A menudo se dice que no hay reglas para escribir bien. Pero no es cierto. Por ejemplo, ayuda tener a mano las seis normas que propuso George Orwell. Las recordaba su hijo, Richard Blair, en una entrevista que le hizo Bernardo Marín y que publicaba EL PAÍS hace unos días.
1. Nunca uses una metáfora, símil u otra frase hecha que estés acostumbrado a ver por escrito.
2. Nunca uses una palabra larga si puedes usar una corta que signifique lo mismo.
3. Si es posible eliminar una palabra, hazlo siempre.
4. Nunca uses la voz pasiva cuando puedas usar la activa.
5. Nunca uses una expresión extranjera, una palabra científica o un término de jerga si puedes pensar en una palabra equivalente en tu idioma que sea de uso común.
6. Incumple cualquiera de estas reglas antes de escribir nada que suene estúpido.
Orwell las incluyó en un ensayo titulado Politics and the English Language (La política y el idioma inglés), publicado en 1946 en la revista Horizon. El artículo criticaba sobre todo el lenguaje político, pero sus consejos se pueden aplicar a cualquier texto. Por ejemplo, The Guardian lo citaba hace unos años para criticar cómo escribimos en internet. Y también puede servir para cualquier idioma, a pesar de que el punto 4, el que se refiere a la voz pasiva, se puede aplicar con más frecuencia al inglés.
Para el autor británico, esta preocupación por el lenguaje no es ni "frívola" ni "exclusiva de los escritores profesionales". Cuando uno se libra de los malos hábitos al escribir, “puede pensar con más claridad y pensar con claridad es el primer paso hacia la regeneración de la política”.
Tópicos imprecisos
En opinión del autor británico, los problemas principales de muchos textos son dos: las imágenes trilladas y la falta de precisión. Cuando escribimos, hay que dejar que “el significado escoja a la palabra y no al revés”, afirma. Hay que hacer un esfuerzo y pensar antes de comenzar a juntar letras, para evitar así “las imágenes desgastadas o confusas, todas las frases prefabricadas, las repeticiones innecesarias, y las trampas y vaguedades”.
En los textos que critica se acumulan “metáforas moribundas”, de las que ya se ha abusado tanto que han perdido su significado. Pensemos, por ejemplo, en “arden las redes”. Otro vicio habitual, según Orwell, es el de usar términos pretenciosos con la intención “de dar un aire de imparcialidad científica a juicios sesgados”, además de “palabras que carecen casi de significado”.
Por ejemplo, términos como democracia, socialismo, libertad, que a menudo se usan con “significados diferentes que no se pueden reconciliar entre sí”. No es lo mismo leer información sobre noticias falsas en un texto del New York Times que en unas declaraciones de Donald Trump, que se ha apropiado de esta expresión, fake news, para calificar todos los titulares que no le gustan.
Paradójicamente, otra palabra que no significa lo mismo según quien la utilice es orwelliano, usada por "críticos de todos los bandos", tal y como publicaba el New York Times en un artículo que mencionaba que este texto es, junto con 1984 y Rebelión en la granja, uno de los más influyentes de Orwell.
Defender lo indefendible
Como ya hemos apuntado, a Orwell le preocupa especialmente lo mal escritos que estaban los textos políticos, algo que no podemos decir que haya cambiado mucho. Orwell pone ejemplos que suenan muy actuales, como hablar de “pacificación cuando “se bombardean poblados indefensos desde el aire” o de “traslado de población” cuando “se despoja a millones de campesinos de sus tierras”.
“Un orador que usa esa clase de fraseología ha tomado distancia de sí mismo y se ha convertido en una máquina” que intenta “defender lo indefendible”, escribía Orwell. Lo que consigue es que “las mentiras parezcan verdaderas y el asesinato respetable”. Como recordaba Steven Pinker en The Sense of Style, esta abstracción tan vaga acaba deshumanizando.
Cuatro preguntas
Es cierto que escribir mal es fácil: no hay que preocuparse por cómo nos expresamos, solo hay que escoger expresiones del catálogo de frases hechas. Pero también lleva a que los textos sean desagradables e ineficaces.
En cambio, un escritor cuidadoso se hará al menos cuatro preguntas antes de redactar cualquier texto:
- ¿Qué intento decir?
- ¿Qué palabras lo expresan?
- ¿Qué imagen o expresión lo hace más claro?
- ¿Esta imagen es lo suficientemente nueva como para producir efecto?
Y quizás incluso dos más:
- ¿Puedo ser más breve?
- ¿He dicho algo que sea evitablemente feo?
En caso de duda, siempre se puede recurrir a las seis normas antes mencionadas. Y sí, ya sabemos que nosotros, en Verne, también las incumplimos de vez en cuando. Haremos propósito de enmienda.
No, un momento, eso es una frase hecha.
Orwell y la posverdad
Los seis consejos de Orwell para escribir bien son muy conocidos, pero últimamente se habla bastante más de otro texto de Orwell: la novela 1984, que publicó en 1949, tres años después que La política y el idioma inglés. El clásico siempre ha sido popular (la primera adaptación cinematográfica llegó en 1956), pero en los últimos meses se ha citado a menudo en referencia a la posverdad y a las noticias falsas. Un ejemplo: este fragmento que podría explicar la diferencia entre una mentira y una posverdad.
La palabra clave de todo esto es negroblanco. Como tantas palabras de la nuevalengua, tiene dos significados contradictorios. Aplicada a un contrario, significa la costumbre de asegurar descaradamente que lo negro es blanco en contradicción con la realidad de los hechos. Aplicada a un miembro del Partido significa la buena y leal voluntad de afirmar que lo negro es blanco cuando la disciplina del Partido lo exija. Pero también se designa con esa palabra la facultad de creer que lo negro es blanco, más aún, de saber que lo negro es blanco y olvidar que alguna vez se creyó lo contrario. Esto exige una continua alteración del pasado, posible gracias al sistema de pensamiento que abarca todo lo demás y que se conoce con el nombre de doblepensar.