dejan de piedra.
Poco a poco vamos aprendiendo otras cosas, como que las espigas son muy peligrosas. Él estuvo muy pachucho y cabizbajo cuando se le clavó una y nosotros, muy preocupados. Y aprendimos, aunque le damos pienso, que le encanta comer de todo, hasta el pescado y la fruta.
Antes de decidir adoptar un perro todo me parecía complicado. Ahora cada vez que hacemos una salida buscamos un sitio al aire libre para que se pueda venir. Si en un parque no puede haber perros, buscamos otro. Los tres paseos diarios los hemos acoplado con mucha facilidad en nuestros horarios.
Si ahora nos dicen que han aparecido sus dueños y se lo tienen que llevar nos da un pasmo a todos. Es como si hubiese estado con nosotros siempre. No queremos otro perro, lo queremos a él. Tove es un miembro más de la familia. Para mi hija ha sido muy terapeútico. No solo ahora se acerca a todos los perros sino que se ha abierto enormemente a la gente. Además tiene unas alergias muy fuertes y tener perro podría ayudarla también en eso. Si las supera, ya sería el colmo.
Ojalá mucha gente se anime a dar el paso de adoptar en una perrera. Muchos solo veían los peros cuando yo me lo estaba planteando hace un año. Que si tener que salir a pasear, que si el pis en casa. Ahora me río de todo eso. Cuando tomé la decisión, tan deprisa, me preguntaba: “¿Habré hecho bien?” ¡Claro que sí! En todos los sentidos. Incluso si no hubiésemos tenido la suerte de dar con un perro tan fácil y hubiésemos tenido que pasar por un periodo de adaptación, saber que en casa te espera alguien para darte cariño y alegría habría merecido la pena.
Este artículo lo redactó Gloria Rodríguez-Pina después de entrevistar a Carmen Muñoz.