Miramos el móvil unas 80 veces al día. Por lo habitual, los contenidos nuevos que encontramos funcionan a modo de pequeñas gratificaciones inmediatas que incluso pueden llegar a ser adictivas.
Pero también pueden ser una tortura. Casi todos estamos en varios grupos de WhatsApp y casi todos nos quejamos de alguno. Porque envían muchos mensajes. O porque hay muchos chistes muy malos. O de muy mal gusto. O porque se habla de política. O porque se abrió para comprar un regalo de cumpleaños y ahí sigue.
¿Por qué nos cuesta tanto dejar un grupo de WhatsApp? ¿Por qué tenemos tanto miedo de herir los sentimientos ajenos a pesar de que sabemos que más de uno piensa lo mismo que nosotros?
No tenemos un código de comportamiento definido para el móvil
Según explica a Verne la psicóloga Amaya Terrón, uno de los principales problemas es que aún no hay un código de conducta claro, ni explícito ni implícito, en lo que respecta a WhatsApp, más allá de criterios personales. No estamos seguros de si alguien se puede molestar si nos vamos y cómo debería ser este proceso: ¿nos despedimos? ¿Hablamos solo con el administrador del grupo? ¿Le llamamos?
A esto se suma que tampoco hay un código claro acerca de cómo deben funcionar los grupos: hay gente que envía contenidos a todas horas, por ejemplo, o que mantiene conversaciones con otra persona sin pensar en abrir un chat privado.
Es decir, a veces seguimos en los grupos simplemente por compromiso, aunque nos suponga una molestia. Pero, como recuerda Terrón, si no nos respetamos a nosotros mismos “y aguantamos lo que no nos gusta, estaremos eligiendo a los demás por encima de nuestro bienestar y esto tendrá una repercusión siempre negativa a la larga”.
Primero, silencia las notificaciones
A esto se le suma la angustia de querer vivir en un presente continuo. Terrón comenta que ha estado incluso con pacientes que tenían que consultar los mensajes en la consulta. Se trata, explica, de uno de los síntomas de un comportamiento compulsivo.
En su libro Present Shock, Douglas Rushkoff habla de cómo el móvil nos interrumpe incluso aunque no lo saquemos del bolsillo: hemos notado cómo vibraba y eso ya nos descentra y nos hace pensar en quién podría habernos escrito qué. ¿Será importante? Nunca es importante. ¿Pero y si esta vez sí lo era? Cada vez es peor, sobre todo teniendo en cuenta que ahora WhatsApp encima ofrece la posibilidad de mencionar en grupos y atosigar así a quien no contesta.
Una posible solución antes de dejar un grupo sería silenciarlo y ahorrarse las notificaciones. El problema es que a veces no basta con eso porque puede ser que entremos en la aplicación expresamente para ver si alguien ha comentado algo y justo porque no sabemos si lo ha hecho.
Algunas pautas para perder el miedo al qué dirán
A veces tenemos que dejar los grupos. Sí, toda esa gente nos cae muy bien, pero no podemos soportar ver que tenemos 140 mensajes por leer. Y lo de contestar “jajajaja” y el emoji de la flamenca sin leer nada solo funciona un número limitado de veces.
¿Y cómo hacerlo? Aunque el código, insistimos, aún no establecido, se pueden establecer algunas pautas:
- Grupos para eventos. Puedes marcharte cuando hayan cumplido su objetivo. Si el grupo se ha creado para organizar una cena, por ejemplo, puedes dejarlo al día siguiente, después de despedirte. En caso contrario, corres el riesgo de que la gente se anime a seguir charlando y el grupo cambie de nombre y se convierta así en definitivo.
- Grupos de familia y amigos. También los puedes dejar si no estás a gusto o si no tienes tiempo para estar al día con todos los mensajes. “Una posibilidad es despedirse con una pequeña explicación (que no justificación)”, apunta Terrón. Eso sí, hay que tener en cuenta el momento en el que te vas: no lo hagas en medio de una conversación, por ejemplo. Van a pensar que te has enfadado por lo que están diciendo, cuando es muy probable que no hayas leído ni una sola frase.
Terrón recuerda que precisamente con la gente con la que tenemos más confianza “nos podemos tomar más libertad, ya que nos conocen”. Sí, está bien que no queramos herir sus sentimientos, pero también “tenemos el derecho y yo diría la obligación de protegernos de estas incomodidades que hacen que nuestra vida se complique innecesariamente”.
Y si tenemos miedo a perdernos algún evento por irnos del grupo, siempre podemos pedirle a alguien con quien tengamos más confianza que nos mantenga informados.
- Grupos de trabajo. Terrón recuerda que “debemos hacer una distinción entre trabajo y ocio para poder desconectar”, cosa que cada vez es más difícil. WhatsApp puede ser una herramienta útil, pero hay que poner límites, como por ejemplo avisando de que no contestaremos fuera del horario de trabajo. Lo mismo sirve en el caso de apps como Slack.
- Los demás. A veces acabamos en grupos de gente a la que no conocemos tanto como para tener en nuestro bolsillo. Por supuesto, se puede aplicar lo dicho hasta ahora: podemos despedirnos con un mensaje, que puede ser directamente al administrador si no tenemos confianza con los demás, y dejar el grupo de forma respetuosa sin resultar ni ofensivos ni descorteses. En el caso de los temidos grupos de padres y madres, en Verne ya recordábamos que sigue siendo buena idea hablar directamente con el profesor, entre otros consejos.
Al final y como mencionábamos, es importante que no nos condenemos a hacer algo solo por compromiso. Sobre todo cuando esto supone “estar expuestos a contenidos que no nos aportan nada” o, peor, que nos resultan ofensivos. “En la vida real pasaría lo mismo”, explica Terrón, que compara WhatsApp a un bar: imagina que tuviéramos que pasar cada día dos o tres horas en la mesa de un bar escuchando conversaciones que no nos interesan. Al final simplemente nos disculparíamos y dejaríamos de ir.
De hecho y según como sea la conversación, no está de más largarse simplemente para dejar claro lo que piensas al respecto.